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El régimen venezolano: la izquierda y la derecha (Parte VI)

Las extraordinarias coincidencias y enormes semejanzas entre fracciones, fragmentos, grupos y grupúsculos de la izquierda y la derecha, hacen que resulte insostenible el argumento de que es ésta la verdadera diatriba. Discrepamos de que sea ese el debate genuino y sostenemos que la auténtica polémica se halla en otro terreno: el de la confrontación entre democracia y autoritarismo, entre más o menos libertades, ente diferencialismo y pluralidad. Un análisis de contenido de lo que dice y hace la izquierda y la derecha, más allá del lugar desde donde se dice, permite concluir que es ésta la médula del debate.

Tuvimos la ocasión de constatar, en los artículos previos, las enormes semejanzas entre los totalitarismos de izquierda y derecha. Son tantas las similitudes que resulta increíble e inexplicable que no se haya utilizado el término comunista, de un modo denigrante como suelen utilizarse los de nazista y fascista, para aludir a prácticas totalitarias o autoritarias. Si utilizáramos como referencia el daño ocasionado a la sociedad y el número de muertos que han provocado los socialismos soviético, chino y cubano, etc., concordaríamos en que de lejos han sido los que más perjuicios han ocasionado a la humanidad.

Los que ayer y hoy defendieron a esos regímenes totalitarios y retrógrados-todavía lo hacen con Cuba y Corea-, son los mismos que respaldan de un modo entusiasta al gobierno venezolano. Lo hacen de manera consciente, lo que es una forma de complicidad premeditada. El apoyo activo, el silencio cómplice o la indiferencia de grupos de izquierda ante un régimen que menosprecia al ciudadano, muestra con sus acciones y omisiones que son capaces de respaldar todo aquello que niega lo que dicen defender. Tal colaboración, activa y pasiva, incluye a partidos políticos, ONGs y a organismos multilaterales como la OEA y la UNESCO.

Los hechos hablan más que mil palabras: hechos son amores y no buenas razones. Hablan de la libertad de expresión y guardan silencio ante su mutilación en Venezuela, incluso llegan a justificar el cierre de los medios y el monopolio del papel periódico por parte del Estado. Recuerdo que en la década de los 70s, en nombre de la libertad de expresión, un profesor promovía la quema del libro de Carlos Rangel, quien se atrevió a cuestionar la religión que se extendía por todas las universidades latinoamericanas: la del concepto de dependencia y el marxismo que imperaba en el campo de las ciencias sociales en toda la región.[1]

El autor cuestionaba lo que todos defendían, izquierda y derecha, la preeminencia del Estado, cuya presencia se extendía por todos los predios creando profundas interferencias que afectaban el desempeño de la empresa y el mercado. Un Estado que se convirtió en el mayor propietario de empresas a las que definía como estratégicas: desde las telecomunicaciones, pasando por la producción de galletas hasta llegar hasta las salas de apuestas. De este modo ensanchaba su clientela, con el fin de mantener a quienes estaban en ese momento en el poder. Más que construir el Estado de bienestar la intención es darle bienestar a quienes están en el Estado.

Un Estado que creaba controles a diestra y siniestra: de precios, de divisas, de empleo, con un creciente e insaciable gasto público y políticas que desestimulaban la productividad, la competitividad y que propiciaban la informalidad, la inflación y el desempleo. Persisten fracciones en la izquierda y la derecha que añoran el estatismo y que recelan de la empresa y del sistema de mercado.

Aquí, izquierda y derecha, más que darse la mano, se abrazan. Exaltan el modelo que hizo la gran hazaña de colocar a los países en la dirección del subdesarrollo. Su ceguera y rechazo a la empresa y el mercado les impidió ver la crisis que ocasionaba y tampoco les permite ver los resultados que han alcanzado aquellos países que comenzaron a transitar en una dirección opuesta, la de más democracia, más libertades, más empresas y mercado y un mejor Estado.

Un Estado más grande hace posible el empleo de los partidarios y familiares de los dos bandos, para quienes, además, no resulta admisible lo que denominan como tiranía del mercado, no están dispuestos a aceptar la barbarie liberal, que es otra forma de decir el neoliberalismo salvaje. La reducción del liberalismo a intercambio de mercancías y su equiparación a la jungla salvaje es un signo que revela un gran desconocimiento. Afirman que la libertad de empresa y de mercado es incompatible con la libertad y la democracia, sin explicar por qué. Frente a dicha jungla es en el Estado salvador en quien colocan todos los atributos y todas la competencias para que se convierta en agente central y casi único de desarrollo y “justicia”. Sostienen que el Estado es el único medio capaz de poner coto a las insaciables apetencias de quienes solo buscan el lucro.

Les resulta incómoda la libertad, la competencia y la responsabilidad y por esa razón le piden al Estado que favorezca sus empresas y sectores y que les ahorre el trámite de la competencia. El sistema de libertades y mercado nunca estará exento de problemas y dificultades, pero éstos tienen salida y se pueden superar de formas más o menos aceptables. El otro modelo, el que propone e impone el régimen, es un sistema con severos errores de diseño que genera profundas heridas en la sociedad para las que no se conoce cura. Sus consecuencias son más bien de pronóstico reservado y pertenecen al ámbito de lo irrecuperable.

En artículos previos señalamos la tradición filosófica de estos planteamientos que Karl Popper atribuye a los enemigos de la sociedad abierta.[2] Muestra que lo que se opone al individuo es el colectivo y que el egoísmo no es putativo del individuo, también los colectivos pueden ser tremendamente egoístas y descalificadores del otro. Demuestra que una de las características de las sociedades abiertas y democráticas es la reivindicación del individuo, que el pensamiento de izquierda niega.[3] Esto se puede constatar en la siguiente cita de Proudhom, promotor del socialismo libertario, quien afirma que, “Fomentar el individualismo es preparar la disolución de la comunidad”. Algo parecido sostenía Saint Simon. El individuo se convierte en pieza de un engranaje, de una poderosa maquinaria, como afirmaba Stalin. Por ello crean “soviets”, comunas y asociaciones de ciudadanos para defender la revolución y para quienes no lo hacen también tienen previstas soluciones de carácter colectivo, como centros de reentrenamiento y educción, campos de concentración o los logais chinos.

La forma de concebir al individuo, subsumido en el colectivo, constituye un espacio de acuerdo entre ciertos grupos de izquierda y de derecha. Una de estas áreas es la de las identidades colectivas nacionales, los localismos y las estrategias basadas en la promoción del diferencialismo. Llegan a acuerdos de tal naturaleza que las diferencias entre ambos bandos, en apariencia irreconciliables, se dejan aparcadas para intentar vencer al que ha identificado como el enemigo común. Aquí los principios de la acción muestran una gran flexibilidad y capacidad de acomodo.

Sobre el tema de los nacionalismos y regionalismo nos alertan Savater F. y Sophie Heine. Esta última subraya que cuando las identidades regionales se utilizan como fundamento para la reivindicación política, engendran consecuencias que niegan la libertad de los otros. Cuando existe un nosotros se crea un ellos al que resulta imprescindible negar y excluir. Para evitar ese riesgo prefieren utilizar, en lugar de identidades o etnias, el término ciudadano, pues la palabra identidad oculta enormes diferencias culturales, políticas y sociales, amén de que menosprecian al individuo. La autora subraya que la exaltación de la identidad carece de sentido, existen muchas y diversas identidades, en plural, que se enriquecen y transforman, de un modo exponencial en este mundo de creciente movilidad. En lugar de colectivos, individuos, ciudadanos.

Ejemplo de la conversión de la identidad regional en una reivindicación política la encontramos en las elecciones recientemente convocada para elegir al presidente de una comunidad española: Cataluña. Un popurrí de fuerzas de izquierda y derecha lograron ponerse de acuerdo tras identificar un enemigo: España, e intentaron convertir una elección de trámite normal en un plebiscito independentista (de carácter inconstitucional). La aparente unidad identitaria que logró el abrazo de varias fracciones de izquierda y derecha, oculta profundas diferencias, casi insalvables, y los amargos recelos entre los múltiples fragmentos que integran esa alianza. La fragmentación es tal que, grupos extremistas que tienen como propósito la eliminación del capitalismo y la exclusión de Cataluña de Europa y España y cuyos votos son indispensables para formar gobierno, han acusado a los representantes de las otras referencias independentistas de ser corruptos y pertenecer a la extrema derecha capitalista.[4] El rencor a España es mas sólido que los principios que dicen defender. Creemos que el odio, el nosotros-ellos, va a derrotar a los principios (que tienen carácter acomodaticio). Estas extravagantes alianzas ocurren y han ocurrido en procesos diferencialistas similares. Se trata de otro terreno en el que la diferencia izquierda-derecha se convierte en inútil.

Izquierda y derecha asumen la homogeneidad de la nación o la localidad, poco importa, que no existe y sin embargo es la base sobre la que se erige el totalitarismo. La raza de todos, la ideología de todos. Así desaparece la pluralidad y el énfasis se coloca en la diferencia: tenemos una raza, una religión o una ideología superior. El régimen venezolano, Militar-cívico, del que se precian sus voceros, militares y civiles, expresa la unicidad y la uniformidad, de un modo déspota que expresan sin rubor alguno:“ el que no comparta el modelo, el que esté en desacuerdo que se vaya”. El individuo se considera parte de la servidumbre o como miembro de un pelotón homogéneo.

Esta visión autoritaria y totalitaria la presenta de un modo muy preciso Yuri Orlow, quién la resume del siguiente modo: “monopolización global de la iniciativa económica, de la iniciativa política y cultural, por el partido único en el poder. Aderezada por la represión policial e ideológica”. La ausencia de uniformidad se paga con prisión y exclusión. En Venezuela se han creado las listas del odio que han dado fundamento al apartheid político y social, que se ha acompañado de represión y prisión a la disidencia y ha acotado los espacios de protesta.

Hechos tan evidentes no pueden ocultarse y, no obstante su gravedad, varios fragmentos de la izquierda han guardado un silencio cómplice o una activa defensa de tales desmanes. Un indicador de esto último lo encontramos en los pronunciamientos avalando la decisión del gobierno de poner presos a los disidentes.[5] Este compromiso activo de franquiciados y socios era de esperar.

Lo realmente incomprensible es la abstención de una decena de diputados del PSOE. El partido participaba de un acuerdo con otras fuerzas políticas de la izquierda y la derecha española. Inconcebible por cuanto una de sus referencias históricas, el expresidente Felipe González, defiende a los presos políticos venezolanos y ha recibido de parte del gobierno venezolano una andanada de insultos. No es un miembro más del partido, es una referencia que no aduló a los soviéticos cuando estos dominaban en la mitad del mundo y que definitivamente no se merece esta omisión. Ésta, por otra parte, es un aval para el gobierno venezolano y una forma silenciosa de expresar su acuerdo con el encarcelamiento y persecución de la disidencia venezolana. Implica además un desconocimiento de partidos políticos hermanos y miembros de la internacional socialista. Más que dolor provoca una profunda tristeza.

En este terreno, la derecha española y europea ha demostrado una mayor solidaridad con los valores de la democracia y con la defensa de todos los partidos políticos venezolanos, incluidos los de izquierda. Grupos de la izquierda global desconocían y desoían a sus socios naturales en Venezuela. Afortunadamente la situación ha venido cambiando para bien de la democracia y los demócratas. Cada vez un mayor número de fragmentos que componen la izquierda se ha pronunciado en contra del régimen y ha condenado la persecución que hacen a la disidencia y solicitado la liberación de los presos políticos. Son indicios buenos y muy prometedores. Ha hecho posible en Europa y el mundo identificar nuevos puntos de encuentro, entre izquierda y derecha, que sin duda contribuirán a la ampliación de las libertades y el fortalecimiento de la democracia.

Entre estos nuevos puntos que la izquierda desarrolla está la reivindicación del individualismo, por oposición al colectivismo del que ha hecho uso a lo largo de su historia. Actitud que nace de la oposición a los sistemas autoritarios y totalitarios, de todo cuño, cuya pretensión de imponer el pensamiento único, monolítico y excluyente contiene el menosprecio del ciudadano, del individuo.[6]

Otro de los cambios, que comparten por igual derecha e izquierda, es el distanciamiento de la ilusión estatista que por tanto tiempo prevaleció en el mundo y Latinoamérica. El distanciamiento o más bien la ruptura con el modelo convencional, ha hecho posible el fortalecimiento de la democracia, las libertades en general, la empresa y el sistema de mercado. También ha facilitado el establecimiento de grandes acuerdos nacionales con el objeto de producir transformaciones que demandan grandes consensos.

Las políticas democratizadoras han sido impulsadas indistintamente por la izquierda y por la derecha. Lo hecho en Inglaterra y Estados Unidos por la derecha lo hizo la izquierda en Australia y Nueva Zelanda. La declaración de Tony Blair y Schroder, que establece la línea que debe seguir la socialdemocracia, es un indicador más de la disolución de las fronteras entre ambos polos. Delinean los principios básicos: disminución de impuestos a las empresas, promoción del trabajo y flexibilización de la normativa laboral, mantener bajo control el gasto público y la disciplina financiera. Son los principios que han orientado las iniciativas de la izquierda y derecha en el mundo.

En el caso de Chile, la estrategia que ha resultado exitosa ha sido acordada y ejecutada de manera conjunta por la izquierda y la derecha. Esta novedosa realidad habla bien de los extraordinarios cambios que se han producido en una porción importante de los países latinoamericanos. De estos cambios dan cuenta las experiencias de los dos gobiernos de Alan García en Perú y Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Otros países, afortunadamente los menos, intentan mantener las políticas del fracaso como en Argentina y Venezuela.

Las fracciones de izquierda que operan como socios y amigos del régimen venezolano comparten con éste su alergia y rechazo a la empresa, la propiedad y el sistema de libertades y de mercado. Por lo tanto tampoco comparten los principios de la declaración de los socialdemócratas europeos que, de más está decir, han satanizado. Estos grupos cuestionan la sola posibilidad de que alguien considere privatizar la administración de algún servicio público,-confunden propiedad con gestión- lo consideran una traición a la patria. Mantener el gasto público bajo control lo consideran austeridad a la que le atribuyen los males que padece el país. La adecuada administración y la limitación del gasto público la consideran inapropiada y una imposición de la troika, la cual está integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, que luego reducen a Angela Merkel y a quienes responsabilizan de provocar desempleo y miseria. Quieren préstamos pero no condiciones de pago y uso de los recursos de todos los ciudadanos de la Unión Europea y del mundo.

Luego le sigue el ataque a los circuitos financieros, a los que responsabilizan de la crisis global, y cierran afirmando que uno de los grandes problemas es la pérdida de soberanía nacional. En varios de estos puntos las similitudes que guarda con los argumentos de la extrema derecha francesa de Le Pen o con Caeroon en Inglaterra, son realmente llamativas.

Reiteramos, el enemigo de la izquierda no es la derecha. El enemigo es otro u otros: la democracia, las libertades, la empresa y el sistema de mercado. Los enemigos de la propiedad y las libertades coinciden en la reificación del Estado. Desde la derecha quieren un Estado fuerte que asegure el capitalismo sin competencia. No importa mucho que el Estado sea empresario mientras le permita la existencia individual o sectorial. Lo quieren además con subvenciones, controles, en definitiva, que reduzca el riesgo o sencillamente lo haga desaparecer del todo. Muestran una gran disposición a utilizar los recursos públicos para sus fines privados y para ello se valen de cualquier pretexto: creación de fuentes de empleo, carácter estratégico de la industria o del sector en que desarrollan su actividad, etc. Coinciden con la izquierda en la necesidad de un Estado omnipresente.

Esto le allana el camino a las fracciones de la izquierda con las que coinciden, las que conciben al Estado como el único medio capaz de garantizar la justicia social, lo que no es poco pedir. Olvidan, omiten o es la forma de colocar al margen a la empresa y el mercado, el volumen de ineficiencias, desperdicios, pérdida de recursos y fracasos que la gestión del Estado ha producido en todo el mundo. Este señalamiento, para evitar el apresuramiento del algunos, no se hace con el fin de sugerir su eliminación y más bienes un llamado a un mayor control social, de exigir una mayor transparencia en la administración de los recursos que pertenecen a todos los ciudadanos.

Las fracciones de la izquierda y la derecha que han producido la ruptura con el estatismo convencional en aquellos países en los que han ejercido el gobierno, han ampliado las libertades, fortalecido la democracia y el sistema de mercado. Estos países exhiben un mejor desempeño en casi todos los indicadores e índices globales y en particular han logrado reducir pobreza y desigualdad y mejorado la calidad de vida de sus ciudadanos. Lograron pasar del modelo del sálvese quien pueda al de la colaboración y el crecimiento. Por mucho que les pese a ciertos grupúsculos de izquierda, no ha sido el socialismo o sus gemelos los que han logrado reducir pobreza y desigualdad.

Por una extraña e inexplicable razón, el enemigo de fracciones de la izquierda y la derecha es el sistema que ha logrado la ampliación de las clases medias y el que ha permitido que muchos pobres hayan salido de la pobreza extrema. Latinoamérica es un buen ejemplo de ello. La tendencia democratizadora y liberadora en la mayor parte de la región, ha hecho posible que más de 30 millones de latinoamericanos se hayan podido incorporar a las clases medias. Extraña ecuación que todavía haya quienes optan por el modelo cuyo único mérito es producir penuria en abundancia. Resulta incomprensible que se pretenda emular ese sistema, precisamente en el momento en el que Latinoamérica exhibe un mejor desempeño.

Afortunadamente esta opción es la minoritaria con tendencia cierta a disminuir y crece el consenso y los acuerdos, entre ambos bandos, en torno a la necesidad de fortalecer las instituciones, fortalecer la democracia y el régimen de libertades, desarrollar un vigoroso sector privado, colocar el acento en el individuo, controlar el gasto público y eliminar los déficits, fortalecer la responsabilidad de individuos y organizaciones y la igualdad de derechos de todos. Se trata de noticias que auspician un mejor futuro para la región. El debate real es entre democracia y autoritarismo y la partida la va ganando el equipo de los demócratas. La van ganando los países y los ciudadanos que viven en sociedades abiertas y democráticas, en las que la calidad de vida mejora y en la que el ensanchamiento del tejido empresarial, la productividad y la competitividad permiten pensar en la posibilidad de financiar los programas sociales y que aseguran el libre flujo de capital físico e intelectual.


 

[1] Carlos Rangel “Del buen salvaje al buen revolucionario”

[2] Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos.

[3] En similar dirección se orientan las reflexiones de Sophie Heine.

[4] Señalamientos públicos hechos por la CUP al candidato del popurrí de fuerzas con el se produciría el acuerdo que permita la conformación del gobierno regional.

[5] Voceros del partido Podemos en España sostienen que mantener a los presos políticos por parte del gobierno es una decisión correcta. En la misa dirección se orientan las intervenciones en el parlamento español de los representantes de I.U y E.R.

[6] Sophie Heine, Por un individualismo de izquierda

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