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El sacrificio de los sentidos: de racial a radical

Hasta ahora, el legado de 2020 podría resumirse en el sacrificio de tres sentidos: el gusto, el olfato y el humor. Y como vamos, también el sentido común se extinguirá.

Los dos primeros sufren como síntomas del coronavirus, que además impone cubiertas faciales. Y el buen humor agoniza no por la tristeza generalizada, sino por esta sociedad “tolerante” que al mismo tiempo quiere borrar el pasado, castra a los comediantes y le quita sabor a la vida.

¿Éramos antes unos desconsiderados o en realidad más inteligentes para entender que la ironía, la crítica, la caricatura y el sarcasmo también son primos de la libertad de expresión; y que la tolerancia incluye respetar especialmente al opuesto?

Hemos retrocedido tanto que los actores hasta están pidiendo perdón por haberse disfrazado alguna vez para un personaje. ¿También han sido ofensivos aquellos que han subido o perdido peso para asumir un rol, como el legendario Jake La Motta del liberal Robert de Niro y la Aileen Wuornos de Charlize Theron, o Linda Hunt ganando un Óscar por su papel de hombre?

Y quienes han interpretado a cirujanos, policías o abogados sin haber recibido el título, ¿también deben excusarse? Sí, al paso que vamos, en el mundo “tolerante” y “diverso” todo es delito social, excepto el crimen tradicional, porque las cárceles les ofenden más que la pobreza.

Quizá se han confundido porque “dar la cara” actualmente es peligroso: las narices y bocas del mundo han sido cubiertas. Aunque se ha cuestionado la efectividad de ese áspero peaje, la norma se impuso.

Entrar a un banco o avión con el rostro cubierto era ilegal. Ahora es al revés, como todo. Quien da la cara es un agresor y eso ha generado hasta insultos y trompadas exigiendo ser civilizados… ironía mediante.

Otros han usado máscaras por siempre, sin telas, luciendo la tez más fresca posible de imaginar. Entre hipocresía e incoherencia, los vemos en el ámbito familiar, vecinal o profesional; pero más en la escena pública, manipulando a millones, en ese maltrecho juego llamado “democracia”.

En esta peligrosa comparsa, también le han impuesto máscaras al sentido común, a cambio de modelos “aceptados” de opiniones insípidas, gluten-free, hipoalergénicas y mononucleares. Y quien se atreva a llevar la contraria y grite que el emperador anda en calzones, pierde el empleo (derecho humano fundamental, ONU 1948) y le sale hoguera y crucifixión. ¿Acaso eso no equivale a una esclavitud… del pensamiento sin diversidad?

En Iberoamérica les ha dado por duplicar los sustantivos e ignorar la neutralidad del “ente” clamando “igualdad e inclusión”. ¿Vestirán a la Venus de Milo por “sexista”?

En EE.UU. los “ofendidos” han bateado más allá y están barriendo al precursor Colón, la tía Jemima de las panquecas, los frijoles Goya, George Washington y “Lo que el viento se llevó”, literalmente.

Muchos irresponsables les siguen el paso por ¿miedo? Pretenden juzgar el pasado a los ojos de Twitter, obviando el contexto de cada momento: todo lo hecho -bueno o despreciable- es parte de un ADN social imborrable, del que se aprende o no, mientras soñamos un futuro “ideal”, que mayormente resultará frustrante y mezquino. La humanidad y la vida son imperfectas, y así es la Historia.

Lo triste es seguir siendo ignorante aún con la tecnología de hoy y las lecciones de ayer. ¿Cuándo el resentimiento ha tenido un final progresista? Nunca. Si lo racial se vuelve radical, esa simple letra extra empaña todo el panorama. El que tenga una piedra en el zapato que se la saque, pero que no por ello obligue a los demás a andar descalzos.

Este año quizá habría que arrancar la navidad en septiembre para recuperar la economía y el humor, con la certeza de que el tan noticioso 2020 también pasará. Así podríamos descansar un poco los periodistas… y “periodistos”.


Este artículo salió publicado en EFE

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