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Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero - ViceVersa Magazine

Eminem for President! (Parte I)

Han pasado casi dos décadas desde que, en el año 2000, Eminem se convirtió en el Elvis Presley del nuevo milenio. En efecto, su clásico álbum The Marshall Mathers LP, publicado en aquel año, rompió el récord histórico de ventas de primera semana de un disco de un artista en solitario (sólo fue superado por el 25 de Adele en 2015… pero ella vendió casi el doble de álbumes que Eminem, en su primera semana, la verdad), lo que puso a Eminem en un pedestal de indiscutible, aunque incómodo, rey del rap que, arguably, desde su larga y lenta decadencia como actor cultural (give or take, desde el año 2004 para acá) nadie –¡y ya quisiera Kanye!– ha vuelto a ocupar. Pero, además, la comparación con Elvis va más allá de los meros números y se basa, más bien, en lo que representan ambos personajes en la cultura norteamericana, tan marcada por la segregación racial. En ambos casos, se trata de artistas blancos, vulgares y orgullosamente provenientes de la clase trabajadora –o desempleada– que, en un momento determinado, sirven de vehículos para la irrupción en el mainstream cultural estadounidense de ritmos, posturas y sensibilidades propios de subculturas afroamericanas (el rock and roll, en el caso del King of Rock, y el hip hop, en el de Eminem) y que, por lo tanto, son susceptibles a críticas más o menos justificadas por sus respectivas responsabilidades en procesos de descarada apropiación cultural, de comercialización galopante y de impune blanqueamiento, en general. Ni hablar de la misoginia que caracteriza a ambos artistas: la diferencia entre “Hound Dog” de Elvis (1956) y “Kim” de Eminem (2000) es inmensa, por supuesto, pero es también, finalmente, gradual, y refleja más los casi 45 años transcurridos entre una y otra canción que alguna cualidad intrínseca de cada uno de los temas o de la posición de cualquiera de los dos músicos, y de sus respectivas personas artísticas, con respecto al rol de la mujer en la sociedad. En otras palabras, Eminem es una figura monumental, por un lado, pero también una figura enormemente polémica y problemática, por otro, entre otras cosas porque encapsula, en su propia y eternamente enojada persona, en su propia y eternamente contradictoria persona, en su propia y eternamente infeliz y jocosa y odiosa y brillante persona, las tensiones raciales, de género y de clase que constituyen el Estados Unidos de hoy… y, por descontado, lo que se hace visible, como resultado de esas tensiones, casi nunca es, digamos, bonito.

Independientemente de los aspectos más deplorables de su vida y de su obra, de las discusiones en torno a si el alter ego de Eminem, Slim Shady, es un personaje ficticio o la manifestación del id real de Marshall Mathers (el verdadero nombre de Eminem), y de los juicios estéticos sobre su ya extensa –y llena de altibajos– discografía (temas todos los cuales ameritarían ya no unas breves notas sino sendas monografías enteras, lo menos), es indudable que Eminem es alguien que no tiene pelos en la lengua y que no sólo que está dispuesto sino que vive de cantarle sus verdades a millones de jóvenes estadounidenses blancos de zonas rurales y suburbanas que jamás en la vida escucharían seriamente a artistas negros pero, a él –y, crucialmente, a sus palabras–, lo idolatran. Ya en 2002, por ejemplo, el tema que abría su cuarto álbum de estudio, y otro clásico del género, The Eminem Show, era un feroz ataque contra la decadente cultura blanca de Estados Unidos y su obsesión por separarse de expresiones culturales negras como, precisamente, el hip hop. Así, en un tema adecuadamente titulado “White America”, que por lo menos a mí me causa escalofríos cada vez que lo escucho, Eminem arremete contra los padres de sus fans y les grita algo que, en sus tiempos (¡el inocente cambio de siglo y de milenio!), sonaba igual de amenazante y apocalíptico que como debe haber sonado, para la sociedad conservadora británica de los años setenta del siglo XX, el legendario “no future!” de los Sex Pistols: “White America! / I could be one of your kids! / White America! / Little Eric looks just like this! / White America! / Erica loves my shit!”

Si acaso, más aterrador, más insolente, más absolutamente nihilista sonaba, para un radioescucha de la época, el final de la canción, soez hasta el acabóse y en el que una voz lírica ya completamente desequilibrada empieza a soñar con un escenario de ajuste de cuentas con la alta política norteamericana que, quince años después, parece tan… pertinente… por lo que me permito citarlo in extenso y en toda su espeluznante y perfecta procacidad:

So, to the parents of America

I am the Deringer [un tipo de pistola y, para más inri, el que fue usado por John Wilkes Booth para matar a Lincoln]

Aimed at little Erica to attack her character

The ringleader of this circus of worthless pawns

Sent to lead the march right up to the steps of Congress

And piss on the lawns of the White House

To burn the flag and replace it with a Parental Advisory sticker

To spit liquor in the faces of this democracy of hypocrisy…

Tenemos, entonces, a una superestrella blanca y vulgar que tiene millones de seguidores en zonas y capas económicamente precarias de Estados Unidos y que se considera el dueño de un circo (The Eminem Show) en el que confluye todo eso que, en el imaginario popular de América del Norte y del mundo entero, es “America”… y que se orina en el patio de la Casa Blanca, le pega un tiro mortal a la América blanca y quema la bandera de las barras y estrellas para reemplazarla con una calcomanía que advierte sobre la violencia de las letras de las canciones del disco, todo lo cual lo hace, además, al tiempo que escupe licor en la cara de una democracia hipócrita y que no merece tal apelativo…

¡Joder! ¿De quién estamos hablando, aquí? En un universo paralelo, este es el presidente de Estados Unidos. En este universo en el que vivimos, que parece paralelo pero no es, el “presidente” actual, en cierto sentido, hace todo esto, metafóricamente, sólo que con un signo ideológico diametralmente distinto y con una vulgaridad elitista y burguesa que constituye todo lo que la vulgaridad subalterna de un ser contradictorio como Eminem combate en cada uno de sus temas.

Y no es que Eminem sea del Partido Demócrata, por cierto: acto seguido de la estrofa arriba mencionada, el rapero procede a gritar “Fuck you, Ms. Cheney! / Fuck you, Tipper Gore!”, mandando al carajo tanto a la esposa del vicepresidente de George W. Bush como a la esposa de Al Gore, el candidato demócrata derrotado (es un decir) por el mismo W., por el papel que las dos jugaron en los parcialmente exitosos esfuerzos por establecer procesos de censura para la música hip hop en los años noventa del siglo XX, cuando el supuesto carácter violento de este género musical provocó más de un escándalo y más de una batalla cultural: “Fuck you with the freest of speech this Divided States of Embarrassment will allow me to have! Fuck you!” En su vulgaridad adolescente pero visionaria, más claro, Eminem es radicalmente igualitario y golpea a los republicanos y a los demócratas por igual. Pero, para qué negarlo, en el siglo XXI son los republicanos los que han puesto presidentes sin ganar elecciones, así como los que han violado repetidamente las normas constitucionales y de la más elemental decencia… por lo que, si se quiere, Eminem los golpea, casi inevitablemente, más a ellos (su carrera alcanzó su indudable cenit, no por casualidad, durante la era de Bush).

Hace una semana –cuando se publiquen estas líneas–, Eminem volvió a golpear y lo hizo con una agresividad que realmente sorprendió a todos, incluso en estos tiempos de agresividad oficialmente sancionada en los Estados Unidos de la era de Trump. Ya en 2002, su canción “White America” acababa, después de toda la retahíla de insultos que brevemente se ha mencionado más arriba, con un irónico “Ha ha, I’m just playing, America / You know I love you”. En 2017, Eminem ha vuelto a la luz para demostrar que, fuera de bromas, su amor por Estados Unidos lo obliga, en definitiva, a tomar partido en la actual situación de descenso al oscurantismo y a la más supina estupidez de la que el gobierno del “presidente” Trump es, a la vez, causa y efecto, por lo que lanza la mejor canción anti Trump existente hasta el momento y, de paso, exige que sus propios fans se decidan entre la vulgaridad burguesa de Trump y la vulgaridad subalterna de él. Es sobre esa sorprendente canción, que representa la ya por nadie esperada resurrección de Eminem, que hablaremos la próxima semana…

Little fun fact: en “White America”, Eminem usa los nombres “Eric” y “Erica” como metonimia de la sociedad blanca y conservadora de Estados Unidos. Uno de los dos hijos del “presidente” Trump, y justamente el hijo a quien el comediante Seth Meyers vapulea retóricamente todos los días en los monólogos de su show televisivo por considerarlo, hm, no demasiado inteligente que digamos, se llama, precisamente… Eric. En esta guerra de vulgaridades, Eminem es clarividente…

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