El pasado domingo 7 de junio, México tuvo elecciones intermedias. 1.996 cargos estuvieron en juego, entre ellos los 500 curules de la cámara baja y 9 gobernaturas. Los resultados sorprenden en ambos sentidos: hay cosas que aplaudir, como que candidatos independientes hayan llegado por primera vez en la historia de la democracia mexicana a puestos importantes de elección popular, y que a pesar de la tensión que vive el país más personas hayan salido a votar que en la pasada contienda, pero el balance sigue siendo desolador: una veintena de políticos muertos en campaña, elecciones canceladas en algunas comunidades por boicots, y lo peor: un pueblo que no tiene memoria y refrenda la hegemonía de un partido político: el PRI. Es la primera contienda en que los espacios se abren y ya se ve que hay suficientes personas hartas de los partidos como para darle oportunidad a independientes en puestos importantes, aunque todavía son la minoría.
Los independientes ganan espacio
Lo más notorio de las intermedias es que gracias a la reforma a la ley electoral en 2014, por vez primera en la historia de la democracia mexicana un candidato sin afiliación política gobernará un estado. Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como El Bronco, dio una cátedra de cómo se puede ganar una elección sin el apoyo de una bandera, al derrotar el bipartidismo PRI-PAN que se mantenía en Nuevo León, estado que aloja la segunda ciudad más importante del país. No menos importante es lo que sucedió en Jalisco, donde el joven tapatío Pedro Kumamoto ganó la primera diputación local de la historia, con una campaña ejemplar: hecha por 17 voluntarios, sin espectaculares o anuncios en prensa, regalando separadores de libros y con una inversión total de apenas 230 mil pesos (catorce mil setecientos dólares), la mayoría proveniente de donantes, comparada con la del resto de los partidos tradicionales que tuvieron topes de un millón 235 mil pesos. En Michoacán ocurrió algo similar: el candidato independiente Alfonso Martínez Alcázar obtuvo la alcaldía de Morelia, el municipio más importante del estado, con una diferencia de siete mil votos.
El golpe a los grandes partidos es muestra inequívoca del descontento social. Las promesas de campaña no llegan, la inseguridad aumenta y las soluciones no aparecen. El discurso político se ha desgastado y aburre, especialmente a la clase con mayores índices de escolaridad, que siente hartazgo y poca fe en los aparatos gubernamentales. La izquierda se fragmentó con la escisión del PRD y el surgimiento de MORENA (Movimiento Regeneración Nacional), lo que significa que se acaban las opciones de oposición con posibilidades reales de ganar. Será tiempo de que los independientes escriban su historia, pero no se les debe sobreestimar. El Bronco fue alcalde de 2009 a 2012 por el PRI (Partido Revolucionario Institucional) y Martínez Alcázar fungió como diputado por el PAN (Partido Acción Nacional). Habrán de demostrar que no son miembros honorarios de esos partidos, porque es preocupante la falta de propuestas. La bandera de los tres independientes que ganaron, pero principalmente de Martínez Alcázar y El Bronco, es ser independientes, y casi se podría reducir su campaña a decir: “Yo no voy a robar, no voy a enriquecer a mis amigos, sí voy a hacer algo por el pueblo”. Pero esa es su obligación, y está lejos de ser algo por lo que se les deba aplaudir como héroes. Los extremos de corrupción a los que se ha llegado hacen creer que alguien honesto es un milagro, pero si la política se reduce a no robar, tendremos candidatos que no robarán pero no dirán nada de cómo crear empleos, no pondrán a sus compadres en las secretarías pero no explicarán cómo controlar la inflación, en fin, dirigentes que no tomarán dinero público pero no harán nada más. Los independientes en México están lejos de ser el cambio que trajo Tsipras a Grecia, o lo que busca Pablo Iglesias al frente de Podemos en España.
La segunda sorpresa de la intermedias fue la participación ciudadana. Después de la masacre de Iguala, la creciente ola de violencia en Guerrero, Michoacán, Jalisco y Tamaulipas, los escándalos de las propiedades presidenciales y del gabinete, la predicción de participación no era buena. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa convocaron a un boicot generalizado de las elecciones. Ante esto, los intelectuales salieron a llamar al voto y surgió otro debate, encabezado por la politóloga Denise Dresser y el abogado Roberto Duque: si se debía anular el voto o no. La idea suena tentadora como forma de protesta, sin embargo no sirve. Los asientos se reparten de acuerdo al número de votos duros (votos por un partido o candidato independiente), de modo que el voto nulo solo es útil si todos lo practican, y en cualquier otro caso da más poder a los partidos. Pero el que un líder de opinión importante como Denise Dresser dijera lo contrario causó mucha confusión en la clase media.
Con todo y la convulsión social, el 47% de los votantes salieron a las urnas, casi tres puntos más que en las últimas intermedias de 2009 (44.6%). Un logro de la sociedad mexicana que dice no a la idea de que el descontento aleja a la población de las urnas, y muestra que muchos entienden que la forma de cambiar a los políticos corruptos es salir a votar y castigar a quien se quiera.
Lo que sigue mal
México cerró las campañas del 2015 con un saldo de 20 políticos muertos —entre candidatos y personal de campaña—, y al menos otros 20 recibían protección federal porque sus vidas peligraban. Y los ataques no respetaron colores: en el Estado de México asesinaron a un candidato del PRD (Partido de la Revolución Democrática), en Guerrero a uno del PRI y en Michoacán a uno del recién creado MORENA. Candidatos del PAN y del Partido Social Demócrata (PSD) también sufrieron ataques con armas de fuego. En un país azotado por la violencia, ahora parece que ser político es un acto de valentía, y algunos dicen –de forma exagerada– que ser político en México ya es tan peligroso como ser periodista. La delincuencia organizada demuestra su capacidad para competir con el estado y este su incapacidad para reaccionar y contenerla.
Como habían anunciado, la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) y los padres de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa, intentaron boicotear las elecciones. Los maestros se oponen a la evaluación docente y los padres piden a gritos desde hace meses que el gobierno dé una explicación a la tragedia que convulsionó al país en septiembre. En Oaxaca, donde la CNTE tiene mayor fuerza, los maestros quemaron 30 casillas e impidieron la instalación de otras tantas, y los enfrentamientos con las autoridades resultaron en más de 70 detenidos. Los padres de Ayotzinapa tuvieron más éxito: el boicot al que convocaron provocó la cancelación de las elecciones en el municipio de Tixtla, donde se encuentra la escuela Normal a la que acudían los desaparecidos. Hay que resaltar que ahí no hubo detenidos, y los habitantes del municipio inconformes con la quema de casillas se enfrentaron a los normalistas. Parece que el gobierno de Peña Nieto prefiere dejarlos hacer algunos destrozos que explicar que pasó en la noche del 26 de septiembre de 2014.
Sin embargo, lo peor es la escena grande, con los resultados enfrente. El PRI volvió a ganar, con 10 y medio millones de votos, o casi el 30%. Su aliado incondicional, el Partido Verde, que violó constantemente las leyes electorales y aun así no perdió el registro, obtuvo el 7%, para darle a la revolución institucional la mayoría relativa en el congreso. El triunfo de candidatos independientes es un paso importante que muestra descontento, pero el panorama es desalentador. 10 millones y medio de mexicanos salieron el domingo 7 de junio a refrendar un sistema opresor, corrupto y nepotista. La masacre del 68 debería ser razón suficiente para que en México no se volviera a votar por el PRI, pero cómo explicarse que después de Iguala, la inseguridad, los múltiples escándalos por conflictos de interés que envuelven al presidente, su familia y el gabinete, las inauditas declaraciones de sus hijas, los despilfarros en viajes oficiales, los constantes recortes al crecimiento económico en los últimos meses, y la caída del peso frente al dólar, la mayor parte de los votantes sigan pidiendo más de lo mismo. La causa es una mala o inexistente educación que aqueja las regiones rurales (según datos del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM el 41% de la población mayor de 15 años se encuentra en rezago educativo), Kumamoto y su equipo, por ejemplo, ganaron en parte gracias a la acertada elección de elegir el distrito con mayor índice de escolaridad en el estado. La pobreza que lleva a un campesino a dar su voto por una despensa. Pero también falta de memoria, un mal punzante incluso en los altos estratos. “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.