Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte IV)

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte I)

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte II)

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte III)


En el anterior artículo afirmamos que subsiste, entre distintos fragmentos de la izquierda global, la defensa del modelo que hace tiempo naufragó y colapsó: el modelo socialista de inspiración marxista. La utopía ofrecía el paraíso en la tierra y construía el mayor de los infiernos: logró todo lo opuesto a aquello que se proponía alcanzar. La utopía ha identificado al enemigo: el capitalismo ayer y el neoliberalismo hoy, es decir, el sistema de mercado, la propiedad privada y la empresa.

Intentan contraponer el modelo de solidaridad, bondad y hasta de amor (fue utilizado en Venezuela en algunas de las campañas electorales en las que se intentó sostener que socialismo es amor), a la propiedad, el individualismo y el egoísmo. Tal y como señala Karl Popper, lo contrario de individualismo es el colectivismo y lo opuesto al egoísmo es el altruismo. Tanto el egoísmo como el altruismo no son privativos del individualismo o el colectivismo. Es decir que existen colectivos egoístas e individuos altruistas. De tal modo que carece de sentido hablar del hombre consumista y egoísta y mucho menos de la insania mental de querer construir el “hombre nuevo” , propuesta vieja que el fascismo italiano lanzó al mundo a principios del siglo pasado.

No obstante que la realidad no hace más que contradecir lo que dicen querer alcanzar, hoy como ayer siguen siendo capaces de afirmar que cuando han viajado a Cuba y Venezuela han visto el paraíso en la tierra. Lo mismo decían los amigos de la Unión Soviética, China  o Vietnam. Quien osare desmentir esta realidad, como lo hizo André Gide luego de su visita a la URSS, terminan siendo execrados y perseguidos, en el mejor de los escenarios. Otros terminan en el subsuelo.

Opera una profunda resistencia que impide reconocer el monumental fracaso de ese modelo allí donde se implantó. Sus cimientos se resquebrajaron como producto de la implosión que no necesito de ayuda externa alguna. Se trata de las consecuencias intrínsecas al modelo que a los amigos les cuesta aceptar. No resulta fácil doblegarse ante semejante desastre y por ello se inventan las más curiosas hipótesis: nunca se ha implantado el socialismo, quienes lo han implantado no lo han sabido hacer o sencillamente no son socialistas.

Adoptan una actitud parecida a la que ha sido identificada por Imre Lakatos y Thomas Kuhn en el terreno de la ciencia. Frente a las evidencias de la incapacidad del modelo para explicar ciertos resultados se crean hipótesis ad hoc que expliquen las inconsistencias, los fallos. Se hace con el objeto de resguardar el núcleo duro de la utopía y  salvaguardar la médula de sus planteamientos. Esta no se juzga ni evalúa por los resultados que con ella se alcanzan. Si el resultado es negativo, como suele serlo, se termina imputando a otros toda la responsabilidad por el fracaso.

Un evento reciente abona a favor de lo que hemos dicho. El representante de la dinastía de los Castro en Cuba acusa y responsabiliza al embargo de los Estados Unidos de todos los profundos males y penurias que hoy padecen los ciudadanos de la isla. Como si no hubiese existido otro centenar de países, muchos de ellos situados en la órbita a la que pertenecían, con los que hacer negocios. Del análisis se excluye la más mínima posibilidad de que hayan sido las consecuencias del modelo que se aplicó durante tantas décadas. Con este alegato se confirma lo dicho por Guy Sorman, quien sostiene que un rasgo distintivo de la izquierda es el de achacar las causas de los problemas a otros y nadie mejor para ello que los Estados Unidos, el imperialismo mismo.

El régimen venezolano calcó del régimen cubano muchas cosas, de entre ellas  este guión: la izquierda y los socialistas son los buenos y los malos se sitúan en la derecha. Los malos son los otros a quienes imputa de las ineficiencias e ineptitudes que solo es capaz de producir el modelo que implantan. El guion también contiene el elenco de enemigos a quienes achacar los pésimos resultados. Los más importantes son: el neoliberalismo, preferiblemente adjetivado como salvaje, la desigualdad que crea el capitalismo, siempre adjetivada como obscena, la derecha internacional, los fascistas, epíteto que es un invitado permanente, los golpistas y, en el debate interno, se ha elaborado un repertorio complementario: oligarcas, vendepatria, etc.

El término fascista lo utilizan a diestra y siniestra para descalificar al adversario ( no importa de que signo sea). De acuerdo a la perspectiva que tiene de sí misma, la izquierda no puede ser fascista. Como afirma Rosa Montero, “si eres de izquierdas, estás a salvo de cualquier error moral”. Como el gobierno venezolano se autodefine como socialista, el  que esté en su contra, obviamente, es de derechas o fascista.  Esta premisa, o más bien acto de fe, es imposible de sostener, como lo demuestran Hannah Arendt y Umberto Eco en sus análisis de los totalitarismos del siglo XX. También en el campo de la izquierda se comienza a gestar un interesante debate que rompe con las creencias convencionales. (1)

Como intentaremos mostrar, entre la izquierda, al menos  diversos fragmentos de ella, y la derecha hay más puntos de encuentro de los que se está dispuesto a admitir.  Como ejemplo encontramos ese importante fragmento de la izquierda que ejerció el poder en una parte importante del globo y que  mantiene con el fascismo y el nazismo más similitudes que diferencias. Lo que desdibuja y torna borrosa la línea divisoria inicial.

La creciente documentación e información acerca de las terribles atrocidades cometidas por el “socialismo real”, comparte con el Nazismo y el Fascismo el horror del desprecio por el individuo. Una parte nada despreciable de quienes se autodefinen como de izquierda o socialistas aprobó, y aún aprueba, los desmanes cometidos en contra de la humanidad. El peso de los vicios y barbaridades que han cometido a lo largo de la historia y que hoy resultan imposibles de ocultar los delata con una fuerza implacable.

En la defensa del socialismo real la pléyade de partidos que dicen representarla genuinamente han utilizado a los intelectuales para blindar los planteamientos con una mayor credibilidad, cuando solo se acepta la obediencia y está descartado el disenso.  En Venezuela se ha repetido el mismo esquema, tanto al interior del país  como en el plano internacional. El “apartheid” cultural premia a los amigos y excluye al resto: artistas, músicos, cantantes, escritores  (incluidos los de fuera) que no apoyan al régimen se les veta el uso de espacios públicos que, solo en teoría, pertenecen a todos los ciudadanos. La consecuencia de ello es que privan a la sociedad de la calidad y la diversidad cultural y la someten a la barbaridad del pensamiento y la cultura únicos. La exclusión toca a los expresidentes que intentaron visitar a los presos políticos que hay en las prisiones venezolanas, incluido  Felipe González, expresidente de España y defensor de los presos políticos, a quien denigraron con los peores calificativos.

Las izquierdas se identifican con la crítica que el régimen venezolano hace del “neoliberalismo”, del mercado y de la empresa y por esas razones le brindan su apoyo. Esta es la médula de los planteamientos de izquierda cuyo enemigo no es precisamente la derecha, sino el sistema de mercado, la democracia y el liberalismo. Estos son los verdaderos contrincantes.

En esa lógica, es el capital y las libertades las que impiden que llegue el socialismo y la posibilidad de realizar el paraíso en la tierra. Han convertido al capitalismo, al mercado y a la empresa en sinónimos de injusticia y hay que reconocerles que en este terreno han tenido éxito. Para Bernard-Henri Levy la izquierda está enferma de derechismo, pues el verdadero liberalismo nunca defendió la ley de la jungla o el mercado desregulado. Por el contrario, el liberalismo exige reglas claras, pactos y obligaciones que enmarcan la relación de las fuerzas económicas. “El liberalismo no es el mercado, es el contrato”.

No están interesados en aclarar el significado del liberalismo que, como afirma Bernard-Henry Levy, es el contrato libre y voluntario entre las partes y por eso lo abordan con una laxitud que espanta. Han convertido al calificativo de neoliberal en uno que tiene connotaciones muy negativas. Lo utilizan para referirse a países en los que el neoliberalismo está todavía muy lejos de entrar o donde lo ha hecho con muchos temores y una gran timidez. Los resultados que han alcanzado los países latinoamericanos contradicen estos alegatos. Aquellos países que han avanzado y profundizado el sistema de libertades son los que exhiben el mejor desempeño económico y una mejora sustancial de la calidad de vida de sus ciudadanos Lo contrario también es cierto.

La crítica al liberalismo, al que reducen a simple intercambio comercial y a lucro, es un pretexto para censurar la democracia y las libertades. Isaiah Berlín, Giovanni Sartori, Charles Lindblom, entre otros pensadores políticos, proporcionan una visión más adecuada y  amplia del liberalismo y del sistema de mercado y analizan  la estrecha relación entre ambas dimensiones Los planteamientos de estos autores cuestionan la reducción del liberalismo a una doctrina económica solo capaz de defender al mercado.  Su visión permite la inclusión de temas fundamentales como el de las libertades, la defensa de los derechos humanos, las normas y fiscalización del poder, todas ellas medulares para el desarrollo de la empresa y el sistema de mercado.

Un análisis de la arquitectura legal que se ha construido durante este régimen proporciona información valiosa para comprender cuál es el adversario contra el que luchan. Las normas se han elaborado para debilitar al máximo el derecho de propiedad privada, entorpecer el funcionamiento de la empresa y el mercado con un denso volumen de regulaciones de todo tipo, asfixiar a la libertad de expresión y negar al individuo. Todo ello, a lo que se suma el hostigamiento, persecución y encarcelamiento de la disidencia, muestra la vocación totalitaria del régimen.

Los presos políticos que desde el año 2002 hasta el día de hoy alimentan las cárceles, la brutal represión de las marchas y las torturas, hoy se complementan con la deportación de más de 20 mil colombianos (de acuerdo a cifras de la ONU), hecho que contradice y niega la historia de brazos abiertos a los inmigrantes que ha caracterizado a la historia de Venezuela. Todo ello “made in socialismo siglo XXI”.

Asombra que la izquierda global que se autodefine como propietaria de la bondad y enemiga de  la represión y la deportación, hoy guarde un silencio cómplice o un activo apoyo a mantener en prisión a quien simplemente disiente de las políticas gubernamentales. El debate desnuda la realidad. No es una confrontación entre izquierda y derecha, es entre totalitarismo y democracia, entre administración centralizada de un país y libertades sociales y económicas. La polémica es entre un modelo que destruye, que comete atrocidades en contra del individuo y quienes defienden la democracia y las libertades, tarea que además hay que hacer a diario. Hay que tener presente las profundas metamorfosis a las que hemos aludido y que permiten que  algunos de los que se dicen defensores de la democracia abriguen los mayores propósitos dictatoriales.

Esta izquierda anima un proceso que asegura la intromisión del Estado en la actividad del individuo; es el principio y el  mal de todos los totalitarismos. Lenta y progresivamente se va silenciando todo: los medios, los partidos y los individuos. Hablar, opinar y expresarse tiene consecuencias, las condenas y la prisión. Lo viven los directores del periódico Tal Cual, de las emisoras de radio y televisión confiscadas, etc. Hay fragmentos de la izquierda que siguen guardando silencio frente a estos desmanes y esta situación estamos en la obligación de denunciarla.

Las fallas que encontramos en Venezuela y Cuba, y antes en los países pertenecientes a la órbita soviética, guardan entre sí muchas semejanzas: presos, medios de comunicación del estado y cuanto menos mejor, desconocimiento y ataque a la religión, escasez y miseria, etc. Indican que no es una casualidad tanta coincidencia. Se trata de fallas de diseño del modelo, de imposturas intrínsecas, propias y del cual no es posible esperar resultados diferentes. Quienes ven con nostalgia e intenta deslindar al modelo venezolano diciendo que eso no es socialismo, igual que el cubano y antes el soviético, intentan mantener incólume la utopía, la que no se evalúa sobre la base de los resultados concretos. El deseo de preservar la utopía se enfrenta a una cruda realidad: todas las experiencias habidas terminan presentando resultados idénticos: la penuria como modo de vida.


(1) El texto de Sophie Heine, Por un individualismo de Izquierda es un intento de novedoso de reflexión sobre este esquema geográfico.

Hey you,
¿nos brindas un café?