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El vino de los demonios

San Agustín –quien no contento con ser un santo, también era un genio-, decía que “la poesía es el vino de los demonios”. Hago poesía desde la infancia, pero confieso que lo que escribí –más o menos- hasta los 35 años de edad, carece de todo valor. Sólo cuando comencé a escribir versos negros, malignos, malditos, algo sucedió sobre la página en blanco; es una magia que no se produjo antes.

He leído a muchos poetas, pero creo que pocos han logrado asombrarme como Charles Baudelaire. Quizás Borges, Sor Juana Inés de la Cruz, Ramos Sucre, Rafael Cadenas, Eugenio Montejo, Ludovico Silva, Joao Cabral de Melo Neto, y Vicente Gerbasi, sean los que siguen en mis preferencias. Pero, sin duda alguna, Las Flores del Mal, es el libro de poemas que más me ha marcado. Por sus insólitas imágenes espectrales.

Por lo general, los poetas somos unos muertos de hambre. Es muy difícil en el mundo de hoy, impíamente esclavizado por Twitter y el iPhone 6, vivir decorosamente de la poesía. Es verdad que la poesía siempre ha estado eslabonada a cierto aire clandestino, de bajo mundo, barriobajero, pendenciero y sensual. No obstante, publicar un poemario siempre será deseable, e, incluso, recomendable.

Es algo sorprendente que, en Venezuela, si quieres publicar un poemario, casi todas las editoriales –valga decir que son dos o tres- te exigen haber ganado un premio. Nada más lejos de las candilejas de un aséptico jurado, que la labor de un poeta. El poeta –por lo general- hurga entre el estiércol, para dar con una perla negra. Es como el amor para Stendhal: bella flor que debes recoger al borde de un horrendo precipicio.

Lo que a un narrador, le toma innumerables folios empaquetar, a un verdadero poeta apenas le toma un par de versos. El odio entero cabe en una rima. El amor se puede oler en un par de versos. Guerra y Paz –de Leo Tolstoi- es un libraco robusto y corpulento. Las Flores del Mal, puede leerse de una sentada, pero me atrevería a decir que son dos obras muy equiparables, en cuanto al voltaje de la pluma.

La poesía no es ni buena, ni mala. Hay poetas como Baudelaire, y poetisas como Santa Teresa. Uno puede cantarle, así al Demonio, como al Espíritu Santo. Pero, sea como sea, los demonios siempre se van a emborrachar de poesía. Los diablos son felices cuando alguien pare un buen poema. Olvidé mencionar a García Lorca, un monstruo, que peleaba a muerte con el “duende”, cuando enfrentaba la página en blanco.

Whitman cantó la naturaleza, y gritó loas estridentes a su propio cuerpo. Pero Joao Cabral de Melo Neto prefirió el verso frío, elogio del ingeniero. Ramos Sucre emprendió un viaje al centro de su propio infierno –el riesgo había que correrlo-, que lo condujo al suicidio. Neruda condenó a las zapaterías, y a los desvaídos hospitales. Vicente Gerbasi se detuvo en la fragilidad de un diente de niño. La poesía da para todo.

Yo he querido despojar al verso de ese devaneo inocuo con la candidez, que buscan muchos lectores. He cantado al sexo de una mujer, al de un hombre, le he cantado al dinero vil, al Diablo cruel, a la Luna hiena, a un patán de Calvin Klein y Master Card Black, al rock and roll, al backstage, a la mafia, le he cantado a las prostitutas; mi obra entera se lee en http://www.lamaquinadehacerpalabras.blogspot.com.

Pero, ¿por qué La Máquina de Hacer Palabras? Porque, decía Picasso, es verdad que la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando. Un día me propuse manufacturar poemas, como autos de lujo, que pudieran comercializarse al mejor postor. El blog pasa de 200 poemas. No encontrarás allí elogios de la rosa, ni del hermoso sonido del mar; encontrarás rimas infernales, matemáticas, frías, cínicas, ácidas; en fin, es poesía maldita del siglo XXI.

Nuestro querido editor, Juan Luis Landaeta, lanza por estos días al mercado editorial su ópera prima, Litoral Central. El sello es Sudaquia Editores, y la colección es El Gato Cimarrón. No he tenido el privilegio de leerlo, pero sí he podido sostener con Juan Luis enriquecedoras conversaciones vía Skype. Sé que el poemario no tiene desperdicio. Además, si algo tiene Venezuela, es inmensos poetas.

No quiero cerrar, sin referirme a uno de ellos: Juan Sánchez Peláez, otro maldito venezolano. Sin restar méritos al maestro Rafael Cadenas, que es tenido –no sin razón total- como uno de los más altos poetas de la patria, suele subestimarse a Sánchez Peláez, quien no tiene nada que envidiar a Cadenas. Su obra es sorprendente, inmensa, y además muy adelantada a su tiempo.

Hay que emborracharse -como decía Baudelaire- de vino, de poesía o de virtud. La locura es la madre del poeta. Y bien dijo Cerati, en su obra final, Fuerza Natural: “todo es mentira, ya verás, la poesía es la única verdad”. La rola se llama Deja Vu. Quítame el agua, pero no me quites la poesía, ni la entrepierna húmeda y carnosa de una hembra. La poesía es gratis, como el aire; pero si podemos cobrar algunas monedas por escribirla, tanto mejor. Sin falsos purismos. París bien vale una misa.

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