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El virus y la riqueza

Cuando salgamos de esta pandemia, de esta crisis global nada será igual.

Hace cien años que no habíamos experimentado un miedo sin fronteras.

¡Oh!, habíamos sentido miedos individuales, algunos nos habíamos enfrentado al horror, pero al menos se sabía de dónde venía.

Hoy el miedo es a lo desconocido, al vecino que hasta ayer saludábamos, al mendigo del cual nos compadecíamos y hoy nos alejamos como de la peste y por dos razones, por el temor al contagio y porque nos vemos reflejados en una catástrofe económica que se aproxima, solapada, escondida en las faldas del virus.

Nada será lo mismo, los sobrevivientes saldrán de la penumbra y buscarán a su alrededor una cara conocida, y el amigo siendo el mismo no será el mismo, el temor cambia a la gente, marca la cara, penetra los ojos para esconderse en la mirada.

La vergüenza de un no hice nada, pero me protegí, o la vergüenza de pude haber hecho más, nos hará sentir culpables, culpables de una hecatombe que nos sorprendió y remeció nuestra sociedad hasta los cimientos.

Los héroes anónimos seguirán siendo héroes anónimos.

Nada será lo mismo, para bien o para mal la sociedad habrá cambiado.

¿Nada será lo mismo?

Los sin vergüenza, escondidos en las cuevas más confortables, habrán frotado sus manos y preparado el regreso de la riqueza.

Las quiebras se multiplicarán en espera de generar generosas ganancias en un mercado volátil, nunca antes tantas quiebras se habían generado en tan corto tiempo.

En medio de una crisis acentuada por sus intereses, ellos, los sinvergüenzas, expandieron sus tentáculos para saquear los fondos de los Estados y envolver la nueva sociedad,

enterrar los muertos

y lucrar por otros cien años.

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