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Enrique F Vilas

El tiempo que nos ha tocado vivir (II): recesión, pobreza, desigualdad

La pobreza es una abstracción, incluso para
los pobres. Pero los síntomas del empobrecimiento
colectivo están a nuestro alrededor […] La desigualdad
es corrosiva. Corrompe a las sociedades desde dentro.
El impacto tarda en hacerse visible […] pero las
personas tienen un creciente sentido de superioridad (o
inferioridad) basado en sus posesiones”.
Tony Judt, Ill Fares the land.

Resaltábamos en un texto anterior la importancia que la Ciencia Social, en sentido inter-transdisciplinar de la misma, debe tener en el análisis de la nueva sociedad que va a surgir de la expansión de la COVID-19. En términos económicos, esto será traducido en análisis del aumento de la pobreza y la desigualdad que se aproxima.

De la concepción del hombre como ser alienado, enajenado, en Karl Marx a la Teoría del Conflicto y la Teoría ecológico-evolutiva de Gerhard Lenski. De una u otra forma, las sociedades se dividen por estratos sociales, que generan desigualdades materiales y simbólicas de forma coyuntural. La historia del ser humano se caracteriza por la diferencia y la desigualdad. Y esto se acentuará tras la llegada de la COVID-19 de dos formas: dentro de las propias sociedades (intra-estatal) y entre sociedades (inter-estatal). Es posible, por tanto, que la estructura centro-periferia esté más presente que nunca.

Actualmente, y bajo trabajos de gran consenso académico en cuanto a su validez, como los de Branco Milanovic, Thomas Piketty, Harold R. Kerbo o Anthony Atkinson, se han venido estudiando varios conceptos que sufrirán una gran variación en cuanto a datos tras las crisis económicas “post-COVID-19”. Si tomamos como punto de partida la conocida “grafica del elefante” propuesta por Milanovic, vemos un claro estancamiento de grandes sectores poblacionales a lo largo de tres décadas. Esta constante en ingresos que, según el propio autor pertenecen a las “clases populares”, pueden ser las más afectadas en los próximos años. Los datos y predicciones realizadas por Oxfam International no son precisamente halagüeñas, y es que todo prevé el aumento tanto de la “pobreza moderada” como de la “pobreza extrema” y la “pobreza crónica”:

 

Gráfico I. Población en situación de inseguridad alimentaria en 2017 y 2020.

Fuente: Chetcuti, P., Cohen, M., Farr, E., & Truscott, M. (2020). Later Will Be Too Late: How extreme levels of hunger have not been averted despite alarms. Oxfam briefing-Oxfam International, pp. 1-10.
Fuente: Chetcuti, P., Cohen, M., Farr, E., & Truscott, M. (2020). Later Will Be Too Late: How extreme levels of hunger have not been averted despite alarms. Oxfam briefing-Oxfam International, pp. 1-10.

 

En este sentido, el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID) entiende la “pobreza crónica” como aquella que se tiene lugar a lo largo del tiempo, es decir, estructural. Este tipo de pobreza se sitúa por encima del 90% en la “pobreza extrema” y en la mayoría de la “pobreza moderada”. Un ejemplo claro de “pobreza crónica” lo podemos situar, a modo de ejemplo, en la República de Honduras, donde el 90% de su población ha padecido, en algún momento, la pobreza -aunque en diferentes grados-, durante el período 2003-2013.

De este modo, para un país como España, considerado el epicentro de la pandemia en Europa en este momento, se prevé un aumento de la pobreza en 1.100.000 personas más, conformando un total de casi 11 millones, de los 47 que tiene el país. Históricamente, el gasto en protección social representa en España unos números por debajo de la media de su entorno, el 23,4% del PIB, frente al 28,1% de media de la Unión Europea, según Eurostat. Todo ello, tornará en una mayor desigualdad para aquellas familias que no puedan asumir la crisis que se aproxima, incluidos ámbitos como acceso a recursos básicos, educación o cultura. Así lo resumía en una reciente rueda de prensa Fernando Simón, Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad español: “No es lo mismo un niño que tiene su propia habitación, su propio ordenador y una buena Wi-Fi, que un niño que comparte habitación con dos hermanos, o incluso con padres, que no tiene ordenador y, además, no tiene Wi-Fi (…) Hay que hacer un esfuerzo (…) Porque todos tienen el mismo derecho a la educación. No consiste en tener un grupo bien formado, sino una generación bien formada”

En términos globales, podríamos encontrarnos en los próximos meses con un aumento de 115 millones de personas más en situación de pobreza, conformando un total de más de 1.400 millones en todo el mundo. Así, la pobreza y la desigualdad crecen en el mundo moderno, en lugar de disiparse, y la importancia de su estudio reside en la construcción y aplicación de redes de protección social en aquellos países más afectados en términos porcentuales. Pero es que, en contra de lo que se ha dicho, la COVID-19 sí entiende de clase social. Pretendemos así que estas líneas puedan servir de ilustración para problemas que se aventuran cercanos, también en el continente europeo donde, algunos, a lo largo del tiempo, se han sentido intocables. En este sentido, la ética y la filosofía política deberán jugar un papel esencial. Por todo ello, es quizá momento de (re)pensar el mundo, la sociedad que queremos, y de reivindicación de la idea de “comunidad”, adaptada a nuestro tiempo, puesto que esta, tal y como afirma Tomasso Campanella “hace a todos los hombres ricos y pobres a un tiempo: ricos, porque todo lo tienen; pobres, porque nada poseen, y al mismo tiempo no sirven a las cosas, si no que las cosas les obedecen a ellos”. Necesitamos, ahora sí, un nuevo Contrato Social. Necesitamos una Gran Transformación.

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