El semáforo cambió y el árbol se agitó a modo de despedida, avanzando delante de mí. Era un álamo joven, moviendo sus hojas acorazonadas desde el remolque de un Suzuki rojo. Siempre he tenido la sensación de que las plantas pizpiretas me dicen adiós cuando pasan a bordo de un vehículo, como niños excitados en un viaje de vacaciones, hacia un nuevo lugar.
El álamo se desvió hacia la derecha y yo seguí, con un suspiro, mi camino, algo triste por separarme de este árbol, con cuya madera se tallaban en la antigüedad amuletos para los viajeros.
Puse en marcha el podcast que había encontrado por fin durante el semáforo.
El profesor de Educación y Psicología Peter T. Coleman, del Laboratorio de Conversaciones Difíciles de la Universidad de Columbia, habla sobre resolución de conflictos y paz sostenible.
Aunque los entrevistadores suenan un poco “coca-cola”, con una excitación forzada y un diálogo poco natural entre ellos, el profesor Coleman contesta con distensión y brevedad. Las preguntas son obvias, quizás porque el tema es tan presente. ¿Estamos ahora menos capacitados para el diálogo? ¿Es posible conversar con el que piensa distinto y llegar a un acuerdo? ¿A qué se debe la polarización actual en el debate político? ¿Existe el diálogo en las redes sociales? ¿Por qué un “laboratorio de conversaciones difíciles”?
Por encima de la valla de separación en la mediana, aún veía las ramas más curiosas del álamo, asomando sobre el techo de un Mini azul. Nos detenían ahora semáforos paralelos hacia nuestros destinos separados.
Recordé que a Hércules le tejieron una corona con ramas de álamo, un árbol al que encargamos la custodia de lindes y sendas. Las de este joven ejemplar, asomadas sobre las barras de metal, seguían con el cuello estirado, absorbiendo todo lo que veían. Sería su primer viaje fuera del jardín en el que creció, fuera de la fila de iguales, más allá de la extensión verde del vivero. También posiblemente el último.
La voz plateada de Coleman me devuelve al interior del coche. Sus frases cumplen el principio de los diamantes, valiosas y relucientes al estar bien cortadas. Habla sobre la dificultad para establecer un diálogo cuando la piel se convierte en caparazón y no sentimos al otro. Cuando más nos encaramamos en nuestras certezas, más difícil nos es percibir al distinto.
Recuerdo un libro, “La vida secreta de los árboles”, de Peter Wohlleben. El naturalista habla de las raíces como el cerebro de las plantas. Es donde almacenan el conocimiento otorgado por la experiencia, en forma de sustancias y reacciones químicas. Es además su parte más estable, ¿dónde si no almacenarían la información importante a largo plazo para su supervivencia?
Las certezas, como las raíces de un árbol, nos sostienen, pero nos limitan la capacidad de comprender la complejidad de un tema. A mayor certeza sobre la idea de que “los otros” son idiotas, menor capacidad para percibir las diferencias dentro del bloque gris en el que empaquetamos a “todos esos” y las razones detrás de su opinión.
Sin caer en el relativismo del todo vale, Coleman considera necesario usar el diálogo, en cualquiera de sus formas, para permitir que comunidades cuya coexistencia es ineludible lleguen a un acuerdo que evite una escalada del conflicto y de la violencia.
Las últimas elecciones en Estados Unidos, con su penosa campaña electoral y el asalto al Capitolio, y la banalización del insulto y el desprecio por los hechos que se extiende en la clase política europea hace que los laboratorios para las discusiones difíciles sean necesarios, como las biopsias de una enfermedad que es importante detener a tiempo.
En el bosque, todas las especies quieren sobrevivir y toman de otras lo que necesitan, incluso unos árboles roban a otros, escribió Wohlleben. Pero en el delicado ecosistema natural, aquel que toma más de lo que necesita y no da nada a cambio, destruye su fuente de vida y acaba extinguiéndose.
Coleman matiza la palabra inglesa “discutir”, a menudo usada en el sentido de “hablar” (como en “let’s discuss about this trip tomorrow”), para acercarla al sentido de “diálogo” y alejarla del más frecuente “debate” que tanto fomentan los medios de comunicación y, sobre todo, las redes sociales. Tenemos que dialogar sobre los temas necesarios, incluso si son difíciles.
Dialogar no es buscar y encontrar (o inventar) los puntos débiles del contrario para tumbar su argumento. Consiste en exponer tu punto de vista y escuchar con respeto el del contrario, admitiendo que podría no haber un terreno de encuentro. O sí.
Un árbol no anda. Allí donde nace, muere, salvo que lo arranquen y lo remolquen. Pero por eso sus descendientes, aún en forma de semillas, tienen la misión de viajar, ampliar su espacio vital y buscar nuevas tierras fértiles donde empujar la vida hacia delante.