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El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte III)

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte I)

El régimen venezolano y la derecha y la izquierda (Parte II)


La cultura, desgraciadamente, es, sigue siendo, un monopolio de la izquierda convencional, muy inalterable, que disfruta de privilegios y se permite satanizar a quienes no comparten sus ideales.

Mario Vargas Llosa

En los dos primeros artículos de esta serie colocamos de relieve las dificultades para perfilar líneas divisorias y límites precisos que permitan  escindir la izquierda de la derecha. Como veremos y como intentaremos demostrar, hay más vasos comunicantes y puentes sólidos entre ambos extremos de los que cualquier observador está dispuesto a admitir. En ocasiones, resulta más sencillo establecer los linderos entre los distintos fragmentos que se autocalifican como pertenecientes a cada una de estas zonas geográficas. A lograr establecer delimitaciones más nítidas contribuyen mucho los odios mellizales que existen en cada uno de los polos. Las dificultades encontradas hacen que resulte indispensable sustituir el singular por el plural con el que encabezamos este tercero artículo.

Intentaremos mostrar que, entre el discurso que utiliza cada uno para definirse y definir al otro y la realidad de los resultados que han logrado alcanzar  cuando les ha correspondido ejercer funciones de gobierno, existen verdaderos abismos imposibles de transitar, así como áreas de consenso que impiden hacer la distinción.

Iniciamos estos artículos preguntándonos por los respaldos internacionales, que por un buen tiempo recibió el régimen venezolano de los más disímiles fragmentos y fracciones que se autocalifican como de izquierda. Como intentaremos mostrar este respaldo no es el fruto de coincidencias fortuitas, forman parte integral de la historia de las izquierdas que se resume en unos principios muy elementales: no hay enemigos a la izquierda y el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Como se comprenderá no es posible formular juicios a partir de lo que cada uno piensa de sí mismo, es preciso contrastarlo con la realidad y con datos y resultados que certifiquen o contraríen su autopercepción. Por aquello de que hechos son amores y no buenas razones.

La valoración que la izquierda hace de si misma es superlativa. La resume de un modo extraordinario Rosa Montero, “(izquierda) es una especie de vocablo mágico que acumula todos los dones de las hadas: bondad, honestidad, solidaridad e incluso buen aliento.” Agrega, “para ellos, ser de izquierda es ser de izquierda, una verdadera tautología y además los serán de por vida, pase lo que pase”. Lo que no hace más que demostrar la profunda aversión al cambio, la total inamovilidad. Recuerdo que en una manifestación en contra del régimen actual una amiga de juventud, adepta al gobierno, me espetaba en la cara, como un verdadero logro de vida, YO NO CAMBIO. Lo que no deja de ser un contrasentido, además de una gran mentira.

Conversaba  sobre este tema con otro gran amigo, demócrata a toda prueba y extraordinario profesional, quien expresaba su preocupación porque frente al desmadre de Venezuela producto de un gobierno que se arroga su carácter de socialista, resultaría casi imposible la  recuperación de este terreno geográfico en el país. Agregaba que ese gobierno no es de izquierda. Excluir al gobierno del terreno de la izquierda es una forma de salvar la utopía, los rasgos positivos asociados a ella, en las que cree esta persona,  y una forma sana de sentirse bien el hábitat ideológico que escogió como modo de vida. Así se confirmaba la expresión que había utilizado Payne, quien sostenía que cuando se hablara de izquierda o derecha es conveniente incorporar la noción de “lealtades geográficas”.

Hay países en los que he percibido que el deseo y la necesidad de pertenencia a uno u otro de los polos es más pronunciada, casi  una exigencia. He advertido esta urgencia en España. Allí asombra constatar que la lectura de un determinado periódico te convierte en ciudadano que habita en alguno de estos territorios. Algo similar ocurre con la televisión y la radio. Comentar una noticia u opinión, que ha sido vista o escuchada en un determinado canal, puede conducir directamente a la descalificación dependiendo del interlocutor. Lo mismo ocurre con los tertulianos que parecen escogerse por el grado de pertenencia a uno y otro de los territorios en lisa.

Con esa nueva realidad ha topado la creciente diáspora venezolana en España y Francia y Europa en general. En particular le ha ocurrido a los más jóvenes, quienes se han visto interpelados por su pertenencia a uno u otro extremo geográfico: derecha o izquierda. Su respuesta tendrá consecuencias para futuras relaciones,  para tener el derecho a ser invitado a participar en reuniones en el centro educativo en el que cursan, que se lo trate como amigo o adversario,  al menos a corto plazo.

Lo dicho revela que la posición desde la que se habla,-el lugar en que se habita- es más importante que los argumentos que se esgrimen.  Varios estudiantes venezolanos, ante la pregunta, ¿en que bando te sitúas?, responden que si ser de izquierda es apoyar al régimen venezolano, obviamente no es  ese su bando, que para los españoles y los europeos, es la izquierda. Y si adversas a un gobierno de izquierda, obviamente, siempre de acuerdo al esquema simplista y al trillado arsenal de improperios, eres de derecha. Un razonamiento ramplón incapaz e insuficiente para explicar realidades complejas.

Recurro a esta respuesta pues la misma fue formulada por un integrante de un partido político adscrito a la internacional socialista y por ende parte de la izquierda. Esta simple respuesta da cuenta de la enorme fragmentación que existe en los polos y de las dificultades para establecer linderos precisos entre ambos extremos.  Es decir que desde la izquierda es posible criticar a un gobierno de izquierda y con ello se quiebra ese principio según el cual si eres de izquierda no es posible identificar enemigos en ese extremo. Mientras escribo vienen a mi mente varios de los artículos que Rosa Montero ha dedicado a este tema, uno en particular en el que señalaba que si ser de izquierda era defender la dictadura cubana (monarquía hereditaria de la dinastía de los Castro, agregamos nosotros), se apeaba de ese autobús.

En no pocas ocasiones quienes increpan son miembros de la red de amigos o cómplices del gobierno, porque comparten la ideología o han participado en las múltiples giras que ha organizado el régimen por las hermosas costas venezolanas o porque  la amistad ha sido reforzada por la contratación  de algunos servicios y estudios. Manosean el consabido guión: quien critique al régimen o quien se haya ido del país es un enemigo de la izquierda y por tanto miembro de la derecha y promotor del … y allí colocan un línea vacía a ser rellenada por el interlocutor (neoliberalismo salvaje, oligarquía, etc). Una receta similar se aplicó a la emigración cubana, con el apoyo de la, en aquel momento poderosa, red de partidos comunistas y socialistas en todo el mundo. A la emigración cubana se la etiquetó como los “gusanos”. Aunque han pretendido adjetivar a la emigración venezolana, la debilidad y creciente fragmentación en el terreno de la izquierda global ha impedido que cobren fuerza los calificativos.

El régimen se ha declarado de izquierda y socialista y ha pretendido imponerlo al margen de la constitución. Veamos de una manera muy general cuáles han sido los resultados de su aplicación. Se asemejan a los alcanzados por aquellos países que implantaron o intentaron implantar el socialismo de inspiración marxista en todo el mundo: ineficiencia, escasez, tarjetas de racionamiento en todas sus modalidades y versiones, inflación, colas, improductividad, un extraordinario atraso de las fuerzas productivas y una sociedad YO-YO y YO-YA, pues de lo que se trata es de sobrevivir. Solo basta constatar, en la sociedad del conocimiento y la información en la que vivimos, el ancho de banda y la velocidad con la que funciona Internet en países como Venezuela y Cuba para corroborar lo dicho. Cuando se cumplen 25 años de la integración de Alemania Oriental (que se autodefinía como democrática) al desarrollo, podemos constatar el esfuerzo que significó desembarazarse de un modelo generador de precariedad.

A las severas penurias económicas, en el caso de Venezuela, se añade la permanente angustia y zozobra en la que viven los ciudadanos dado el incesante aumento de la inseguridad y la impunidad. Cerca de 200 mil homicidios durante el periodo y un índice de impunidad que supera el 90%.  La escasez de todo, usted diga y obtendrá por respuesta: NO HAY. La inflación ha horadado el salario a niveles equivalente a un dólar y menos por día.  A las huelgas y agresiones a manifestantes y al indignante apresar a la disidencia se suma un evento ajeno a la venezolanidad. Lo ocurrido en la frontera, en la que de acuerdo a datos de la ONU han sido deportados cerca de 20 mil ciudadanos colombianos, es un hecho que preocupa y asombra y que rompe con la tradición de siglos de abrir y nunca cerrar las puertas al inmigrante.

El ominoso silencio de muchos hace que las voces de expresidentes, parlamentarios y articulistas resuenen con mucha fuerza. Han alertado del grave déficit democrático que vive el país y la necesidad de recuperar el sistema de libertades. A ellos nuestro reconocimiento y el más profundo de los agradecimientos. Venezuela ha resultado un tema incómodo para el análisis convencional y para los viejos y gastados expedientes y argumentos de muchas fracciones de la izquierda.

El espectro político que constituye la alternativa democrática venezolana contiene a representantes de los dos extremos geográficos, como apuntamos en artículo anterior. Por ello, recurrir al alegato de que quien se opone es de derecha carece de todo sentido. Tampoco pueden utilizar el consabido epíteto de fascista, ya que en la opción democrática hay sindicatos y partidos que forman parte del movimiento global vinculado a la internacional socialista. Los pocos socios que por distintos motivos idolatran al régimen utilizan ahora otro argumento, golpistas. Omiten que quienes ejercen el gobierno dieron dos golpes de Estado, con más de un centenar de muertos, en el año 1992.

El apoyo inicial de todos los fragmentos de la izquierda al régimen venezolano se ha venido resquebrajando en la medida en que el ADN totalitario del gobierno se ha hecho más evidente. Cada vez son menos quienes, desde la geografía de la izquierda, hacen una defensa a capa y espada del régimen venezolano. Incluso entre los más allegados y los franquiciados, por razones de carácter táctico y para deslastrarse del pesado fardo que implica la asociación con el gobierno venezolano, se ha producido un cierto desmarque, un tímido olvido intencional.

El deseo de desmarque no les impide en  el parlamento europeo y  el español pronunciarse en contra de las decisiones de las mayorías que exigen al gobierno venezolano la liberación de los presos políticos y condenan sus prácticas autoritarias. Son los compinches o cómplices, por omisión u ocultación, de la realidad que bien conocen. En los momentos álgidos de votación, miembros de partidos políticos de izquierda comprometidos con la moción de censura al régimen venezolano, se han abstenido contraviniendo los acuerdos internos del mismo. Esta realidad da cuenta de lo difícil que resulta el cambio en el hemisferio izquierdo.

Quienes expresan su admiración y solidaridad con el régimen venezolano son los mismos que se abstienen de criticar a la ex Unión Soviética a la que le reconocen haber alcanzado un relativo nivel de desarrollo industrial y sobre todo el haber actuado como contrapeso a los Estados Unidos. El viejo esquema los malos son los Estados Unidos y la Unión Soviética los buenos (se olvidan y se hacen los ciegos frente a la destrucción, de los gulags, las varias decenas de millones de muertos,  la represión y el control policial que ese modelo le impuso a la sociedad).

En pensar y hablar mal de los Estados Unidos, es decir, en el antinorteamericanismo, encontramos que las fronteras entre izquierda y derecha se difuminan.  En este tema ambos extremos tienen más coincidencias que diferencias. Esta realidad ha sido retratada y analizada de manera magistral por Jean Francois Revell. Todavía resuenan algunas expresiones de líderes europeos cuando analizaban el ataque terrorista a las torres gemelas en New York. Una de las tantas coincidencias que suprimen los límites entre ambos extremos.

Para defender al gobierno venezolano se valen de un hecho innegable, que ha sido elegido por la mayoría y, además, en varias ocasiones. Un análisis más detallado permite comprender que las elecciones se realizan en un campo de juego en el que la portería del oponente tiene una cierta inclinación que exige un esfuerzo titánico para que los delanteros puedan alcanzar la portería contraria. El uso y abuso de los recursos públicos para los fines políticos personales: televisión pública (con dinero de todos los ciudadanos en la que hay una única voz: la del gobierno, uso de medios militares para el transporte de votantes, uso de los poderes públicos (legislativo, judicial, electoral y de la contraloría) para justificar decisiones injustificables e inexplicables desde  una óptica distinta a la de la política partidista. El juego cuenta además con un árbitro que extrañamente siempre da la razón al partido de gobierno. Es decir, unas elecciones que se ganan en el marco de una violación continuada de los derechos humanos básicos.

Con estas posiciones de defensa abierta, omisiones y silencios calculados, se confirma aquella trillada y nefasta frase, desafortunadamente de actualidad, de que para la izquierda no hay enemigo en ese territorio geográfico. No criticaron a la dinastía de los Castro, ni antes a los socialismos reales y tampoco al venezolano, aún a sabiendas de que han sido líderes en destrucción y en convertir cualquier realidad en escombros.  Si de algo se precia este modelo es el de haber hecho de la mentira un sistema de alcance global.

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