La dramaturgia nacional e internacional ha traído en los últimos meses a la ciudad una serie de obras puestas a privilegiar temas que invitan a la reflexión, con vistas a los retos enfrentados por el público en esta encrucijada donde nos encontramos. Reinterpretaciones de obras clásicas como Measure for Measure de William Shakespeare, por ejemplo, para la Brooklyn Academy of Music (BAM), en coproducción entre el Cheek by Jowl londinense y el Pushkin Theatre de Moscú, bajo la dirección de Declan Donnellan, exploró las consecuencias del control social cuando se ejerce desde el terror y la presión sobre el colectivo, obliterando el derecho a la privacidad, a fin de crear un estado policíaco donde la paranoia termina apoderándose de los individuos. Algo ciertamente sobre el tapete hoy, cuando las autocracias y los extremismos controlan, deciden e imponen, en tanto los ciudadanos asisten impotentes a la destrucción de las estructuras democráticas en nuestras sociedades.
Una puesta en escena minimalista donde destacaron una serie de cajas móviles que al girar se convertían en vitrinas conteniendo escenas de violencia sexual, política y religiosa y una iluminación puesta a resaltar los claroscuros, contribuyeron a transmitir la sensación de lobreguez y pesimismo sintomáticos de esta contemporaneidad. En palabras del director: “Vivimos en un mundo dominado por la palabra que, muchas veces, falsea la realidad. Algo que me entristece pues le resta a las palabras la importancia que deberían tener”. Ello quedó punteado en la pieza mediante el uso de diálogos fuertemente participativos, rayando en la incomunicación, donde la audiencia pudo encontrar ecos de las múltiples denuncias al acoso sexual contra políticos, banqueros, actores y creadores; si bien su efectividad y efectismo poco han hecho mella hoy en la coraza protectora de quienes dirigen, impunemente y de manera unipersonal, los destinos de las naciones.
La atmósfera opresiva y casi sofocante de esta adaptación inclinó la obra hacia el humor negro, la sátira y el esperpento, haciendo de los enredos amorosos y los malentendidos entre sus protagonistas armas esgrimidas por el poder a la hora de cercenar la voluntad de las víctimas y manipular su conciencia para lograr someterlas a sus turbios designios. El amplio fresco de victimarios atentando contra la virtud e inocencia de sus presas determinó el movimiento de los personajes sobre la escena, desplazándose generalmente en grupos compactos, lo cual le daba a los cuerpos la apariencia de un escudo enarbolado contra los verdugos quienes, no obstante, harán oídos sordos a los reclamos de sus súbditos. El vals puesto a cerrar la pieza, ejecutado con gestos mecánicos, contribuyó a enaltecer el caos y la desesperanza de quienes seguirán actuando como autómatas, al haber sido privados de la libertad para decidir el sentido de sus propias existencias.
The Ferryman, dirigida por Sam Mendes para el Bernard B. Jacobs Theatre de Broadway, fue otra producción dable de espejear eventos históricos a fin de darle sentido a la contemporaneidad, esta vez centrando la acción en Irlanda del Norte durante la insurrección de principios del siglo XX, que intentó independizar al país del dominio británico, lo cual dio origen al movimiento independentista liderado por el IRA, cuyas secuelas se hallan en la creciente tensión entre ambos países, exacerbada ahora por el impasse con el Brexit.
Laura Connelly como la viuda de un militante asesinado durante las revueltas de los años setenta y Paddy Considine, el cuñado cuya familia constituye un microcosmos del país del pasado siglo, centraron sólidamente la diégesis abriéndose a una veintena de personajes sobre las tablas, cada uno con sus propios humores, amores y rencores. El violento estallido en la escena final actuó a manera de un bigbang catártico, instalando el pesimismo ante el futuro de la Gran Bretaña y, por extensión, de la Europa comunitaria.
Lo exhilarante de la obra, avivado por una ágil dirección escénica, histerizó el terror vivido en aquella nación durante los años ochenta, al principio de cuya década se sitúa el argumento, pero sin anegar el contenido de la pieza. De hecho, la interacción entre los miembros de la familia, compartiendo una rústica granja en un remoto condado, balanceó las tensiones político-religiosas de la época y expuso el doblez de la dirigencia política que socavó los elevados intereses ideológicos del movimiento, pactando muchas veces con el enemigo y traicionando la fe de sus seguidores.
Otros retos aguardan hoy al pueblo irlandés, en su relación con Escocia e Inglaterra, si bien la dirigencia gubernamental sigue haciendo oídos sordos a los problemas inherentes al separatismo, tal cual está ocurriendo en países fuertemente divididos como España, para la cual tampoco parecen haber soluciones reales a las tiranteces entre el gobierno central y las autonomías, manipuladas por quienes se aferran al poder y, de manera similar, anteponen sus intereses personales y partidistas al bienestar de los colectivos.
Haciéndose eco de tales preocupaciones, llegó al Park Avenue Armory la aclamada versión de Simon Stone, para el Young Vic, de la pieza lorquiana Yerma protagonizada por Billie Piper. La obra, presentada en Londres con gran éxito de crítica y público, giró en torno al tour de force de Piper, quien obtuvo con esta actuación el Premio Olivier, uniéndose al de otras importantes actrices lorquianas como Núria Espert, Aurora Bautista y Margarita Xirgu, quienes también le imprimieron su particular sello a una obra considerada como la más directamente asociada al asesinato del autor, dado su cuestionamiento de las instituciones sociales, políticas y religiosas al comienzo de la Guerra Civil española.
Las luchas de poder tuvieron también aquí un lugar privilegiado, pues la adaptación al momento presente de la pieza centró la crisis institucional que viven la mayor parte de las naciones, al haber sido despojadas de su capacidad para decidir el destino de los pueblos por parte de autócratas considerándose a sí mismos superiores a ellas. Una realidad, que la mise-en-scène hizo patente mediante una estructura de plexiglás dentro de la cual transcurría la acción, aislando a los personajes de un entorno que, no obstante, creció amenazante a su alrededor hasta romper el cerco y destruirlos.
El proceso de autoconocimiento en el cual se sumerge la protagonista evocó las preocupaciones actuales, en torno a la erosión de los derechos de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo, al tiempo que trajo a un primer plano los miedos masculinos ante el poder de lo femenino, muchas veces resueltos en violencia física y/o mental contra su pareja. Según el director: “Yerma es una historia importante para contarla en esta contemporaneidad, donde se asume, muchas veces erróneamente, que la mujer está en camino de igualarse al hombre en todos los aspectos. Personalmente, me interesa reescribir obras clásicas para extraer de ellas algo completamente nuevo”. Una estrategia, ciertamente, llevándonos a recapacitar acerca de la importancia que los movimientos contraculturales del pasado siglo tuvieron para darle voz a los grupos marginados por la cultura dominante, ya fuera la mujer, las minorías sexuales o los contingentes considerados como racialmente inferiores, que en el nuevo milenio los neoconservadores están intentando destruir.
En tal sentido, The White Album dirigido por Lars Jan para la Early Morning Opera de Los Ángeles, trajo a la escena las crónicas que Joan Didion escribió entre 1968 y 1978, donde evocó las experiencias vividas por ella durante las revueltas de estos turbulentos y traumáticos años que también alteraron a la sociedad norteamericana y, por extensión, influyeron en los cambios de muchas sociedades alrededor del mundo.
Los movimientos estudiantiles contra la guerra de Vietnam, los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, los crímenes de la familia Manson y las manifestaciones en pro de los derechos de la mujer, los negros y los homosexuales son algunos de los eventos incluidos en las crónicas de Didion, que la producción para el Harvey Theater de BAM trajo a un primer plano. Una habitación transparente, con puertas corredizas para crear distintos ambientes, abarcó la escena sobre la cual el yo de la autora, interpretado con gran fuerza por Mia Barron, fue desgranando los eventos que marcaron el conflictivo período, punteado por proyecciones alusivas a los mismos, con lo cual el espectador pudo adentrarse en la efervescencia de esa época y compararla con un presente poco dado a los grandes gestos y gestas del pasado.
El clásico texto de Didion —como lo fue “Trip to Hanoi” de Susan Sontag, incluido en su seminal colección de ensayos Styles of Radical Will publicado en 1969— a medio siglo de los sucesos allí relatados, se crece en un presente donde abundan los comentarios de individuos felices con la llegada de Donald Trump al poder, agradeciéndole por estar acabando con “setenta años de logros liberales”. Algo que, junto al renacer político de la extrema derecha en Europa y el recrudecimiento de las dictaduras de izquierda, en Hispanoamérica y Asia, profundiza la sensación de estar viviendo en un estado de emergencia permanente; especialmente en lo que a las nuevas generaciones respecta, tal cual la producción de BAM enfatizó, al incluir sobre la escena a jóvenes de distintos grupos raciales y culturales a manera de coro de voces, gestos y apuntes coreográficos puestos a enmarcar el poderoso monólogo interpretado por Barron.
En una tónica similar Gloria, A Life, para el Daryl Roth Theater, sobre la vida de Gloria Steinem —icónica feminista, periodista, activista y co-fundadora de Ms Magazine— trajo a un primer plano las luchas de los años sesenta y la evolución del movimiento hasta la fecha. Un movimiento que inspiró la carrera de estadistas como Angela Merkel y Hillary Clinton, y ha dado origen a iniciativas de denuncia del comportamiento depredador masculino como #Me Too.
Escrita por Emily Mann y dirigida por Diane Paulus, la obra centra, revisita y actualiza muchas de las aspiraciones de entonces, que están siendo erosionadas hoy, tales como el derecho al aborto, la remuneración igualitaria con el hombre en el trabajo, la libertad personal y la baja universal por maternidad. Christine Lahti, en el papel estelar, transmitió plenamente a la audiencia la electrizante personalidad de Steinem, quien tuvo un pequeño cameo al final de la representación y, a sus 85 años, sigue firme defendiendo los derechos de la mujer, tal cual lo demostró en la última Marcha en Washington que atrajo a más de 500.000 participantes, y en sus declaraciones contra la nominación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema de Justicia por considerar que no tiene el temperamento exigido para tan alto e influyente cargo sobre las leyes estadounidenses.
La biografía de la activista confluyó con distintos momentos del movimiento feminista norteamericano, lo cual resulta de suma importancia para las nuevas generaciones. Ello, mediante una puesta en escena que manejó proyecciones alusivas a su carrera y reprodujo el interior de su casa, a fin de crear una sensación de intimidad, seguridad y comprensión hacia quienes se inician en su profesión o afrontan las primeras luchas individuales dentro del complejo territorio de la relación entre los sexos. Algo refrendado al final de la pieza, cuando se abrió una ronda de preguntas y respuestas donde participó el público, a fin de vocear sus propias inquietudes con respecto a los temas allí planteados.
Strange Window: The Turn of the Screw, por el Builders Association de Nueva York para el Harvey Theater bajo la dirección de Marianne Weems, igualmente centró las dinámicas de poder, clase y género partiendo de una novela gótica de Henry James. Los terrores producto de fantasmas y apariciones, así como los episodios de violencia real e imaginaria donde se sumergen los personajes del escritor, tuvieron en la producción de BAM destellos de problemáticas centrales al devenir de muchas sociedades del nuevo milenio, paradójicamente involucionando hacia formas pre-modernas de existencia.
De esta manera, gran parte del teatro visto en Nueva York hoy retrata perspicazmente tales preocupaciones, con lo cual la idea de progreso está siendo agudamente cuestionada, no solo por esta sino por muchas de las obras que se hallan ahora en cartelera, haciendo de la dramaturgia un arma sumamente efectiva para la denuncia y la controversia, en torno a temas universales siempre presentes en el imaginario colectivo.