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El sexo de Dios

Harold Bloom suele insistir que en el Antiguo Testamento Yahvé está habitualmente de mal humor. No es para menos porque se trata de un ser irascible, vengativo, mandón y que escucha los consejos del Maligno cuando pone a prueba al pobre de Job a quien envía una colección de calamidades. Además exige lealtad y amor eterno a todos no obstante sus arrebatos con los que pone a sufrir a quienes lo adoran. La tentación de contemporizar con los mortales no era exclusivo de los dioses griegos. Yahvé lo hace a menudo a pesar de que nunca se deje ver el rostro. De hecho la Iglesia prohibía su representación, norma a la que no se le ha hecho mucho caso. La Santísima Trinidad, tres personas en un solo Dios, se ha representado en múltiples oportunidades. Pensemos en la del Greco o en La coronación de la Virgen de Velázquez. El Dios del Nuevo Testamento es un tanto más misericordioso a pesar de que Juan de Patmos, a quien la tradición señala que escribió el Apocalipsis en estado de iluminación, no se ahorró ningún pudor para obsequiarnos el momento histérico en que seríamos juzgados. Al decir de Rafael Argullol, el evangelista es antecesor de la novela negra con su imaginación poética puesta al servicio del odio y la venganza contra el hombre.

Más allá de las disquisiciones teológicas sobre la perfección divina, es obvio que Dios es una figura masculina, ni se diga su hijo o el Espíritu Santo. Pero para la Iglesia luterana sueca esto no parece ser así y en la última actualización de su manual litúrgico ha eliminado las referencias a Dios en masculino y ha optado por las expresiones neutras para referirse a él. Ahora resulta que el feminismo ha extendido su cultura progre hasta el mismo paraíso donde esta vez se requiere que el santísimo se adecúe a la corrección política. Quienes adelantaron la reforma sostienen que “Dios está más allá de los géneros y no es una persona humana”. Huelga decir que los luteranos suecos aprobaron en 2009 las bodas religiosas de personas del mismo sexo.

Fueron los hombres quienes inventaron a los dioses y no al revés. En consecuencia, parece existir el revisionismo a pesar de más de dos mil años de cultura cristiana y quizá muy pronto las minorías sexuales -que hacen política y exigen derechos de acuerdo a quienes meten en la cama- escriban sus apostillas sobre el sexo de Dios. De lo que sí no cabe duda es que tanta uniformidad, tanta consonancia está fraguando un mundo incoloro y nulo donde todos seremos obligados a militar en la corrección política sin chistar. La idea es que nadie se destaque ni se diferencie ya que la decadencia civilizatoria urge que se proclame el fin de la historia. En ese próximo planeta aséptico todos hablaremos una lengua castigada por el triunfo de la igualdad.

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