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El triunfo de Rousseff y América Latina

Cuesta arriba. Dilma Rousseff ganó las ‘presidenciales’ el pasado domingo 26 de octubre. Mas, no fue un triunfo arrollador, como seguramente hubiese querido. Todo lo contrario. Después de una campaña electoral atípica, obtuvo una victoria al “fotofinish”. Tan sólo la separaron de su adversario político unos tres millones de votos, en un océano de 146 millones de electores. Decimos, apenas 3 puntos porcentuales. De hecho, Rousseff obtuvo el 51,64 por ciento de las preferencias al tiempo que Aecio Neves el 48,36 por ciento.

Fue sin duda una campaña electoral distinta a las demás. Marchas y contramarcha. Altibajos en las encuesta. Y muchas sorpresas. A saber, la muerte repentina de Eduardo Campos y de su equipo de campaña, en un accidente aéreo, que proyectó a Marina Silva a la arena política; el ascenso vertiginoso de la candidata ambientalista; la victoria inesperada de Aécio Neves en la primera vuelta y el ascenso acelerado de su candidatura que lo lleva a un paso del triunfo en la segunda. Es más, hay analistas que señalan que al candidato de la Oposición le faltaron días. Si hubiese tenido un poco más de tiempo, dicen,  “hubiera sido otro cantar”.

A pesar de todo, el triunfo di Dilma Rousseff era esperado. Analístas y críticos del sistema político y administrativo de Brasil han siempre subrayado que los presidentes de turno – todos, sin excepción – le deben mucho a las regulaciones débiles que restringen el uso por parte del gobierno del aparato estatal para fines de campaña. Es indudable que el margen de abuso de poder, dinero público, los medios y la mayoría de las instituciones estatales al servicio de los presidentes hace que resulte imposible, o casi, derrotarlos. Y las elecciones recientes no fueron la excepción. Las ventajas de tener todas las herramientas que otorga estar al gobierno permitió a Rousseff  no sucumbir a las adversidades. De hecho, la elección ocurrió con un escándalo de corrupción como telón de fondo. Por último, cabe señalar que el respaldo del ‘viejo’ líder Ignacio ‘Lula’ Da Silva, quien intervino en la campaña electoral para contribuir al éxito de su ex ministro y  para salvar a su partido de la derrota,  pareciera haber sido  determinante.

Un país dividido. Este es el que gobernará Rousseff en los próximos años. Y no hay que sorprenderse. Los estados del Norte y del Nordeste – léase, Bahía, Pernambuco, Pará, Minas Gerais, Amazzonia,  entre otros -, votaron en bloque a Rousseff. Estos son los Estados más pobres y atrasados del País. En cambio, los Estados del sur, que dicho sea de paso son los más ricos e industrializados de la nación, prefirieron a Nieves. Con este triunfo, el Partido de los Trabajadores, verdadera máquina electoral y la mayor formación con estructura de partido político de Brasil, estará en el poder en el país, al menos, 16 años seguidos. A saber, ocho con Lula (2002 – 2010) y otros tantos con Rousseff (2010 – 2018).

Los próximos 4 años serán un reto para la presidenta Rousseff. Las urnas han enviado un mensaje claro. La insatisfacción social detrás de la ola de protestas que aglutinó a millones en 2013 y las manifestaciones multitudinarias  antes, durante y después del mundial de fútbol, se vieron reflejas en el voto de la semana pasada. El modelo económico que se destacó en la última década por rescatar a millones de la pobreza y por ampliar la clase media, pareciera hoy agotado. La crisis económica golpea a los pobres, quienes sueñan con una mejor calidad de vida, y a la clase media, que teme perder sus privilegios.

Para algunos economistas y duchos en la materia, Brasil se encuentra actualmente en “recesión técnica”. El Producto Interno Bruto de la séptima economía mundial, en los últimos cuatro años, ha crecido apenas del 1,6 por ciento. Una tasa muy por debajo de la que, hace una década, asombró al mundo. Por otra parte, el desempleo ronda el 5 por ciento y la inflación está creciendo paulatinamente. Se estima que, a fines de 2014, será de poco más del 6 por ciento. Este, en un país que sufrió las devastadoras consecuencias de las hiperinflación (no hay que olvidar que en 1993, antes del ‘Plan Real’, la inflación fue de 2.477 por ciento), es un tema muy sensible. Es evidente que el motor de la economía está parado. Y es preciso reactivarlo. Los industriales y los inversionistas extranjeros, hoy renuentes en tomar cualquiera iniciativa, esperan una señal del Gobierno.

La disyuntiva de Rousseff: ¿qué hacer? Seguir el modelo puesto en marcha por Lula en el 2003, que pareciera estar definitivamente agotado, o explorar nuevos rumbos, tomando las decisiones necesarias para impulsar los cambios?

Todas las miradas hacia el coloso suramericano. Decimos, no son únicamente los brasileños los que se preguntan qué decisiones tomará el gobierno de Rousseff en los próximos meses. Los resultados electorales pusieron de manifiesto las dificultades del Partido de los Trabajadores y al descubierto sus contradicciones. Se abrieron las primeras grietas y la pugnas internas cobran fuerza. Todo esto es una señal de alarma para aquellos gobiernos que se proclaman progresistas y revolucionarios.

La llegada de ‘Lula’ al gobierno fue interpretada por la mayoría de los suramericanos como el inicio de una nueva “primavera” para la región. Es decir, como el comienzo de una nueva manera de interpretar el rol que debe desempeñar el Estado. La ola de cambios había comenzado con el triunfo de Chávez en 1999 en Venezuela. Y fue ampliada con la llegada de Kirchner en Argentina (2003), de Evo Morales en Bolivia (2005), de Tabares Vásquez en Uruguay (2005) y de Rafael Correa en Ecuador (2006). Es un tsunami que agita América Latina que por años había sido sacudida por la conflictos armados protagonizados por los movimientos revolucionarios y los gobiernos moderados.

Diez años después, la coyuntura pareciera haber cambiado. La democracia se ha consolidado. Sus instituciones, a pesar de la embestida populista, han resistido. Las reformas sociales avanzan indetenibles. Se ha reducido la pobreza y se ha fortalecido una nueva clase media. Las decisiones que tomará el gobierno de la presidente Rousseff en los próximos meses podrían ser determinantes para las sobrevivencia de los gobiernos populistas que hoy parecieran haber perdido el apoyo popular. Otros países reclaman cambios económicos profundos que permitan fortalecer las conquistas sociales alcanzadas y acelerar la democratización del bienestar social. El voto democrático ha sido la esperanza de Brasil. Ahora lo es de América Latina.

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