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Juan Pablo Gómez
viceversa

El periodismo como problema

A slave is one who waits for someone to come and free him

Ezra Pound

 Los terribles hechos del pasado 17 de agosto en las ramblas de Barcelona y, horas más tarde, en la ciudad de Cambrils dejaron un saldo trágico de 15 fallecidos y más de 130 heridos. El suceso conmocionó a la opinión pública española y alertó, una vez más, a los países occidentales sobre la dificultad perenne de atajar o evitar el terrorismo yihadista. Las causas, procedimientos y consecuencias de esta forma de violencia son extremadamente complejos y es un deber reconocer que, dada la naturaleza fundamentalista de quienes acometen estas acciones nefandas, es realmente difícil evitarlos en su totalidad. Pero quisiera volcar la mirada hacia el comportamiento mediático masivo que estos trágicos hechos originan.

Lo primero es reconocer la dificultad de informar con responsabilidad, certeza y veracidad sobre lo que ocurre, porque la naturaleza de los hechos y los procedimientos de investigación generan, de forma inherente, confusión. Luego, es justo también admitir la mezcla de estupor, temor y dolor al constatar que este tipo de atentados tiene la intención de buscar el mayor número de víctimas civiles e inocentes posibles. Se trata de acciones absolutamente repugnantes y sin justificación posible que sólo puede ser perpetradas por personas patologizadas por la soberana estupidez de literalizar el dogma religioso que, además, ha sido mal comprendido.

Una vez dicho esto, las emisoras televisivas, radiales y la prensa escrita entran en una vorágine enrarecida que invita a un parcial desquiciamiento de la población. Lo primero es la excesiva cobertura de todo lo que tiene que ver con los hechos terroristas perpetrados: transmisión continua, noticias lanzadas al vuelo que luego son corregidas o desmentidas, capitalización política de los hechos, lucha por el ráting, intento por lograr dar la última hora antes que nadie. Si uno trata de distanciarse y atender con racionalidad al trato mediático, entiende que aquello termina convirtiéndose en un circo absurdo. Los reporteros y conductores de televisión más reconocidos abandonan de inmediato sus vacaciones para incorporarse, de forma poco sana, a la inmediatez noticiosa que exigen los acontecimientos. Se cuida poco el lenguaje preciso y responsable en detrimento de una ignorancia cada vez más pasmosa a través de frases como: “terrorismo islámico”, musulmanes terroristas”, “terroristas del Islam” etc. El cocktail queda servido para que la sociedad termine neurotizada y se siempre un poco más de caldo de cultivo islamófobo.

El periodismo es esclavo de la inmediatez. Y en el mundo de hoy, esa inmediatez es cada vez más vertiginosa, inasimilable y absurda. Todo eso no hace más que repercutir en la desorientación masiva, tan arraigada en nuestros días. Lo ideal en estos casos sería esperar a que los hechos se asentaran, tomaran forma definitiva y luego, poder informar con certezas, reflexiones y la sabiduría necesaria. Ya sabemos que eso es imposible. Por eso el periodismo es un oficio tan contradictorio, tan necesario y tan nocivo al mismo tiempo. Pero lo que sí podría hacerse es un ejercicio serio de autocrítica, de serenidad y de reflexión; tratar de conocer mejor el problema del terrorismo yihadista: sus dificultades, su complejidad, su naturaleza. También es importante conocer bien el contexto, la historia, los términos adecuados. Y no sobreexplotar y sobredimensionar la conmoción buscando una reacción desproporcionada de la emocionalidad colectiva. Lo común es ver a periodistas haciendo gala de una entrega casi ridícula a la colección de lugares comunes y tópicos de siempre. Nadie hace las preguntas clave, nadie inquiere sobre los puntos débiles, nadie sigue las lagunas de una investigación plagada de errores u omisiones. Nadie se adentra con mayor profundidad en las causas del problema, que es cada vez más necesario. El periodismo tiene siempre una labor encomiable, difícil y loable; pero tiene que aprender a transformarse, a buscar calidad, a intentar sugerir reflexiones serias, a brindar noticias que conduzcan al conocimiento real de los problemas. A veces todo parece dirigido a construir un bloque masivo para evitar tener que hacer pensar. Y todo en busca del rating, enmarañado en eso que llaman la posverdad y revolcado en la efímera exaltación del “breaking news”.

El periodismo necesita de profesionales que no se especialicen sólo en habilidades comunicativas de frente a una cámara, con buena dicción y una decente imagen. El periodismo necesita riesgo, auténtica remoción de las certezas, anhelo de ir tras la “noticia” en toda su complejidad y con todas sus consecuencias, que además rebase la estupidez del lema: “los buenos somos nosotros”. A veces convivimos con la barbarie y ni siquiera la atendemos debidamente, porque no habla árabe ni atiende al imán loco dogmatizador de la comarca. El narcotráfico, por decir lo primero que se hace evidente, está carcomiendo al mundo occidental de una forma cada vez más insoslayable; muy pocos periodistas están interesados en eso, es poco conveniente, poco noticioso, logra poco ráting, muy riesgoso y convivimos con eso con una naturalidad cada vez más hipócrita. Mejor fijar la mirada en esos muchachos desquiciados, a quienes les han lavado el cerebro, que malinterpretan el Corán y se sienten extranjeros. Es una imagen sencilla: el otro nos ataca. Así el periodismo está más cómodo y todos tan de acuerdo. Además conviene a los que fabrican los procedimientos del consumo masivo de noticias como forma de lucro. El periodismo se merece más que lo que están haciendo con él.

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