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El poder político transforma

Hace unos días llevamos a cabo una pregunta hipotética por whasapp. ¿Qué pasaría si el presidente mexicano falleciera de Covid? ¿Quién te gustaría para que se quedara en su lugar? Fue increíble la respuesta inmediata. La mayoría contestó que no confía en ninguna persona para dirigir el país. Una de las usuarias comentó: “Creo que ni Dios padre podría limpiar la corrupción y los nexos del gobierno con la mafia, la inseguridad y la corrupción”. A pesar de que no haya sido una encuesta con fines estadísticos, evidenció la pérdida de confianza en los políticos. 

Las personas se transforman con el poder, en cualquier área que lo ejerzan, incluso en la familia. Vamos revisando lo que sucede en el cerebro y cómo se modifican sus funciones con narcóticos, drogas ilegales y legales y con el poder político. 

Las personas se enferman de poder, una de las peores adicciones. Podemos ver cómo se van transformándo. No es nada nuevo, es la historia de la humanidad. Mientras más poder ostentan más se vuelven villanos. Como dice el lema de Maquiavelo: “el fin justifica los medios” para ellos. 

Desde la Grecia antigua tenían identificados estos cambios a los que llamaban el síndrome de Hibris, un concepto griego que se traduce en desmesura, narcisismo exagerado y falta de control sobre los impulsos. Utilizaban un proverbio para describirlo: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Hibris era una personificación de la necedad, el descaro, la arrogancia y el insulto. Consideraban que el enfermo de poder provoca la némesis, la soberbia, la justicia retributiva, el castigo lanzado por los dioses. 

La mayoría de los políticos explota el poder en su beneficio, incluso transgrede las reglas sociales que antes le funcionaron para llegar a ocupar su cargo. El perfil se va cultivando desde niño, con dos opciones opuestas: por un lado están los peleoneros, brabucones, con trastorno oposicionista desafiante, que no respetan a la autoridad. Dice la sabiduría popular que son capaces de “vender su alma al diablo” con tal de llegar al poder.  En el otro lado están los líderes sociales carismáticos, humanos, quienes regularmente sufrieron carencias económicas, abandono, traumas y tuvieron que trabajar desde niños para pagar sus estudios. Ya en funciones se sienten dueños del territorio, presumen democracia y son autoritarios, se vuelven dictadores, conocemos varios modelos: Enrique VIII, Hitler, Sadam Hussein y entre los actuales Fidel Castro, Hugo Chávez, Maduro, Daniel Ortega y López Obrador. 

Los cambios neuroquímicos de estos personajes demuestran altos niveles de dopamina, adrenalina y testosterona, la hormona que masculiniza y que favorece el egoísmo y la agresividad. Son notorias las conductas misóginas y arrogantes que los van alejando de los valores y carisma que tenían antes de llegar al poder. Sufren de mitomanía, pierden la empatía, los valores, realizan actos graves sin justicia, con cinismo y en general pierden los frenos sociales. Pronto aparecen los trastornos mentales: obsesión, paranoia exacerbada, pérdida del control de impulsos, cuando no se cumplen sus caprichos y manipulación utilizando la venganza. 

Según información de un personaje cercano al presidente pareciera que la causa del infarto al miocardio haya sido un coraje por algo que no pudo obtener. El perfil muestra otros rasgos de personalidad: no mencionan su entorno familiar, se van alejando de su familia o ellos los rechazan y critican de manera obsesiva a los líderes pasados. Se sienten transformadores, cuando solo hacen más de lo mismo, o peor de lo mismo. Por el trastorno paranoide no confían en nadie y no muestran lealtad hacia sus colaboradores, están siempre a la defensiva, pierden el control, se vuelven caprichosos, tercos y dejan claro que ellos tienen la última palabra. Amenazan a quienes no los adulan o los critican como lo ha hecho López Obrador con los periodistas, empresarios y columnistas en los medios de comunicación. Es notoria la doble moral que los mueve, dan consejos de santidad y hacen todo lo contrario. 

Los trastornos de personalidad, la obsesión, la psicopatía se van cultivando como las plantas parásitas. Los ciudadanos observan el comportamiento y mencionan que les falta terapia. Pero es un hecho, la psicoterapia no funciona con el narcisismo. Desde que aparecieron las redes sociales, podemos publicar la antipatía que muestra el personaje y los actos de corrupción. El cambio podría funcionar con un congreso plural que defendiera a los ciudadanos que votaron por ellos y no los intereses del partido. Además, con ciudadanos comprometidos que hagamos ciudadanía.

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