Los últimos tuiteos de Trump muestran a un individuo obsesionado con permanecer en el poder pese a que lo ha perdido ante Joe Biden, un presidente electo que lo supera en sagacidad, experiencia, sabiduría. La sobrina carnal del presidente, Mary Trump, psicóloga de profesión, predijo correctamente que la conducta de su tío empeoraría cada día más. La tendencia se mantiene.
Trump no es un sujeto estable, sereno y racional en la medida que se requiere para ser presidente de los Estados Unidos. Su base nazi abona en favor de este juicio. Apoyar al nazismo y ser apoyado por él constituye un despropósito histórico. La fuerza que costó al planeta más de cincuenta millones de vidas —cerca de 300,000 a los Estados Unidos— tuvo acceso diario al presidente mediante Stephen K. Bannon, mafiosillo de baja estofa y animador del nazismo aquí y en Europa.
Bannon trabajó como estratega en jefe de Trump durante ocho meses y acaso influyó en las decisiones de su patrón. La presencia de un prosélito de Hitler en la sala oval es consecuencia patente del gobierno de Trump, y constituye una vergüenza difícil de superar.
Trump y su agenda han fracasado en medio de una pandemia causada por un virus que genera alucinaciones. Trump sucumbió al coronavirus por fundamentalista, teniendo el botón nuclear al alcance de la mano. Los peores momentos de Roma vienen a la mente.
La Casa Blanca se ha convertido, gracias a Trump, en foco de contagio o, mejor dicho, vector del coronavirus. Sus manifestaciones de campaña también han contribuido a la propagación del COVID-19.
¿Cuántas personas han muerto o se han contagiado debido a la conducta de Trump y asociados? ¿Quién juzga a un expresidente de los Estados Unidos? Quizá la alta votación que ha recibido un sujeto que padece de la mente obliga a los demócratas a callar. Pronto lo sabremos. Me inclino a decir que no será una corte sino la historia la que juzgue al neoyorquino. El tiempo dice la verdad.
En los Estados Unidos circula el fantasma del socialismo. Es un error rotundo o una mentira intencionada confundir el socialismo —que sólo existió trágicamente en la Unión Soviética, China y satélites— con un sistema de salud moderno al alcance de toda la población, ya sea privado o público.
Lo público no significa socialismo. Cuando la empresa privada no logra o no quiere incluir a toda la población en el sistema de salud, la opción pública se hace necesaria, y no implica menoscabo de calidad: si no tengo carro o no quiero manejar, uso el transporte público y llego a tiempo y calmado.
No es ni moral ni técnicamente justificable que no se atienda a millones de personas porque carecen de seguro médico. Eso es lo que ocurre en el experimento americano. La crueldad pareciera imponerse, aunque más de la mitad de los americanos haya invocado, como se dice, a nuestros mejores ángeles. No les falta razón pues el infierno está vacío y todos los diablos están aquí (Shakespeare).
El capitalismo ha reclamado la conducción de la humanidad y la ha obtenido. Serían fatales las consecuencias de que las riendas se le escapen. De hecho, se le escaparon en China cuando se castigó al médico que tañó la campana de alarma y luego falleció de coronavirus, combatiéndolo. El capitalismo suelta las riendas cuando un presidente fascistoide adula a tiranos o a mandatarios que lo imitan o a quienes, como en el caso de Putin, le sirven de ejemplo.
La insurgencia del nazismo sucede a partir de células terroristas que crecen a la menor oportunidad. En Estados Unidos, corresponde a las milicias e individuos de ultraderecha la gran mayoría de actos terroristas.
La ignorancia, la ciencia infusa y la canallada pura permitieron que Stephen K. Bannon, un nazi, se paseara por la sala oval como en su rancho y acaso influyera en un presidente mentalmente dislocado. Hace poco, Bannon dijo que convenía decapitar al director del FBI y al doctor Fauci, y las cabezas de ambos debían ser puestas como advertencia en la punta de sendas picas en ambas esquinas de la Casa Blanca.
Claro indicio de lo que sería una dictadura a la americana.