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Adrian Ferrero

El relato de los hechos: leer y escribir sobre varones (I)

Una amiga y colega de la carrera de Letras ya retirada me hizo notar que mi aporte a los estudios literarios, en particular académicos, por dentro del marco del cual nos movíamos ella y yo en Argentina, el institucional y el creativo, había sido la visibilización del trabajo de las escritoras. Si bien esto es parcialmente cierto, pienso que sería bueno fuera matizado. Porque no sentí representada toda la trayectoria de mi trabajo crítico en esa afirmación tan taxativa. Me resultó reduccionista porque por mi parte podía evocar perfectamente la realización en profundidad de investigaciones sobre autores varones. De modo que me gustaría más aún relativizar esta afirmación, en virtud de otro artículo que di a conocer en dos partes durante el mes de enero en esta misma publicación “El relato de los hechos: leer y escribir sobre mujeres”, en el que sí di cuenta del proceso que supuso aquel aporte en directa relación con ese corpus de autoras argentinas. Por otra parte, me interesa claramente reivindicar la experiencia que en mi vida ha tenido la lectura de autores varones, que no ha sido poca y no considero en todos los casos haya operado de modo autoritario sino se ha tratado de una producción literaria connotativamente de una infinita riqueza, que me aportó herramientas para pensarme como varón desde una perspectiva no patriarcal. En esta ocasión seguiré un camino algo sinuoso, pero que indudablemente adoptará la forma de una rememoración, con matices reflexivos, de un presente histórico de trabajo y de planes hacia el futuro en lo relativo a ambos tipos de corpus que no considero inferiores ni superiores el uno respecto del otro pero que sí no han trabajado para su realización en similares condiciones.

Es cierto. Durante una larga etapa de mi vida me consagré con intensidad al estudio de autoras, sobre todo argentinas, incluso llegando al punto de publicar un grueso libro de entrevistas a 30 argentinas contemporáneas, ponencias, comunicaciones, reseñas críticas, artículos en revistas especializadas, informes de beca, informes de proyectos de investigación, artículos de divulgación, en fin, los géneros académicos pero también los géneros que tienen que ver con el trabajo de investigación en literatura en términos generales me atrevería a decir. El trabajo crítico de orden institucional. O, más ampliamente, el trabajo en los estudios literarios. Y si bien mi tesis de Lic. en Letras y mi tesis de Dr. en Letras, ambas por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) son sobre autoras argentinas aun en actividad, Angélica Gorodischer y Tununa Mercado, como ya lo he referido, no menos cierto es que igual atención he prestado a gran cantidad de autores varones argentinos, latinoamericanos y universales, en mis trabajos críticos o bien entre mis lecturas o relecturas. No pretendo con esto ponerme en una actitud a la defensiva de su afirmación como si un dedo acusador me señalara (o me delatara de quién sabe qué encono contra mis compañeros de sexo), como si estuviera en falta o en un off side traidor contra mi propio sexo. Pero sí quisiera evitar reduccionismos, sectarismos, particularismos o una exclusión a la inversa, que por cierto me resulta inconducente además de poco veraz, al menos en lo que a mi trabajo crítico se refiriere. En especial teniendo en cuenta que tengo ya 50 años. Porque más bien ella se refirió a mi trabajo de modo enjundioso en un universo crítico que solía descuidarlas, desatenderlas, ignorarlas, omitirlas en Argentina (al menos hacia la época en que yo me consagré a mis primeros años en la investigación, allá por los últimos ’90), en el marco de un sistema literario fuertemente marcado por el patriarcado, fuertemente instalado todavía en las instituciones sobre todo educativas superiores argentinas y su consiguiente canon androcéntrico en el seno de la institución académica en particular o, más ampliamente, literaria. Por otra parte, una figura todo poderosa como la de Borges, hizo circular, entre sus operaciones teóricas y críticas, a escasos nombres de mujeres, excepción hecha por Silvina Ocampo y pocas más.

De modo que consideré que era en ella, en mi amiga digo, en cambio, a mi juicio, la que se encontraba quizás en ese dilema o frente a ese conflicto y veía como en un espejo en mi trabajo sus propios conflictos con el poder de la institución literaria aplastante que tendía, evidentemente en el caso de la mujer (de ella misma en tanto tal, como productora cultural, quiero decir), a la exclusión y a la invisibilización de su trabajo, a considerarla, en palabras de Simone de Beauvoir, una “alteridad inferiorizada”. Esto es: una alteridad superior (la del varón patriarcal) que inferiorizaba a otra a la que desjerarquizaba. Quedó a las claras que lo que ella detectaba en mí como una diferencia (respecto de otros colegas varones), era esta jerarquización en cambio del trabajo literario femenino que a sus ojos era imprescindible era infrecuente, inhabitual, nulo pero, sobre todo, directamente anómalo. Era una asignatura pendiente. Pero también lo señalaba como una rareza. Una rareza que resultaba bienvenida. Esto me dejó pensando. Había algo fuera de lugar, corrido de sitio en mi posición de varón que tomara partido por el género desplazado. Pensé que no sentía que hubiera habido demasiada deliberación en mis proyectos. Yo simplemente me había dejado guiar por mis gustos, mis placeres en la lectura, mi impulso creativo, o una pulsión naturalmente constructiva (pero también nada inofensiva) en lo hecho desde lo ideológico y incluso desde los hechos. Desde un relato de los hechos. Que evidentemente no se hacía eco de los victimarios simbólicamente hablando en el seno del campo literario y en cambio interrogaba a estas voces subalternas. O bien que directamente les daba la voz en forma directa en entrevistas, abiertamente, al punto de llegar a su exacerbación: la concepción de un libro que las albergaba como un colectivo de género adoptando la forma de quien les pregunta y espera de ellas respuestas inteligentes, además de interesantes, que escuchar respecto de sus poéticas. Motivo por el cual las estimaba, las valoraba, las consideraba importantes. Pares de las de un varón. Este punto se volvía tanto o más elocuente en la medida en que yo mismo soy escritor. No se trataba del típico caso que entrevista para en una doble apariencia solapada luego descalificar. Sino que estaba todo realizado con la idea de que ello quedara registrado, plasmado en un volumen que fuera la posibilidad de expresar la protesta o deseo, el erotismo o la irreverencia, el humor o la insurrección, la reflexión teórica o la palabra temperamental, el susurro o la sutil temeridad (porque de todo ello hubo o hay en ese libro). Si bien, como dije en otras ocasiones, no estaba pensado, como un libro feminista, el trabajo surtió un efecto de visibilización de ese corpus. Ello me marcaba socialmente desde el género en directa en el seno de los estudios literarios. Ello se volvía particularmente evidente en los congresos, tema al que ya me he referido. Mi trabajo como crítico, como entrevistador/crítico para el caso (circunstancia que me interesaba mucho más que un congreso), era uno según el cual la escritura del varón no era adorada como un ídolo o una religión, como un altar o un túmulo frente al cual yo debiera ni rendir pleitesía ni menos aún plegarme de modo cómplice o acaso sentirme parte de ese correlato de la dominación para acallar al semejante encarnado en el sexo opuesto. Más bien había toma de distancia respecto de ese colectivo del que francamente no me sentí parte ni me sentiré un ejemplar representativo. Sí hubo y sigue habiendo toma de distancia de ciertas escritoras pero no porque lo sean en el sentido del género sino por motivos éticos. O porque su estética no me resulta lo suficientemente atendible o atractiva a la hora de leerlas. Me importó, me importaba desde tempranamente por razones que ya he expuesto la escritura de las autoras. Me resultó interesante al punto de consagrarle tantos años. Y, más que eso todavía, había una identificación tan absolutamente clara respecto del paradigma autoritario que las excluía cuyo contorno podía advertir, además de sus mecanismos recíprocos de funcionamiento porque había leído mucha teoría, por otra parte, gracias a seminarios en la Universidad Nacional de La Plata con la Dra. María Luisa Femenías, de la carrera de Filosofía, quien impartía seminario sobre teoría de género. Ese paradigma frente al que yo percibía una profunda sensación de diferencia, de distancia y extrañamiento consistía en ese paradigma patriarcal, abusivo, simbólicamente agresivo, simbólicamente prepotente, que buscaba la ausencia del lenguaje tan luego en las escritoras o bien su amputación. Dónde estaba el poder, quiénes lo detentaban, quiénes no. En definitiva, un poder que se arrogaba el de adoptarlo por completo a la hora de la enunciación literaria. Estas eran las preguntas que yo me estaba formulando por entonces. Y algunas de las cuales aún hoy me sigo formulando.

Siempre hubo en mí, desde muy pequeño, un profundo sentido de la justicia. Por sostenerla pero también por exigirla, por tomar cartas en el asunto, por rebelarme cuando no era cumplida, por denunciar a los criminales, por desenmascarar a los abusadores en circunstancias en que la transgredieran. Y ello, producto naturalmente de mi educación familiar y de mi autoconstrucción como sujeto varón se proyectó a lo largo de toda mi historia, en sucesivos capítulos, episodios, momentos, anécdotas, contextos, trifulcas, discusiones, disputas, conflictos. Y no me estoy refiriendo al género precisamente. Ser alguien que defiende la justicia es en primer lugar ser alguien que se mete en problemas. O se mete en aprietos. Porque si hay algo que no funciona bien en este mundo es ella.

En lo relativo al trabajo intelectual que tomaba como corpus la literatura de varones, podría decir de mi parte que realicé y publiqué también trabajos (tanto en el país como en el extranjero, en alguna ocasión una entrevista en la prensa gráfica nacional) de diversa profundidad y extensión sobre la etapa de la poesía vanguardista de Leopoldo Marechal (que fue publicado en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, tan luego el reino de la literatura oficial), un largo trabajo sobre el cuentista policial argentino Manuel Peyrou, muy admirado y respetado por mí, porque además tenía excelentes referencias acerca de su ética personal y profesional. Muchas reseñas críticas sobre novelas históricas de autores argentinos para una revista académica de Enseñanza y Didáctica de la Historia en coedición de la Universidad Nacional del Litoral y la de La Plata, Clío & Asociados. La Historia Enseñada, artículos, entrevistas (cuando me fue posible) o investigaciones sobre Borges, Bioy Casares (incluidos sus libros en colaboración), Roberto Arlt, Julio Cortázar, Héctor Tizón, Eduardo Pavlovsky, Rodolfo Walsh, José Pablo Feinmann, Guillermo Saavedra, Arnaldo Calveyra, Eduardo Berti, Edgardo Cozarinsky, Manuel Puig, Noé Jitrik, Juan Gelman, Juan José Hernández, Hugo Mujica, Leopoldo Brizuela, Ricardo Piglia, Sergio Chejfec, Federico Jeanmaire, Jorge Accame, Álvaro Abós, Tomás Eloy Martínez, Martín Kohan, Alan Pauls, Juan José Becerra, Osvaldo Soriano, Franz Kafka, Jean-Paul Sartre, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, entre otros. A ellos se sumaban lecturas y críticas de autores de mi ciudad de La Plata, como los grandes poetas, de la generación de los mayores, Néstor Mux, Horacio Preler, Osvaldo Ballina, la intermedia, Guillermo Pilía, o la juvenil, como Pablo Ohde, sobre quien escribí una reseña significativa antes de que falleciera tempranamente. También sobre los narradores platenses Gabriel Báñez (uno de mis maestros de escritura, también fallecido), sobre quien escribí en carácter de escritor pero también como maestro, como persona vinculada a mí desde la perspectiva de lo vincular en la relación de maestro a discípulo, Nelson Mallach (además de brillante narrador, gran dramaturgo y director teatral), sobre quien escribí y publiqué trabajos sobre su narrativa y escribí sobre su dramaturgia, en forma inédita, Juan Bautista Duizeide (si bien desde hace ya varios radicado en el Delta del Tigre), sobre quien escribí tres largos trabajos, además de reseñas. En el plano de lo estrictamente disciplinario sendos trabajos sobre académicos como el Dr. David William Foster, a quien le consagré un detallado artículo con motivo de su fallecimiento en 2020, como podrán recordar algunos de los lectores y las lectoras y uno más reciente sobre el Dr. Saúl Sosnowski. Sobre el Dr. Sosnowski en torno de su poemario (hace tiempo), libros de crítica (previamente) y una novela (reciente) así como un artículo relativamente extenso a propósito de su proyecto crítico. Ambos eran o son académicos de EE.UU. El primero de Arizona State University y el segundo de la University of Maryland. Si bien el Dr. Sosnowski era lo que se suele llamar un scholar no menos cierto es que había una serie de libros crepusculares de escritura creativa que dialogaban de modo vehemente e interesante con su escritura crítica (con la que había contraste pero también hacía sistema con ella), circunstancia que a mis ojos resultaba particularmente interesante en un crítico proveniente del ámbito de un campus universitarios, en especial experto en literatura latinoamericana con perspectiva internacionalista. Lo había visto en otros académicos, quienes a cierta altura de sus vidas por lo general elaboraban la experiencia vivida por detrás de las sombras chinescas de un escenario ficcional ligeramente trabajado. Ambos académicos eran editores de sendas publicaciones periódicas consagradas a la literatura latinoamericana con las cuales yo colaboraba desde 2005, especialmente con entrevistas y reseñas, géneros sobre los cuales me siento más apto para moverme entre signos, no solo en el campo de las publicaciones periódicas académicas.

Mencionaría en el capítulo de los escritores un largo artículo para un libro que escribí sobre Roland Barthes en relación con una crítica cultural. Me estoy refiriendo a su compilación de artículos reunidos en el libro Mitologías. En fin, el trabajo sobre autores (varones quiero decir) siempre estuvo, jamás se ausentó de mi vida. Me gustaban mucho los cuentos fantásticos de Lugones (pero solo esa parte de su producción), muchísimo la cuentística de Horacio Quiroga, toda la de los narradores norteamericanos, como Raymond Carver, a mí sí me gustaban Heminway, John Cheever, William Faulkner en su caso con todas las deslumbrantes experiencias de investigación creativa en el orden de lo exploratorio en el campo de la narratología. James Joyce en su primera etapa como novelista, cuentista, poeta y dramaturgo. Entre los argentinos agregaría, eso sí, al escritor, crítico y cineasta argentino Fabián Soberón como caso aparte, porque escribí una reseña crítica de uno de sus libros, realicé un extenso estudio sobre su filmografía completa, integrada por documentales sobre poetas del noroeste argentino, que se publicó en esta misma revista y aquí mismo también publiqué una entrevista que le realicé. Él pertenece aproximadamente a mi generación. He realizado trabajos sobre autores de América Latina, como Juan Rulfo o Carlos Fuentes, inéditos. Me gusta mucho Juan José Arreola además de Augusto Monterroso o bien, en el otro extremo, no diría precisamente que me había resultado gratificante, pero solo había leído de su corpus la autobiografía de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca. A la que si bien no le encontré demasiado valor literario (lo que dudo mucho él buscara para ese caso puntual) sí le encontré estremecedor valor testimonial para conocer acerca de la vida de un escritor en sus condiciones. No conozco su ficción pero lo recuerdo como un libro muy extenso que tenía mi padre, con fotografías de cuando él estaba enfermo de SIDA y escribía con dificultad. Se trató de un libro desgarrador, difícilmente olvidable para un lector sensible a las lecturas impactantes por su alto voltaje electrizante.

En el campo de la literatura infantil y juvenil argentina dediqué muchos artículos al escritor Gustavo Roldán (además de un monólogo narrativo imaginario), Ricardo Mariño, Javier Villafañe (uno de los grandes padres de la literatura infantil argentina, titiritero de profesión, por lo general durante esa etapa en particular sobre todo territorio gobernado, curiosamente, por mujeres, este sería un punto importante para pensar), Jorge Luján (autor y cantautor infantil argentino radicado en México), el teatro infantil de Enrique Pinti, entre otros, todos ellos éditos. Trabajé sobre cine argentino y latinoamericano con reseñas de films de realizadores argentinos para una revista académica, también crónicas de teatro del citado autor de La Plata que fueron en su momento publicadas, Nelson Mallach. En lo relativo a literatura española contemporánea he escrito sobre la novelística de Miguel Delibes y Benjamín Prado, un autor relativamente joven, madrileño, de quien abordé uno de sus libros en una crónica. He escrito muchas reseñas críticas sobre autores tanto en lo relativo a estudios literarios, ciencias sociales y sociología de la cultura. Como puede apreciarse, el arco de propuestas de lectura y estudios ha ido variando ampliamente, así como solicitando de mi escritura desplegar junto con ellas modos igualmente variados. Adoptar aristas complejas. En ocasiones muy teóricas, en otras relativas la crítica exclusivamente, en otras simplemente a trabajos de divulgación con una escritura sin demasiada elaboración. No se requerían las mismas competencias para escribir una reseña de un libro de cuentos que de una novela. Tampoco de un ensayo académico que de una obra de teatro. Eso me ponía en situación de formarme en la escritura concretamente crítica de un modo singular pero, sobre todo, adquirir ductilidad. Soy perfeccionista. Me gusta la buena terminación en los trabajos. Corrijo mucho, salvo honrosas excepciones de premura. Y si bien casi todo el corpus citado responde a la literatura argentina contemporánea (excepto los de ciencias sociales o teoría), no menos cierto es que se trata de estéticas y poéticas que incluso dibujan sus contrastes. Yo me había especializado en literatura argentina contemporánea. Me resultaba apasionante la literatura argentina de mi país, sin estar pendiente de odiosas exclusiones por ideología, de Echeverría pasando por Sarmiento hasta llegar a Ascasubi siguiendo por El gaucho Martín Fierro y casi toda la literatura del siglo XIX argentina “oficial” es de varones. ¿Quiénes podían brillar en esa constelación de varones? ¿quiénes disputar, a menos de un rescate muy posterior por fuera de ese Olimpo, con los varones? ¿Juana Manso, Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla? Eran nombres en los que si bien hacía falta profundizar porque no estaban debidamente democratizados ni interrogados en tanto que corpus críticos tampoco las circunstancias de difusión favorecían el trabajo de lectura, crítico ni de producción de teoría. El resto de mis trabajos agregaría que son o bien temas relativos a teoría de la escritura, teoría de la crítica o bien temas de teoría en los que atañe a las ciencias sociales vinculadas solo lateralmente a la escritura creativa. Varias notas de actualidad me habían ocupado y preocupado sumamente, el año pasado sobre la pandemia del COVID-19, entre otros temas como sobre DDHH. También en toda ocasión que se produjeron los casos de atentados a instituciones judías o de corruptela. O bien de los casos de lesa humanidad. De modo que, como puede apreciarse, no estoy únicamente interesado en temas vinculados al universo de las autoras o de género con énfasis en los estudios sobre la mujer o, más amplios aún. Ese fue un enfoque nutritivo, por cierto, que vino a enriquecer otros para los abordajes de la poética en diversas vertientes. Pero no menos cierto es que la Sociología de la cultura, la crítica cultural, la crítica psicoanalítica, la semiótica, la genética textual, el análisis del discurso, entre otras corrientes de pensamiento dentro de mi disciplina han resultado igualmente fecundas. Me atrae toda clase de literatura (de todos los géneros literarios) en un sentido bien amplio y los temas de teoría que me puedan resultar interesantes además de atractivos y aportarme riqueza de recursos así como herramientas de reflexión teórico/crítica. La literatura es un ancho mundo, para todos los géneros, identidades, edades, clases, etnias, temas, contenidos, al igual que sus autores o autoras de iguales atributos ¿Por qué descartar de plano o perderse de alguno a priori sin primero conocerlos, a menos que sean de mala calidad o que quienes los produzcan sean éticamente repudiables? Diría en cambio que sí estoy interesado en autores o autoras útiles para problematizar mi oficio y mi escritura. También que me sean útiles para abordajes teórico/críticos. Procuro responder a mis pasiones, que suelen ser, eso sí, recurrentes. Prácticamente circulares, me atrevería a afirmar. Suele haber autores o autoras que capturan mi atención o mi interés, incluso conquistan mi fascinación (¿en qué consiste una tesis de Lic. o Dr. al fin y al cabo?) no solo crítico sino placentero y sigo sus novedades bibliográficas. Los releo. Pienso sus poéticas. Vuelvo a pensarlas. Mi forma de hacerlo es escribiendo sobre ellos. Los comento fugazmente en publicaciones para difundirlos. Publico notas, reseñas o artículos. Pero hay un punto en el que soy exigente: los autores tienen que tener trayectoria. Es la prueba más contundente de que un autor o autora han aprovechado la oportunidad (llegado el caso) de desplegar su proyecto creador, su talento (si lo tiene), de explorar por diversos campos de la producción literaria en orden a la génesis de escritura, de realizar diversas clases de tentativas en lo relativo a la invención, aunque se consagre tan solo a uno de sus campos de trabajo o especialidades o géneros (por ejemplo: la poesía). Se trata, a mis ojos, de una ecuación prácticamente obvia. A mayor trayectoria (y de mayor excelencia, naturalmente), mayor seriedad, además de mayor profundidad de reflexión sobre la poética y, por lo tanto, mayor calidad en su escritura. Mayor ductilidad, precisión, capacidad de seducción, exactitud, seguridad, pulso firme, ritmo, cadencia. En definitiva, manejo del oficio. Y, por otra parte, está toda la dimensión de la escritura creativa en mí: la producción de poesía, cuento y ensayo literario y el periodismo cultural. Pero diría por sobre todo que cuando me siento a realizar un trabajo de investigación me guío por lo que deseo hacer, lo que me genera pasión, salvo que existan obligaciones. En cuyo caso el nivel de compromiso es otro. Procedo a hacerlo con seriedad, con prolijidad. Pero siento que estoy realizando un trabajo por encargo, no cumpliendo con mi vocación sino con mi profesión. También ese trabajo resulta ser emotivamente menos sentido (hasta, dado el caso, aunque esta palabra suene sentimental, menos sincero porque hay una falta de sintonía concreta con esa producción literaria que uno siente ajena) y el placer se diluye. Salvo, quizás, en el destello de alguna frase a la hora de escribir el texto crítico: por lo general artículo o reseña. Por lo tanto, el resultado por lo general no suele ser el más inspirado. En estos términos definiría la materia de un corpus que excede en mucho los nombres del panorama de un grupo de autoras argentinas o del extranjero. Por otra parte, hay muchas otras autoras fundamentales que no he leído. Incluso argentinas, circunstancia que me resulta prácticamente imperdonable habiendo realizado una investigación seria sobre ellas. Me intereso por el discurso literario desde una perspectiva teórica amplia, me animaría a decir como un principio básico de mi trabajo. Sobre la teoría literaria. Hay autores que me resultan genuinos. Otros que me son totalmente indiferentes o los advierto en imposturas o en esnobismos. Encuentro frivolidad en otros. Petulancia, soberbia, grandilocuencia, egocentrismo, oportunismo, lo que queda plasmado de inmediato en una poética. O encuentro humildad y ello suele ser indicio de talento, como en el caso de Lilia Bodoc, una escritora de genio que jamás necesitó demostrar quién era o de lo que era capaz. Se trata generalmente de prosas o de una poesía que suelen ser austeras. Al menos en mi caso detecto el modo en que esos rasgos de personalidad quedan plasmados en la obra literaria. Si bien esta detección puede no ocurrir. O, en los peores casos, sí advierto afán comercial. Codicia, desesperación por las ventas, publicidad, lucro, afán de celebridad, se trata de tal degradación de la escritura que en esos casos dudo seriamente de que exista en tal persona una vocación genuina de escritor o una seriedad profesional, además de una sensibilidad. Lo que se divisa es un comportamiento según el cual la literatura se vuelve una mera práctica (un instrumento, quiero decir) a los fines de proceder por conveniencia. Pongo en duda de que experimenten placer al escribir, de que lo hagan “de cuerpo entero” en el sentido de que lo sientan como una forma de realización y no de obtención de dividendos. En tales casos no me siento atraído sino más bien me resultan prácticas repugnantes. Los hay abiertamente cínicos.

¿Y a qué atribuir el criterio para detenerse en tal o cual corpus crítico? Eso ha ido variando mucho con el tiempo. En ocasiones ha respondido a factores completamente imprevisibles. Me ha sorprendido o asaltado un tema para que lo aborde. Me he sentido interpelado por él. Me han invitado a que investigue en ciertos proyectos académicos asignándome un autor o autora, en cuyo caso el abordaje o el marco teórico debió ser uno u otro (también según la índole del proyecto de investigación en cuestión), no he tomado la menor decisión en tal corpus, sino más bien debí ajustar mis aptitudes a esos abordajes. Y hay muchos temas o contenidos o poéticas que uno ha leído, incluso los ha leído íntegros, le han gustado mucho, ha aprendido de ellos enormemente, ha habido un enorme placer en acceder a sus tramas, pero sobre los que no ha trabajado jamás ni lo haría, pudiendo hacerlo ¿A qué atribuir este comportamiento, esta tendencia, prácticamente a enmudecer sobre ellos, como si de monumentos sagrados se tratara? Sin embargo, uno no deja de rumiar sobre ellos luego de una encendida lectura. La respuesta, quizás, estribe en que tiene que haber pasión, sentido de oportunidad, condiciones elementales de trabajo, tiempo disponible, en términos ideales una inserción (o institucional, o un medio, o un órgano o un organismo, subsidios o becas para desarrollar investigaciones, condiciones o aptitudes personales, etc.), disponer de sus obras completas para ser capaces de formular hipótesis de lectura más o menos concluyentes y un plus de esos que la vida nos regala o nos sustrae que es lo que podríamos vagamente llamar, si se me permite esta licencia, inspiración.

Hubo en mi historia a lo largo de todos los años noventa una lectura sistemática de autores varones argentinos, el más entrañable y al que suelo regresar (y sobre el que sí escribí un trabajo) es Antonio Dal Masetto. Pero hubo toda una generación de autores argentinos de unos cuarenta años que yo comencé a seguir. Y seguí de adultos a muchos años. Toda la bibliografía de Alan Pauls, de Martíon Kohan (cuyos ensayos admiro particularmente), Daniel Guebel (a quien leí tempranamente), Sergio Chejfec, para no citar a todos los latinoamericanos como Gabriel García Márquez, cierto Vargas Llosa del que luego tomé distancia y, por supuesto, las lecturas adolescentes en las cuales los varones eran los protagonistas, que aunque uno no estuviera trabajando críticamente sobre ellos sí estaba realizando innegables operaciones y elaboraciones en tanto sujeto de cultura. El Colegio Nacional “Rafael Hernández”, dependiente de la Universidad Nacional de La Plata me deparó a todos varones, mucha literatura española medieval, del Renacimiento y alguna actual. Algo de literatura estadounidense. Bastante argentina contemporánea por lo general del canon, salvo Bioy y Anderson Imbert. Y Camus como una honrosa excepción en quinto año magistralmente analizado.

En esta parte del artículo me gustaría detenerme, para pasar luego a la segunda, en la que me propongo reflexionar acerca de la construcción del texto literario y sus condiciones de producción y recepción. El trabajo de una cierta antropología en el seno de la cultura del género y una meditación acerca de la lectura. Pero sobre todo de una lectura crítica. Me interesa que pensemos en profundidad cómo construimos los escritores un texto, sus mecanismos, sus variables y cómo sería ideal en la república de las letras que una cierta armonía cundiera, para que no hubiera ni inclusiones de indeseables ni exclusiones de escritores que por no responder a estereotipias fueran sometidos al rechazo. Queda entonces cerrada en esta parte, este capítulo, para dar paso a la otra, menos informativa, menos descriptiva, menos confesional, más teórica.

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