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Karl Krispin

El sultán a sus anchas

La libertad es el bien más preciado de Occidente. Es un patrimonio universal en la medida que se ha incorporado a las diversas civilizaciones que la han hecho suya. En Occidente tampoco es un concepto reciente: devino cuando se separó la idea religiosa de la temporal o política, generando la sucesión de las tres grandes manifestaciones de la libertad en el mundo, así sucesivamente: la religiosa, la económica y la política. Se dice fácil pero detrás de ellas palpita una historia de enfrentamiento y sangre.  La libertad es la realización plena del individuo en ejercicio de su derecho a escoger con arreglo a los deberes y derechos que tiene respecto a la sociedad. Los enemigos de la libertad siempre acechan. En Venezuela hemos librado su defensa por 17 años: no nos vencieron ni nos vencerán. En el mundo sucede esto a diario a tiempo que aparece un vendebiblias a ofrecer su manual de felicidad colectiva con el argumento de la seguridad. El filósofo Zygmunt Bauman dice que escoger seguridad o libertad apareja renuncias simultáneas. El mundo que hoy enfrenta al terrorismo conoce muy bien esto.

El golpe militar fallido de Turquía ha desatado los demonios. No hay intentonas buenas ni malas: todas son pésimas. En respuesta, el personalismo del sultán Erdogan como comienzan a llamarlo, promete sumir a ese país en un recrudecimiento de las prácticas contra la libertad. Que un jefe de Estado en el siglo XX esté defendiendo la pena de muerte porque el pueblo la ha pedido no es sino el adelanto de que pronto se multiplicarán los patíbulos según la conseja popular. Las detenciones ya son del todo delirantes y no sólo incluyen a militares sino a jueces, policías, gobernadores y a todo aquel que hable mal del sultán. De hecho antes del golpe, la prensa internacional abundaba en las querellas judiciales que el régimen había iniciado contra todo aquel que lo desdijera. Este es el país que pretende ingresar a la UE. Si anteriormente esto se dificultaba por el islamismo creciente, la persecución a la disensión, la discriminación de género y hasta la negativa de admitir el genocidio armenio, hoy luego de los gritos invocando  la pena capital luce imposible. 

Para ser libre, hay que serlo y parecerlo. El escritor Paul Auster rechazó  una vez visitar Turquía en protesta por el encarcelamiento de periodistas.  En una democracia no puede haber sino prensa libre. Una Turquía en la UE debe ser un país pleno en derechos, sin influjos militares o religiosos y que garantice el derecho de las minorías. La libertad no se consigue rellenando un formulario. Y menos afilando la cuchilla de la guillotina.

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