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Adrian Ferrero

El testimonio público como principio de autoridad en políticas de salud mental

En la lucha (en la que estamos comprometidos algunos de nosotros, con la inclusión de varios otros profesionales de las Humanidades, las Ciencias sociales o las distintas artes) por comprender y revertir el estigma que ha recaído históricamente sin ninguna clase de fundamento sobre el paciente con enfermedades o patologías mentales, me refirió una Psiquiatra doctorada en Medicina por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) que el país que estaba a la avanzada en esa materia era Canadá. Después de haberlo intentado todo: cursos, capacitaciones, campañas de difusión, iniciativas para la concientización, emprendimientos para revertir esta actitud que la ciudadanía atributivamente depositaba en las personas con enfermedades mentales, el recurso o el método más exitoso había resultado el de que pacientes que padecían una patología mental hablaran por sí mismos en contextos específicos acerca de su experiencia. La idea, formulada más simplemente, es que dieran su testimonio, expresaran su historia, realizaran una “narrativa de la enfermedad”, digamos en términos de mi especialidad en Letras, una vez recuperados o razonablemente recuperados. La idea era que existiera una voz. Y visto desde una perspectiva sensata, no caben dudas de que es cierto ¿Quién más autorizado para referirse a un problema de salud que su protagonista, quien lo ha padecido, que puede dar cuenta, también, del sufrimiento destructivo y del dolor pero asimismo del aprendizaje superador que supuso y hasta de una cura o una convivencia satisfactoria con la patología? Este es un punto clave. El del aprendizaje que provee la enfermedad. Por otra parte, tal paciente estaba en condiciones de informar acerca de qué patología padeció o padece, su diagnóstico (si así lo desea), cómo vivió o convive con ella si es de naturaleza crónica. De este modo, puede acercar a un público de base muy amplia que lo ignora, en qué clase de vida consiste padecer o haber padecido esta clase de patologías sobre las que cunde un manto de silencios o bien de invisibilización.

El presente artículo adoptará matices autobiográficos y en otros casos reflexivos en los cuales la enfermedad será motivo de meditación, no de narración. Me interesa la experiencia vivida solo en tanto que punto de partida para pensar la enfermedad. No para dar cuenta de un estado de cosas pasado o presente. De modo que si bien me serviré de tal experiencia (que no ocultaré), sí me despegaré de la experiencia empírica, de existencia constatable, para pasar a otra cosa. Dar cuenta de una serie de observaciones de las cuales he tomado nota, de deducciones que de ellas se desprenden, de puntos de vista que adopto, posicionándome en relación con corrientes de ideas en torno de la enfermedad y su construcción social. Así como de mi proyecto personal en directa relación con ella, que no es solamente el de una narrativa, como podrá apreciarse a continuación.

A partir de esta escucha de mi parte (curiosamente la escucha, la mía digo, fue de un tipo singular: una escucha pedagógica, cognoscitiva, de transferencia de información acerca de una práctica social que a ambos nos concernía, con mi Médica Psiquiatra), yo, que soy una persona que asume un rol activo en relación con las problemáticas socioculturales desde la perspectiva de la escritura en diversos contextos, desde los creativos bajo la forma de libro o antologías hasta los mediáticos (mi campo de competencia en este momento, en menor medida) o bien en instancias académicas, si ellas se presentan o promueven de modo serio, me había comprometido con un alto nivel de intensidad con la dimensión del testimonio en mi condición de paciente recuperado en directa relación con dos cosas: con el sufrimiento que había padecido pero con la esclarecida decisión de no victimizarme, autoestigmatizarme ni tampoco hacerme cargo de un estigma que no había sentido en lo esencial por parte de la sociedad. O lo había sentido en casos en que lo había podido relativizar porque esas descalificaciones (por cierto siempre infundadas) provenían de fuentes a las que verdaderamente no podía otorgarles ni autoridad ni crédito alguno. Resultaban de tan endeble argumentación, que no resultaba serio tomarlas en consideración.

En efecto, yo ahora tengo cincuenta y un años. Me había graduado de Profesor, Licenciado (con tesis) y Dr. en Letras en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Una de las dos mejores Universidades Nacionales de mi país. Había trabajado de docente universitario durante diez años de mi vida en dos Facultades y once en la Universidad Nacional de La Plata en otro establecimiento en total. Había obtenido altas calificaciones en mis distintos trayectos formativos. Publicado trabajos académicos y de investigación en distintos países de Europa, EE.UU. y América Latina. Obtenido tres becas bianuales de investigación de mi Universidad y un Subsidio para Jóvenes Investigadores también en ella, todos ellos por concurso. Había obtenido premios internacionales, nacionales, provinciales y municipales en el campo del ensayo literario. En la actualidad me había consagrado a la escritura creativa y publicado libros desde 2000 hasta el presente, participado de antologías de cuento y poesía por concurso o por haber sido convocado. Y profesionalmente al periodismo cultural en EE.UU., México, Venezuela y Argentina, con trabajos de crítica literaria sobre autores argentinos y internacionales, publicaciones interdisciplinarias individuales o en colaboración con artistas plásticos o fotógrafos profesionales de trayectoria internacional, había escrito encuentros imaginarios con escritores y escritoras celebrados. También músicos que  eran personalidades argentinas, de trayectoria internacional, ensayos literarios, ensayos socioculturales, artículos sobre salud (COVID-19, la citada salud mental), sobre música, e intérpretes. Había escrito reseñas de films y bibliográficas para varias Revistas académicas de EE.UU. así como entrevistas a escritoras y escritores argentinos o latinoamericanos. En fin, me sentía ampliamente capacitado, realizado y reconocido en estos senderos de la producción creativa y del conocimiento que había asumido de modo siempre desafiante frente a la sociedad, para nada complaciente. Esto es: inconformista. Había lanzado (precisamente el 27 de diciembre de 2021) una Página Web titulado Alianzas. “Un espacio creativo para la narración testimonial y la reflexión sobre la salud mental”, en la que había volcado parte de mis artículos sobre salud mental, otros sobre mi producción creativa, otros trabajos en coautoría de audiotextos a los que había aportado mis textos inéditos, mi lectura y voz y mi compañero en este emprendimiento, el músico Agustín Espinosa, les había puesto música. La identidad visual, en movimiento o bien fija, había corrido por cuenta de ambos por partes iguales. Él se había ocupado de la edición, al igual que de la Página Web Alianzas. ¿Qué venía  a sumar y qué venía a aportar un espacio de estas características? En primer lugar, desde una perspectiva honesta, que un paciente con una patología mental crónica era un productor cultural capaz de innovar, de autodesignarse y de investigar además de instalar debates en la sociedad o en las sociedades. Podía polemizar con la psiquiatría, la neurología o los acompañantes terapéuticos, además de los trabajadores sociales, si había disensos (que los había y los había vivido), Finalmente, abría el juego para ser escuchado y para que otros experimentaran ese espacio como un lugar de amparo. Si bien la Página Web aún no está concluida, sí ha quedado diseñada y sí están pautados sus contenidos, que irán siendo volcados en ella. 

Mis cavilaciones giraban más o menos en torno de lo mismo: la relación entre políticas del texto y género, violencia simbólica y física hacia grupos vulnerables, marginación o bien discriminación hacia distintos grupos, el estudio de los contextos mediáticos (en el seno de los cuales precisamente publicaba mis propias producciones), la relación entre escritores y dignidad y escritores o tacañería en torno de las “auspiciosas carreras” con vistas al exitismo, pero un total desentendimiento del conflicto social con énfasis en la enfermedad mental, la escritura como traducción, la relevancia de privilegiar la dignidad del semejante frente a cualquier intento por denegársela, la centralización de la producción de la literatura argentina en la ciudad de Buenos Aires frente a la ausencia de federalismo en el resto de mi país, motivo por el cual había comenzado desde muy joven a publicar en el extranjero. Naturalmente los estudios literarios de mi especialidad, entre ellos la literatura infantil y juvenil argentinas. Mis herramientas eran una formación académica de base en la carrera de Letras (como dije), en poética, crítica y teoría literarias y Ciencias sociales. Parcialmente los estudios culturales. Por dentro de estos campos, mencionaría concretamente la Sociología de la literatura, la Sociología de la cultura, los Estudios sobre el lenguaje (en sus distintas vertientes), la Teoría de género con énfasis en los estudios sobre la mujer. Me había especializado como campo de estudios en la literatura argentina contemporánea. Y en la literatura infantil y juvenil argentinas y sus temas de teoría correspondiente, realizando numerosas publicaciones desde hacía ya doce largos años, tanto académicas como en el seno del periodismo cultural. En las Revistas culturales publicaba cuentos y series de poemas. 

Se podría decir que el año 2021 marcó un punto de inflexión porque fue en el que, sin proponérmelo deliberadamente, a partir de una madeja tejida a lo largo de muchos años (a partir de un prototexto testimonial y reflexivo que databa de 1995 y que había publicado en el diario de mayor circulación de mi ciudad), se fue desovillando una trama que antes había permanecido en un estado de latencia activa. En efecto, en sendas revistas de NY y Mendoza (Argentina), concretamente ViceVersa Magazine y Hay que decirlo, con libertad, había escrito trabajos sobre salud mental de modo sistemático. Estos trabajos comenzaron con un artículo periodístico de abordaje de crítica literaria y analítico sobre el Quijote puesto en diálogo con la sociedad y su hipocresía y luego otro artículo sobre estudios de caso en torno de algunas figuras paradigmáticas de la Historia del arte en Occidente (Camille Claudel, Vincent van Gogh, Antonin Artaud) 

     No obstante, llegó una altura del año, más concretamente el mes de octubre, en el que publiqué un artículo testimonial en primera persona acerca de la enfermedad mental. Y lo hice en la revista de NY porque me pareció que una metrópoli cultural como esa sería un contexto cultural tanto más propicio, auspicioso y receptivo para  un texto que abordaba lo que para mí era una construcción social (por lo general en términos de la circulación de discursos sociales, a lo que se podrían sumar algunas prácticas sociales concretas), términos bajo los cuales definiría enfermedad mental, si bien intervienen por supuesto factores psicofísicos. En efecto, estoy sumamente interesado en el modo como las enfermedades mentales son constructos sociales o, más ampliamente, culturales. Y digo “culturales” precisamente porque cada cultura construye sus enfermedades socialmente de un modo singular. Así como construye sus curas. Desde la Antigüedad hasta el presente. Por lo que la temporalidad y la Historia han sido factores determinantes para la tal intervención (consciente o inconsciente), evaluación y recepción social. De modo que mi intervención social buscaba una exposición con el objeto de otorgar un respaldo contundente al discurso que estaba dando a conocer. Un discurso electrizante desde el punto de vista emocional. Pero al mismo tiempo un discurso poderoso. Porque se oponía de modo terminante al discurso unívoco, lineal, que no admitía contestaciones ni cuestionamientos que, de modo alarmante, cundía en torno de la patología mental. Al punto de que produjo un enorme shock mi intervención en la esfera pública a partir de la publicación en la revista cultural independiente ViceVersa Magazine y luego en parte las sucesivas que realicé desde Argentina porque me ocupé personalmente de distribuirlo vía redes sociales. Fue ponderado por Médicos Psiquiatras de muchos prestigio, de trayectoria internacional, quienes hicieron hincapié en el “coraje” y la “valentía” (cito sus palabras)  y percibí un aval y un interés por el hecho de que había pronunciado palabras a las que muchos aspiraban pero no se atrevían. Ese shock tuvo que ver, sobre todo, con que lo que por lo general permanecía sustraído a la mirada pública, era eludido, de pronto salía a la luz. Yo procuraba en un doble movimiento iluminador que lo fuera porque volvía visible lo invisible, como primera instancia. Esto es: al cono de sombra le oponía una linterna o una lámpara que dejaba al desnudo prácticas sociales en torno de diversos temas que largo sería resumir en estas pocas líneas. Como segunda instancia, para que fuera esclarecedor, sumaba a ello reflexiones nítidas. 

Naturalmente que el artículo con matices testimoniales tenía contenidos informativos, por un lado. Por el otro, fuertemente reflexivos, como dije, acudía al pensamiento abstracto. Dato que desconcertaba aún más porque de una persona que según el estereotipo más vulgar, el pensamiento cristalizado, el lugar común y el pensamiento cautivo de creencias irracionalistas y supersticiosas (como afirma Susan Sontag respecto del cáncer) nadie que ha atravesado la experiencia de la patología mental puede pronunciar palabras lúcidas, de pronto se encontraban frente a una voz que no temía hablar de sí misma, en primer lugar. Sabía argumentar con palabras claras además de con habilidad (eso había hecho toda su vida). Interpretar la realidad social en lo relativo a la enfermedad y las ciencias de la salud. Esgrimía argumentos. Era perfectamente coherente. La reacción fue la de la perplejidad más absoluta porque no solo se encontraban con alguien que narraba la experiencia de la patología mental sino que también era capaz de realizar análisis (y análisis elaborados, circunstancia que se siguió repitiendo a lo largo de 2021 hasta el 29 de diciembre de 2021 en que cerrado el año, se publicó la última) acerca de la enfermedad, la relación entre enfermedad y sociedad, entre enfermedad y dispositivos para el abordaje de los tratamientos, hacía críticas severas contra el sistema de las obras sociales o de cobertura social que dejaban en la orfandad al paciente, polemizaba con la autoridad tenida por sagrada de los profesionales de la salud venerados y quienes, por lo general, solían ser personajes despectivos y carentes de modales. Se encontraban con alguien que era Prof., Lic. y Dr. en Letras por una Universidad prestigiosa a nivel internacional, esto es, había realizado un itinerario formativo en una disciplina en la cual se debe leer (y se debe leer, estudiar mucho) y en la cual el discurso informativo, enciclopedista resultaba irrelevante o escasamente relevante porque lo que versadamente cuenta para este tipo de disciplinas no estriba en los datos, sino  en ejercer el pensamiento crítico. En efecto, la experiencia que para mí contaba era el uso del pensamiento crítico, el uso de la inteligencia razonada, la capacidad de acudir a argumentos, la investigación que separaba qué era lo relevante de lo prescindible, la creatividad, la lucidez y la originalidad en los planteos, la innovación en lo relativo a la producción científica. No resultaba tan sencillo desautorizar a una voz bajo estas circunstancias. Por otra parte, la publicación en la cual tenía lugar era un medio de una metrópoli cultural del Primer Mundo como NY. No era un diario de La Plata, con todo el respeto que me merecen sus medios, por cierto, y donde yo largamente escribí, pero de los cuales me había alejado hacía rato. 

De modo que la “narrativa de enfermedad” o la “narrativa de la patología mental” me conducía a la elección desde la narratología de la elección una serie de estrategias de construcción de mi discurso expresivo y comunicativo (que era un discurso social después de todo, estaba cifrado en un código social, circulaba en un contexto mediático, selectivamente construía un artículo que también requería noción de adecuación) tanto en lo relativo a un relato como a una serie de recursos argumentativos. 

Este testimonio tuvo un carácter fuertemente persuasivo en los lectores. No les estaba hablando un “experto” acerca de una materia que conocía. No hablaba una disciplina como las neurociencias al ámbito mediático transmitiendo toda una serie de informes en torno de sintomatologías, estadísticas, datos, un Médico Psiquiatra acostumbrado a una vulgata, sin por ello descalificarlos, pero así se trabaja en muchos casos en los medios como la TV, no en las Revistas culturales naturalmente, sin elaboración cognoscitiva. No existen análisis a fondo de la patología mental en los medios. Eso está claro. No es en absoluto frecuente. Esto que llegaba era otra cosa. Se trataba de un paciente que en primera persona hacía acto de presencia en la esfera pública, con poder de determinación, con un discurso seguro, firme, ordenado, sin inhibiciones, sin dubitaciones (pero sin soberbia), sin pudores y se refería a la enfermedad mental con total naturalidad. Y aspiraba a que con esa misma naturalidad fuera tomada por los lectores. Con la más completa franqueza que no tenía que justificarse sino simplemente narrar y razonar a partir de esta historia. Ahora bien: ¿bastaba una “historia de vida”? ¿o tal capítulo debía constituir simplemente el punto de partida a partir del cual realizar construcciones del pensamiento crítico especulativo mucho más complejas? Pues me inclino a pensar que el camino más certero era tomar como base o como punto de partida ese sedimento, ese humus, que había decantado en el paciente/agente (mejor), que había quedado de naturaleza informativa, empírica (incómoda, dolorosa), pero que estaba indudablemente ligado a la experiencia vivida para pasar al pensamiento teórico. Ser capaces de formular y de producir teoría en un país como Argentina que no es productor prácticamente de ese tipo de discurso, sino que todo el tiempo está importándola de Europa. En la carrera de Letras eran recurrentes los nombres de casi todas las literaturas extranjeras, las teorías de Roland Barthes, Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Edward Said, Gilles Deleuze, Julia Kristeva…Ellos eran los que contaban. Los que contaban una gran narrativa de la pedagogía en lo relativo a la teoría literaria, esto es, según cómo era interpretada la literatura. Entre los argentinos eran pocas las lecturas autorizadas y tenidas en cuenta como serias. Me refiero a la altura de estas autoridades. Este eurocentrismo para el presente caso en particular no era nuevo. Pero tampoco era el horizonte de expectativas que yo me había propuesto como objetivo. No estaba en desacuerdo con acudir a bibliografía en torno del psicoanálisis o la psiquiatría de europeos o a la argentina que entrara en diálogo con aquél. Pero me interesaba realizar un abordaje de la patología no desde el punto de vista de la clínica (lo cual hubiera exhibido mala fe porque carecía de formación en ese campo del conocimiento y de los estudios) sino desde de la relación entre enfermedad y realidad sociopolítica de América Latina. O enfermedad y construcción sociodiscursiva o sociocultural. Pero más concretamente aun, de un enfoque en torno del panorama de los contextos de mi ciudad, la de La Plata, una ciudad chica, capital de la Provincia de Buenos Aires, más precisamente. Pero por tal motivo considerada relevante. Sus estilos de vida, su calidad de vida, la presencia de una Universidad pública de excelencia, una de las dos mejores de Argentina, en la que yo me había formado y trabajado toda la vida, el resto de su instituciones formativas o gubernamentales. Me interesaban los modos de socialización que aquí se desenvolvían, cómo tenían lugar, de qué modo interactuaba la sociedad platense entre sí, las relaciones entre las distintas clases sociales, si había violencia simbólica del universo mediático local hacia los grupos más desfavorecidos, si existían estafas a la sociedad o corrupción (tenía muy claro el panorama en el campo literario de mi ciudad), si se usaban los medios a los fines de intenciones que tenían que ver no con poner al ciudadano al día de ese estado de cosas sino de manipular su imagen pública. O bien someter al desprecio al semejante. Me interesaba, sobre todo, el estado de la salud pública. Y me interesaba, más aún, de qué modo la sociedad de La Plata asumía (o no) los casos de enfermedad mental que en ella tenían lugar (lo que yo ya por experiencia parcialmente sabía y veía cotidianamente: mentiras permanentes, disimulo, encubrimiento, silencios). Me interesaba de qué modo el Estado se hacía presente en esta ciudad desde el presupuesto que destinaba a hospitales y clínicas de la salud pública. Cuál era la situación de la salud mental en la ciudad de La Plata en el Hospital de “Melchor Romero”, el referente  máximo de salud mental zonal en lo relativo al orden institucional. 

De modo que sí, había para empezar material autobiográfico. Había luego, todo un abanico de inquietudes que tenían que ver con búsquedas personales vinculadas a la  justicia y a la equidad, en particular las de igual acceso a la atención de la salud mental por parte de todos los ciudadanos, cualquiera fuera su condición. Y una reflexión en profundidad acerca de ética y responsabilidad del Estado y ética y sociedad civil con la salud mental. Este era mi proyecto. No era una realización concreta todavía. Era un proyecto a mediano y largo plazo que había trazado en orden a estrategias futuras para pensar la enfermedad desde múltiples dimensiones, perspectivas, puntos de vista, entre los cuales la dimensión sociopolítica resultaba decisiva porque la enfermedad entraba en coloquio con ellas. Pensaba documentarme con bibliografía pertinente, iniciar una formación en el tema de las Humanidades y las Ciencias sociales, iniciarme en las primeras lecturas eventualmente ligadas al Psicoanálisis y la Psiquiatría si fuera necesario para contar con herramientas elementales, si bien no eran esas en las que más estaba interesado obtener. Sino afianzarme en las propias. Estaba dispuesto a ese aprendizaje. Muchas lecturas literarias ayudaban porque en ellas irrumpían trastornos de la personalidad. Al igual que en films tanto argentinos como internacionales. 

La vida de alguien con una patología mental, en mi caso, consiste en la de estar sometido a un tratamiento satisfactorio, que tiene un material riquísimo en torno del cual reflexionar, acerca del cual narrar, en torno del cual ejercer justicia, en torno del cual denunciar, en torno del cual desentrañar, en torno de evitar que la reincidencia de ciertos compases de la salud mental en la vida de otras personas ocurra. Pero sobre todo evitar que les suceda a otros semejantes ese sufrimiento destructivo que uno mismo ha padecido. Erradicar bajo todos los medios posibles los factores que volvieran desdichadas a las personas por padecer problemas mentales. La idea era la prevención. Eso estaba claro. También la de poner en evidencia el abandono. Y la del acompañamiento con aquellas personas que ya estaban enfermas, pero se sentían solas. 

El testimonio fue lo que permitió dar fe que de lo que hablaba lo había vivido y habían quedado pruebas concretas, contundentes, desde documentos hasta testimonios de profesionales que atendían o habían atendido a quien esto escribe, estudios clínicos, pero, sobre todo, sobre quien esto reflexiona en profundidad. Sobre quien ha pensado la enfermedad desde quien la ha vivido hasta quien ha salido de ella recuperado por un tratamiento satisfactorio que lo era hasta tal punto que lo habilitaba para pronunciarse con un respaldo y un aplomo (como me escribió el gran escritor, académico y crítico Noé Jitrik), sin poder ser refutado porque su experiencia era incontestable. Jamás mentí en lo referido a mi enfermedad. Ni jamás mentiría. Y estaba interesado en trazar un dibujo: entre acceso a la excelencia de los tratamientos y status económico. Y entre pobreza y abandono o tratamientos que para comenzar trabajaban con una infraestructura penosa. También entre desinformación, ignorancia y estigma. Los hospitales psiquiátricos públicos estaban en condiciones edilicias de un abandono preocupante, lo que debería haber obligado a clausurarlos, hospedar a los enfermos en otros espacios apropiados y permitir que fueran refaccionados como ámbitos de merecida dignidad por parte de estas personas.

El plan estaba claro. Se trataría de un abordaje desde las Humanidades y las Ciencias sociales. No acudiría más de lo imprescindible a la clínica, sobre la cual, como dije, no tenía estudios sistemáticos ni tampoco tiempo para realizarlos en este presente histórico que urgía porque consistía en leer acerca de otros temas que tenían más que ver con mi disciplina. Y la enfermedad como construcción social. El proyecto quedaba trazado. Me había puesto a trabajar. Solo restaba un comienzo que remitiera a premisas claras respecto de contornear los objetivos y dejar en claro que no estaba dispuesto a renunciar, ni a callar, y también con qué opiniones o sujetos estaba dispuesto a polemizar (que considerara valían la pena hacerlo), a quiénes desenmascarar, para finalmente llegar a esa zona de la experiencia social en que sabía entraría en conflicto con la institución médica. O hasta en un diálogo álgido. Me sentía preparado para ello. Sencillamente porque llegaría al capítulo de la ética y en ese punto quedarían arrinconados los que no respondían a ideales nobles o solidarios 

¿Lo éramos? ¿lo eran todos? ¿estaban todos en situación de poder afirmar que la suya era la posición de un sujeto que estaba completamente integrado a la sociedad y no le denegara su condición de semejante? ¿su condición de igual? Esas preguntas quedan en suspenso, pero bien vistas, eran el fundamento de todo el proyecto por mí concebido. Concebido no de modo demasiado consciente sino siguiendo una línea de investigación que había nacido o había hecho eclosión a lo largo de 2021 hasta quedar plasmada en ciertas actividades concretas. La Página Web Alianzas fue una de ellas, en la que senté precedente acerca de cuál era mi punto de vista acerca de la enfermedad mental, cómo pensaba encararla, cómo la concebía y en primera persona me hacía cargo de lo allí escrito. No solo sobre enfermedad mental. Mostraba mi producción creativa tanto literaria como interdisciplinaria con fotógrafos o pintoras, artículos críticos, narración de experiencia autobiográficas ligadas a colectivos de arte de los que había formado parte, entre otras iniciativas, la relación con la institución académica y mi trabajo, concretamente una experiencia de finales de 2021 con la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata, donde en una materia recién inaugurada los alumnos de quinto año habían trabajado con un artículo de mi autoría para la realización de un Trabajo Final, merced al interés despertado en dos docentes universitarias de esa carrera que se habían sentido interpeladas por él. Por otro lado, lo consideraron lo suficientemente serio como para ser abordado como material de estudio con alumnos. Y mantuvimos una reunión vía Zoom con ambas. De este modo, discurso mediático y prácticas culturales ligados a lo educativo académico trazaban, precisamente, una “alianza”. Y, luego, se comenzaba a discutir más ampliamente la problemática de la estigmatización en el seno de la sociedad argentina (por lo pronto).

Abordar la problemática de la salud mental desde quien está recuperado, pero tiene una sólida formación en Humanidades tanto académica como creativa y en Ciencias sociales, tiene libros publicados de su especialidad y una frondosa producción científica es un fenómeno incómodo para la sociedad. En particular los profesionales que no están dispuestos a un diálogo con sentido de apertura. Este sujeto está legitimado y ese sujeto incierto (diría Roland Barthes) le dice cosas a la Medicina de la salud que no quiere oír. Para quien está acostumbrado a interpretar fenómenos de la realidad, en particular la social, textos, el universo simbólico de lo social resulta un privilegio además de un gusto. Representa una forma de la realización. El hombre (para el caso) va al encuentro de un destino que se ha propuesto munido de las mejores herramientas. Deja por escrito (además de visualmente) un testimonio para lo que vendrá, que resulta incierto, para sus contemporáneos pero también (lo más importante), para el futuro, tengan la mejor calidad de vida a la que pueden aspirar. Yo tenía en claro que no escribía para mis contemporáneos, que me rechazarían o me tratarían con reticencia, salvo excepciones. Estaba escribiendo para el futuro. Para que los pacientes/agentes pudieran formarse, sentirse fuertes, hablar en libertad, con total naturalidad acerca de su patología. El escritor, en primera persona, siente que puede que sea incomprendido en este presente histórico. Pero le está hablando a otro tiempo histórico, el de su hija (como en mi caso) en que sabe habrán cambiado algunas cosas (no todas, por cierto). Mi hija, tan luego, estudia su Licenciatura en Psicología en la Universidad Nacional de La Plata. Me había dicho que estaba “orgullosa de mí” luego de haber leído algunos de mis artículos. Me sentía legitimado por todas partes. Estaba dispuesto a dejar por escrito o virtualmente mis aportes. A no abandonar mi especialidad, a seguir produciendo para el periodismo cultural y seguir trabajando en mis cuentos y poemas en talleres de escritura. A hacer pensar los modos de intervención pública sin concesiones, como yo ya lo venía haciendo. 

El miedo no formó jamás parte de mi horizonte de emociones. Sí la episódica vacilación acerca de qué sí y qué no confesar. Circunstancia que instantáneamente se disipó. Yo era un sujeto íntegro. Mi trabajo como escritor era noble porque estaba orientado al bienestar de mis semejantes. Y de los más vulnerables. Como primer punto (y probablemente mi mayor justificación en este mundo), sobre todo decía la verdad. Eso proveía de un blindaje a mi tarea que era indestructible. Ningún otro fundamento podía ser tan elocuente al punto de devenir convicción.    

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