No demostrar nuestro interés es quizás una máxima a la hora de manejar relaciones interpersonales sin ceder espacios de poder. Pero, ¿podría ser esta la base para una estrategia política a favor de la Libertad?
Ser indiferentes conlleva despreciar de la forma más elevada posible, al no otorgar importancia alguna a aquello que se aborrece. Extrapolar este concepto a la política significa negarle la atención y el reconocimiento a los políticos, cuestiones que ellos demandan y necesitan para sobrevivir. El concepto es sencillo: no merecer atención, ni siquiera odio (otra clase de atención, de la cual solo son dignos los enemigos que valen la pena).
Cada vez que hablamos mal de ellos, les damos la atención que buscan. Esta atención se traduce en poder sobre nosotros, pues cada vez que dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo en ellos y sus acciones, les otorgamos reconocimiento y legitimidad como actores importantes y necesarios. Pero además, este tiempo y esfuerzo no será invertido en la búsqueda de alternativas y soluciones innovadoras por nuestra parte a los problemas que nos aquejan, otorgando así una ventaja temporal a aquellos que se presentan como la solución a todos los problemas comunes.
Por simple deducción, esto a su vez implica no exigirles buenos resultados. Cada vez que colocamos en sus manos la posible resolución a los problemas que ellos mismos causan, les otorgamos la autoridad para decidir cómo actuar en conveniencia propia. En cambio, este nuevo paradigma implica no acudir a ellos en busca de respuestas y buenos resultados; por el contrario, se estimula la creación de ideas y la cooperación voluntaria y emprendedora para alcanzar fines comunes y encontrar soluciones eficaces por nuestros propios medios, sin la necesidad de acudir ni dar poder de decisión a quienes buscamos desconocer.
Queda claro que esta idea nada tiene que ver con la antipolítica, un término tan gastado y manipulado por quienes se consideran los únicos líderes y demandan constantemente atención y reconocimiento. Por el contrario, se trata de un desafío para la búsqueda de alternativas innovadoras a los problemas comunes, sin que sea necesario oponernos a otro proyecto frontalmente, ni siquiera nombrarlo.
Finalmente, se trata de un nuevo paradigma basado en la indiferencia consciente, un concepto que podría resultar provechoso como estrategia política por parte de aquellos que hacemos frente a regímenes de tendencia totalitaria y proponemos soluciones libres y voluntarias a los problemas comunes.