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Elecciones 2020: llegó la hora de la verdad, ¡soy Spartacus!

La pantalla del televisor se congeló, quedó una última imagen y junto a la imagen, las palabras fueron desapareciendo. En mi cerebro la imagen se fue transformando en una fila de hombres libres, esclavos liberados, poetas liberados de sus cadenas, jóvenes procedentes de todos los territorios ocupados por el imperio y cuando el emperador preguntó por Spartacus, todos, todas, se pararon y uno tras otro, tras otra, exclamaron ¡Soy Spartacus!

En el medio de la pantalla, Spartacus.

Nos lo habían anunciado, nos lo habían prometido: pan y circo; esta noche arrojaremos a Spartacus a los leones, aquel que osó oponerse al imperio, aquel que hizo caer las cadenas y renacer la esperanza.

Todos, prometían, todos lo atacarán, de todos los ángulos; debe responder, clamaba la guardia pretoriana.

La masa, yo entre ellos, ocupaba las graderías, las destinadas al pueblo. Un emperador, desde la lejana India, parado sobre la espalda ensangrentada de los musulmanes mientras el jefe del nuevo territorio conquistado clamaba ¡libertad de religión!, pero libertad como corresponde, solo para algunos, sonriendo, levantaba el pulgar para lentamente ir bajándolo y condenar a muerte al cristiano, acá en South Carolina.

Mi señora desesperadamente llamaba al proveedor de imágenes para que nos devolviera la imagen y la palabra. La única amenaza que surtió efecto fue, “o lo arreglan o votamos por el emperador”.

Sacaron al baile lo más sucio, y se ensuciaron las manos. En una esquina, Poncio Pilatos ofrecía dorada palangana llena de la sangre de los muertos, del sudor de las minorías, aquellos que no cuentan, para que se las lavaran. Todas y todos se acercaron.

No estaban atacando a un candidato, estaban atacando la esperanza, querían a Spartacus crucificado por el ejemplo, como por el ejemplo se torturaba allá, en lejanas épocas en mi país, Chile, pero de eso no se habla, nuestra conciencia es selectiva.

Estaban atacando los sueños, los sueños de una madre imaginando el futuro de su hijo, su hija, los sueños del padre sin educación imaginando a su hijo graduándose de la universidad, aquella a la que no pudo asistir por no tener los medios, atacaban al, a la jefa de familia que se imaginaba cortando en dos una tarjeta de crédito, aquella que le permitía llegar a cubrir los gastos semana tras semana mientras semana tras semana añadía un nuevo eslabón a la cadena que le impedía avanzar, atacaban a las mujeres que se veían propietarias de su cuerpo y su destino. Atacaban a aquel, aquella, que por fin podría ir al médico sin tener que quitarse, o quitarles la comida de la boca a sus hijos. Atacaban para defenderse y defender el statu quo.

El candidato a destruir, a asesinar en público, representaba el peor peligro para este país: que los necesitados, los huérfanos de fortuna, pero no de sueños, se paren y griten a los grupos de poder: 

¡soy Spartacus!

La imagen regresó a la pantalla, apagué el televisor, ¡en qué país vivimos en que las crónicas de un intento de asesinato se venden como noticia!

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