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Tomas Paez

El Premio Ortega y Gasset a Teodoro y a los demócratas venezolanos

“El hombre se hace más animal cuando más es miembro de una masa

y se hace tanto más hombre cuando más se individualiza espiritualmente” 

Ortega y Gasset

Tuve el privilegio de participar en la XXXII edición de la entrega de los premios Ortega y Gasset, todo un agasajo a las libertades. Compartí con periodistas y amigos de toda la vida, Víctor Suárez, Andrea Daza, Bramel González, Domenico Chiappe, Antonio Fernández Nays y con los representantes del periódico Tal Cual, Xabier Coscojuela, Jefe de Redacción y el asesor legal de ese medio, Eduardo Mendoza  que ha padecido, entre audiencia y audiencia, el calvario del  dantesco juicio. Un hermoso artículo de Víctor Suárez, cuya lectura recomiendo, dibuja la atmósfera cálida y de libertad que embriagaba el ambiente.

El premio que otorga el periódico “El País” de España, es, desde donde se lo mire, un reconocimiento a la pluralidad y  a quienes, con su desempeño, resguardan todos los días los derechos humanos fundamentales y, de entre ellos, el de la libertad de expresión. Se trata de la defensa de verdaderos valores que no admiten matices, aunque para algunos, desafortunadamente, resulten bienes prescindibles. El galardón es la mejor forma de mantener vivo el legado del pensador español, intransigente defensor de las libertades y de los derechos individuales, en cuyo nombre se instituye el premio.

El mismo se otorga en distintas versiones. Escrita,  Alberto Di Lolli R y Pedro Simón; periodismo digital, Gerardo Reyes, de la unidad de investigación de Univisión Noticias de Estados Unidos, Periodismo gráfico, José Palazón y a Teodoro Petkoff, director del diario “Tal Cual” de Venezuela, por su trayectoria profesional en defensa de la libertad de expresión. Son los nombres que dan rostro humano a la indeclinable y empecinada defensa de las libertades.

Nos hemos tomado la licencia, y por ello pedimos comprensión al lector, de centrar la atención en uno de los premios y uno de los premiados: Teodoro Petkoff.  Este interés lo avala el desmoronamiento que hoy sufre su país de origen, producto de tres lustros de asedio y maltrato a la libertad de expresión, el compendio de desastres en todos los ámbitos del  quehacer nacional y el inventario de asombros que literalmente ahogan a Venezuela. Circunstancias todas que acentúan el prestigio de quien ha sido merecedor de este reconocimiento internacional. Es un verdadero bálsamo que recibe en momentos de zozobra y precariedad en el que la dignidad está un tanto desvencijada; el gobierno está empeñado en colocarle fecha de caducidad a los derechos humanos.

Las tenazas a la libertad de expresión se demuestran en el hecho de que el galardonado  no pudo asistir a recibir el  merecido premio. Pesa sobre él la prohibición de salida del país. La decisión judicial es una clara muestra de los atropellos que padece quien disiente y una indicación de la inseguridad jurídica que sufre. Evidencia sin ambages la sujeción y sumisión del sistema judicial a los designios del  poder ejecutivo que, en palabras de quien fuera presidente del Tribunal Supremo, es la nueva forma de concebir el papel de la justicia. De este modo se coloca entre paréntesis a la Constitución.

Esta forma de entender la justicia, la vida y la política, de obediencia a quien manda, se resume de un modo magistral en la frase que acompaña el afiche del dictador plusmarquista de Latinoamérica y a quien el régimen venezolano idolatra, que cuelga en las paredes de los cuartos convertidos en viviendas familiares: “donde sea, como sea, para lo que sea, comandante en jefe ¡ORDENE!

La decisión política  y el juicio que se le sigue a Teodoro, refleja de un modo inequívoco en lo que puede convertirse el odio y el resentimiento enquistados. La saña con la que se ha hecho pudiera dar pie a pensar que se trata de un hecho aislado y nada más lejos de la realidad. Se trata de una pieza que forma parte integral de la “franquicia roja” o del “odio”, y que conforma un modelo de negocio. En él se conjugan normas, sanciones, multas, amenazas y agresiones a los propietarios de medios, a los periodistas y articulistas en general. La urdimbre de la que forma parte la decisión política y judicial ha sido ejecutada “por gusto y disciplina”, con el fin de amedrentar y de este modo lograr la sumisión, el valor más preciado, indivisible y consustancial a todo régimen con vocación cuartelaría.

El modelo de negocio es consistente y es parte importante del sistema social que intentan imponer. En éste el individuo se diluye en el colectivo y solo se acepta un único pensamiento, el verdadero, que, modestia aparte, es el que el régimen expresa. Ay de aquél que ose disentir,  pues caerá irremediablemente en las fauces de un sistema judicial obedientemente consecuente que adoptará las decisiones que el ejecutivo considere pertinentes. El proceso contra Petkoff y el diario que dirige es el mejor de los testimonios de los riesgos que le esperan a quien asume no ser sumiso.

La animosidad del régimen hacia Petkoff, quien expresa la conducta de la insumisión, se remonta a fines del siglo pasado cuando se enfrentó a la mayoría de su partido, del cual había sido fundador, cuando decidió respaldar al candidato e impulsor de este modelo de negocio. Eligió separarse del partido antes que acompañarlo en tamaño despropósito. Lo hizo con palabras y advertencias plenas de sentido y que  hoy comparten los muchos fragmentos a los que ha sido relegada aquella mayoría circunstancial.

La ojeriza del gobierno crece en la medida en que arrecia, de parte de Petkoff, la defensa de la libertad de expresión que le impide al régimen abrazar el sueño y deseo de todo totalitarismo: hacerse con la hegemonía comunicacional. Al inicio el gobierno fue cauto y actuó con mucho sigilo y para poder avanzar se cobijaba en la defensa de la “objetividad”  y veracidad de la información y, no faltaba menos, decían hacerlo en nombre de la libertad de expresión. Con esa retórica crea la “ley mordaza” contra lo que pensaban algunos incrédulos. En ella incluye instancias de decisión integradas por los representantes de distintos entes gubernamentales con el suficiente poder para actuar en el ámbito comunicacional. En ese momento la piel de cordero se hace traslúcida y se abren las fauces de la intolerancia desembozada.

Dedicaremos otros artículos al análisis de esta franquicia que ha sido adquirida en otros países latinoamericanos y comienza a amenazar al otro lado del Atlántico. En éste, nuestro interés es dejar sentado que el propósito hegemónico en el terreno de la comunicación es un medio para abrir distancias a las diferencias, una visión cuartelaría de la vida y la política que juega en un campo absolutamente distinto,  que Umberto Eco define como el fascismo eterno, al del campo en el que se reivindica la democracia, las libertades y la pluralidad.

Para poder ejercer la hegemonía el gobierno introduce sus manos en los bolsillos de todos los ciudadanos con el fin de apropiarse de los recursos con los que apalancar su proyecto personal. Las expropiaciones hechas y a la cantidad de medios radioeléctricos propiedad del gobierno son tan solo una pequeña evidencia de lo que afirmamos. Contra este modelo que utiliza los recursos públicos para fines privados irrumpen Petkoff y el diario que dirige y ello, para un gobierno con ADN totalitario, resulta intolerable e inadmisible.

La defensa de las libertades,  que la franquicia roja niega, lo hace acreedor del galardón. Felipe González, quién en un hermoso gesto recibió el premio en nombre de Teodoro, resalta el papel que Petkoff ha desempeñado en el amparo de los derechos humanos y las libertades. Ese gesto solidario y comprometido de Felipe González con Teodoro y los demócratas venezolanos, desdice a quienes desde el mundo de ultratumba se negaron, o peor,  se abstuvieron de votar la iniciativa de los partidos democráticos españoles en la que exigían al gobierno venezolano la liberación de los presos políticos y la garantía del respeto a todas las libertades.

La intervención de Felipe González se entremezcló con la de Mario Vargas Llosa, a quien correspondió el cierre del encuentro democrático. Confieso mi regocijo y mi sorpresa ante el retrato detallado que ambos hicieron de Petkoff, a un mismo tiempo profundo y pleno de calidez humana. Resaltaron hechos y anécdotas de su vida construida en torno a la defensa de la libertad. Acentuaron los rasgos humanos, teóricos y una dimensión vital, la pasión de toda su vida: la política. Uno de ellos fue cuando se enfrentó a la invasión a Checoslovaquia. Se dice fácil pero ocurrió el momento en el que los partidos comunistas en el mundo eran cajas de resonancia del poder del socialismo soviético. Conocen a Teodoro y también la dramática situación del país. Expresaron su desaprobación a un régimen que encarcela a opositores y que cercena la libertad de expresión.

En sus intervenciones pusieron de relieve los aportes teóricos y las reflexiones que ha hecho Teodoro a lo largo de su vida, cuestionando los más sagrados preceptos marxistas y desmarcándose de lo que ha denominado como la izquierda borbónica, con ideas que han animado un debate durante más de medio siglo y que han operado como un formidable antídoto contra el dogmatismo. Es lo que explica que una parte de la llamada izquierda no haya sucumbido a la cultura cuartelaría y que cuando fue seducida por ella no tardó mucho en romper. Los efectos de las reflexiones trascienden las fronteras de la izquierda y de la política.

Llegó al mundo académico, en particular al de las ciencias sociales, y sus ideas se convirtieron en un revulsivo al dogmatismo y en una invitación al análisis y la reflexión. No exageramos mucho cuando sostenemos que en algunas escuelas y facultades de algunas universidades venezolanas, y del mundo, podría adquirir carta de nacionalidad la máxima que se atribuye al Califa Omar. Según ésta,  todos aquellos textos que entraran en conflicto con el Corán sagrado ( sustitúyase por marxismo)  deberían ser quemados (nos tocó ver esta atrocidad) y los que compartían lo que allí se decía se convertían en superfluos, lo que dio lugar a la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Contra esta forma de pensar irrumpió Teodoro, produciendo cambios en el ámbito político y universitario cuyo alcance no podía prever .

Sus planteamientos, un oasis ante tanta doctrina, se encuentran más cercanas a las expresadas recientemente por Sophie Heine, quien hace una crítica acerca de las posturas colectivistas reivindicando la pluralidad y al individuo. Ya como director del proyecto editorial desarrolla un tipo de periodismo analítico, que asume que no hay nada más objetivo que la subjetividad. Nos ahorramos el de crítico porque exuda aromas que usan quienes se han convertido en verdugos de la libertad de expresión.

Un galardón de tanto prestigio global, como el que le fue conferido a Petkoff, habría sido motivo de orgullo  y regocijo para cualquier gobierno democrático. Cualquier gobierno serio lo habría asumido como propio al tratarse de un connacional y no habría escatimado elogios. Para este gobierno esto resultaba un imposible. El reconcomio enquistado que carcome y crea brechas sociales donde no las hay no puede reconocer los logros de quien piensa con cabeza propia: un insumiso.

En su intervención grabada, Teodoro afirma que tiene al país por cárcel y nos hacía rememorar aquella frase de Alejo Carpentier, “seguía preso con toda su ciudad, con todo un país por cárcel. Solo el mar era puerta y esa puerta estaba cerrada con enormes llaves de papel. Las peores”. El gesto del galardonado quien comparte y dedica su merecido premio a la Venezuela democrática, luchadora e insuma, habla bien de esa capacidad para conjugar la generosidad y el reconocimiento a muchos con su profunda vocación política. Cuánta diferencia guarda esta actitud que clama por la vida, la libertad  y los derechos humanos con aquella que ha convertido al país en uno de sarcófagos y colectivos obedientes.

Mario Vargas Llosa, en el discurso de cierre, abundó en elementos que dibujan la precariedad de la situación económica, política y social del país, que hoy padece escasez, inflación y deterioro, paradójicamente en el momento de mayores ingresos que ha tenido Venezuela en toda su historia republicana. Al referirse a Pekoff le hablaba a todos los demócratas de Venezuela y el mundo, demandó una mayor participación de los demócratas para impedir que continuara el vertiginoso desmoronamiento del país. Vargas Llosa subrayó la idoneidad del premio y lo bien merecido que lo tenía Petkoff. Se lo merece,  se lo ha ganado a pulso, sin proponérselo, y por ello los demócratas venezolanos deberíamos estar orgullosos.

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