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El poder redentor del amor

Era una mujer con problemas mentales. Gritaba y maldecía a los transeúntes. Un grupo de niños, estábamos jugando y le gritábamos. Afortunadamente, ella no prestaba ninguna atención a nuestro comportamiento. El hecho de niños comportándonos de manera reprensible, o que el incidente ocurrió décadas atrás, sin embargo, no disminuye mi responsabilidad, ni mi sentimiento de culpa. Si algo positivo salió de esa experiencia, es que me hizo más consciente del sufrimiento de los demás, especialmente aquellos que sufren de incapacidad mental.

Pensé en este incidente que ocurrió hace tiempo en San Miguel de Tucumán, mi ciudad natal en Argentina, durante una reciente visita a mi familia. Yo había ido con mi hermano y dos hermanas por un corto viaje en las afueras de la ciudad, sólo para relajarnos y reafirmar nuestros lazos familiares, tan necesarios después de estar separados durante casi 50 años, aunque con visitas anuales a mi país.

Mi hermano nos había llevado a una represa situada no lejos de la ciudad, un lugar rodeado de hermosas colinas donde podríamos tomar nuestro té de la tarde y charlar tranquilos. Atesoré esos momentos porque son tan poco frecuentes y muy especiales para mí.

Estábamos caminando hacia un restaurante que se encuentra al costado de un lago cuando vi a un joven –probablemente de 20 años-  sentado en un montículo al lado de una mujer, que supuse tenía unos cincuenta años de edad. Mi atención estaba fija en el muchacho,  que evidentemente tenía una enfermedad mental. Con la vista perdida en el espacio, movía constantemente sus brazos, como si persiguiese moscas invisibles.

Pensé en el tremendo peso que las enfermedades mentales tienen en todas las sociedades y cómo no hay prácticamente ninguna familia que no esté -directa o indirectamente- afectada por una de ellas. A nivel familiar, la enfermedad mental supone una pesada carga, sobre todo para los familiares, que tienen que dedicar mucho tiempo y energía a los afectados. En este sentido, varios estudios han demostrado cómo el estrés a largo tiempo como resultado de la prestación de cuidados a enfermos mentales produce un aumento en las tasas de depresión, alcoholismo, y el abuso de sustancias, en particular entre quienes cuidan a familiares afectados con una de estas enfermedades.

A pesar de la alta frecuencia de pacientes con alguna incapacidad mental, que se puede estimar aproximadamente entre el 12 y el 20% de la población en la mayoría de los países, existe todavía un considerable prejuicio en contra de ellos, incluso en los países más desarrollados.

Un estudio de organizaciones benéficas y el Instituto de Psiquiatría en Inglaterra hizo una encuesta a 2.000 usuarios de los servicios de salud mental en todo el país. El estudio demostró que los pacientes con una enfermedad mental eran más difíciles de ser admitidos en una institución de salud, que aquellos que tienen un problema con la bebida o con el abuso de drogas.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el estigma, la discriminación y el abandono impiden que el cuidado y el tratamiento lleguen a las personas afectadas por trastornos mentales. Recordando mi reacción al ver al joven desaliñado con su extraño comportamiento, pude ver por qué la gente encuentra esta situación difícil de aceptar.

La enfermedad mental, sin embargo, no es el resultado de debilidad personal, y no importa cuánto la gente quiera ignorar el problema, no va a desaparecer ni va a resolverse por sí mismo. Al igual que los problemas cardiovasculares o la diabetes, la enfermedad mental es una respuesta a causas genéticas, biológicas y ambientales, y requiere de  la comprensión y el tratamiento adecuado. Muchas de estas enfermedades pueden ser tratadas con resultados positivos.

Continuamos nuestro camino hacia el restaurante donde tuvimos un momento muy agradable, compartiendo noticias de la familia, chistes y hablando de nuestras respectivas actividades. Se estaba haciendo ya tarde y, a pesar de que había sido un día de invierno inusualmente suave ya comenzaba a hacer frío, así que retrasamos nuestros pasos para buscar nuestro automóvil.

A medida que nos acercábamos, podíamos ver al joven y a la mujer que estaba cerca de él. Ella seguía sentada en silencio mirando hacia el horizonte; su presencia irradiaba paz. Parecía como si hubiera una corriente protectora que ella emanaba y envolvía al joven. Sentí la necesidad de decirle algo, pensando que había una conexión entre ella y el joven sentado. No podía pensar en nada especial por lo que solo atiné a decir: «Usted tiene mucha paciencia». Me miró brevemente, luego miró con infinita ternura al joven sentado a su lado y me respondió: «Él es mi hijo.»

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