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El pasado es un animal grotesco

ZAGREB. Un enano de jardín, un test de heroína, un hacha, una nota de suicidio, una pistola paralizante, una pierna ortopédica, bolsas de mareo para aviones o un álbum de fotos de boda hecha con fósforos son algunos de los testigos íntimos de un duelo, expuestos en el Museo de las Relaciones Rotas. Acá, una entrevista con Ivana Družetić, Collection Manager del museo imposible, reciente ganador del Kenneth Hudson Award al museo más innovador de Europa.

Quizá la parte más problemática de la educación sentimental sea el duelo de los objetos. Si bien hay una larga tradición en cómo terminar una relación, cuánto tiempo es justo llorar, lamentarse, recordar con odio, recordar con amor o pensar en volver, hay poca literatura sobre el arte ritual de qué hacer con los objetos que quedan de un vínculo afectivo.

Los objetos que acumulan las uniones sentimentales son muchos: suele haber cartas con olor a chicle, pijamas, gatos, mesas de living, jugueras, teléfonos, bicicletas, barcos en botellas, collage con fotos de grandes momentos, entradas a conciertos, piedras, osos y televisores. Todos y cada uno pertenecientes al lote indeterminado, impreciso de posesiones de la pareja.

Una vez roto el vínculo, dado el grado de trauma asociado a la separación, el lote sufre de diferente suerte en las instancias en las que se resuelve qué hacer con esos objetos huérfanos. Participé de varios rituales vandálicos de quemado y exterminación de objetos, me fueron donados pósters y sartenes, ayudé en mudanzas, defendí cactus y macetas y vi cómo madres reinventaban osos de peluche para crear apliques en prendas de vestir.

Este verano con mi papá y mi hermano más chico viajamos a Zagreb. Mi abuelo era croata y llegó a Rosario, Argentina, casi sin objetos, salvo su pasaporte falso heredado de su hermano, Ante. Fue el único de su familia que viajó tan lejos. Salió de Zagreb hacia Hamburgo cuando todavía era menor de edad y llegó a Argentina en el barco Belgrano. A sus hijos no les enseñó a hablar croata, no les mostró costumbres de su país ni fotos. Según mi papá, que siempre tiene teorías sobre todo, lo que quería era olvidar: cortar y empezar de nuevo. Una estrategia para un duelo breve y efectivo, despojado del pasado y sus objetos.

Un día paseando por Gornji Grad, la parte de la ciudad que está arriba de una colina, llegamos al museo por casualidad. Mi papá, recién separado, insistió en entrar buscando alguna teoría sobre las rupturas y el duelo de los objetos.

Dos manos de mannequin, la letra “T” de un teclado de computadora, un hacha, una pierna ortopédica, un módem, un par de esposas color fucsia, un guante de arquero, una botellita de shampoo, el libro de Bob Dylan Tarántula, un caballito de vidrio o un cheque en blanco son algunos de los objetos que se exponen cada uno acompañado de una nota aclarativa de su donante.

Lo que encanta de la colección es en gran medida lo dispar, heterogéneo, lo caprichoso de estos objetos íntimos reunidos en un solo lugar. Arbitrarios como los objetos de los gabinetes de curiosidades, misteriosos como las cajas  de Joseph Cornell, tentadores como abrir el cajón de la mesa de luz ajena.

El hacha fue donada por una mujer de Berlín. Cuando dejó a su novio para irse de vacaciones con otro,  él cortó en pedacitos cada uno de sus muebles. A su regreso, él le regaló, apilados en montículos, los pedazos de madera y el hacha como un símbolo de instrumento terapéutico, de recuperación. Desde otra ciudad alemana una mujer donó las manos de mannequin, que fueron las únicas que resistieron al destrozo post separación.

Del test de heroína se sabe poco, la nota sólo dice: “Pensé que daría negativo”; también de las esposas, “Átame”. La pierna ortopédica es lo que conecta a un veterano de guerra inválido y a una trabajadora social en un hospital: “Fue amor a primera vista. Ella me ayudó a conseguir la prótesis. Al final el material de la prótesis sobrevivió más que nuestro amor”. Y una colección de bolsas de mareo de avión donadas por una mujer croata completa la fantasía: “Todavía guardo tres bolsas de mareo de avión con instrucciones ilustradas que muestran qué hacer cuando un avión empieza a venirse abajo. Nunca encontré ninguna instrucción sobre qué hacer cuando una relación empieza a desmoronarse pero al menos conservo estas bolsas de Lufthansa”.

Como me contó Ivana Družetić, Collection Manager del museo, el espacio intenta preservar del vandalismo al mundo íntimo de cada pareja, de cada relación; crear un espacio seguro para los objetos heredados del pasado. También ofrece la posibilidad de hacer algo creativo con los sentimientos de pérdida y soledad para recobrarse del dolor. La sensación de compartir ese sentimiento con otros  ayuda a pasarla mejor. Un concepto de arte que instala la idea de que los objetos poseen campos de imantación, hologramas de recuerdos y emociones que permiten el diseño de espacios de memoria “protegida”, con el fin de preservar el patrimonio material e inmaterial de las relaciones rotas.

Me contaron que la idea de este museo salió de una pareja que estaba por separarse…

Sí, fue algo así como esas ideas bien simples que surgen de una conversación en pareja, al estilo de “¿qué vamos a hacer con las cosas que tenemos cuando nos separemos?”. Y esa idea de cierta forma tomó cuerpo y fue el germen del Museo que empezó con la colección de objetos de los artistas Olinka Vistika y Drazen Grubisic y sus amigos. La primera exposición fue en 2006 en Zagreb, adentro de un contenedor, de esos de metal donde se envían cosas. Sorpresivamente, la gente empezó a dejar sus objetos. Hoy el museo cuenta con una colección permanente y siempre está mostrándose en alguna otra ciudad. Pero de cierta forma no queremos ser reconocidos como un museo de arte…

¿Qué es entonces?

De todas maneras es un museo de arte porque le estás pidiendo a la gente una acción creativa. Pero no exponemos objetos artísticos, creemos que podemos ser considerados algo más cercano a lo antropológico, social, psicológico o cultural. Creemos que eso es lo que hace al Museo tan especial, los objetos que están ahí no hablan directamente de un tipo de sociedad pero de cierta forma reflejan ese contexto político, económico, social. Y además puestos a dialogar entre sí producen cruces muy curiosos.

Me imagino que tienen que lidiar con un gran caudal de donaciones, es algo bien catártico pasar por el Museo y liberarse de un objeto incómodo.

Tenemos 1600 objetos y las donaciones siguen creciendo tanto en Zagreb como cuando salimos de gira. Eso le da una gran diversidad a la muestra, tenemos objetos de muchas ciudades, desde Manila hasta Indianápolis o Kilkenny en Irlanda. La única condición para una donación es que venga con una historia, con una texto y que sea anónima que no sea algo catártico de despojarse sin más.

¿Tuvieron algún objeto imposible de exponer o trasladar?

Tuvimos dos que ahora recuerdo. Un piano que donaron en Londres y un lavarropas en México. El primero lo devolvimos a la persona que lo donó, era difícil traerlo a Croacia. El lavarropas lo donamos a un orfanato en DF.

Cuando salimos del Museo, mi papá quiso dejar su reloj, símbolo, según él, del apogeo de su relación con su ex pareja. Se puso a escribir la nota aclaratoria para su donación en un banco de plaza, que desde la montaña mostraba las tejas irregulares de los techos de la ciudad, que en otro momento había sido la de mi abuelo.


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El museo puede visitarse en Zagreb, Croacia, y en sus muestras itinerantes en otros museos del mundo. Para más información: https://brokenships.com/

Photo Credits: Museo de las Relaciones Rotas

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