Arañan los versos de Isaac Goldemberg reunidos en el libro Diálogos conmigo y con mis otros, recientemente publicado en italiano con el título Dialoghi con me e con i miei altri por la Editorial Giuliano Ladolfi y traducción de Emilio Coco.
Taladran el alma, sin piedad destapan vacíos que la cotidianidad llenó de polvo, nos recuerdan que cada día que pasa es un mordisco que le damos a la cuota de vida que nos corresponde. No dejan alguna posibilidad de huida, obligan a los lectores a abrir sus vasos de Pandora. Los fantasma salen y con ellos recuerdos, rostros, músicas, palabras, miedos y esperanzas.
Los versos de Goldemberg hablan el lenguaje de los “diversos”, diversidad que asume la silueta de un paisaje, el color de una piel, el rezo que dirigimos a uno u otro dios; señal distintiva de quienes aprendieron a llevar su casa a cuestas mientras la avidez de mundo los aleja de los muros donde nacieron. Casa “vendida al olvido” como dice la poesía Diáspora “Hoy el olvido tiene su llave, idéntica a la memoria del padre”.
Goldemberg dejó su tierra de arena, Chepén, en Perú. “El desierto es mi exilio y mi casa” escribe en Oración fúnebre.
Está escrito que el desierto es texto, tejido de arena.
Tejido de voces, tejido de cuerpos, tejido de lenguas.
El desierto es texto y paisaje.
Arrastra sabiduría, cuenta historias.
Es laberinto y lugar de purificación: la escritura.
En estos versos divisamos la esencia de Goldemberg, esquivo y silencioso como el desierto, generoso con la escritura, fiel compañera de sus días. En ella y sólo en ella confía plenamente y con ella desnuda a sí mismo sin temores y sin vergüenzas. Con las palabras dialoga y ellas nos cuentan a nosotros, acompañan nuestros silencios y nuestras soledades con la complicidad que sólo conocen escritura y lectura.
Isaac Goldemberg es peruano, neoyorquino y judío. En sus libros se respira la riqueza y la condena de ser más de uno. Sedimentos que se insinúan en cada palabra, en sus poesías, en la prosa, en los textos teatrales. Las raíces judías ahondan en un pasado lejano, las peruanas en otro más cercano y las de Nueva York siguen hurgando día tras día para librarse un espacio. Cuando le preguntamos en qué porcentaje cree pertenecer a esas tres identidades confiesa sentirse cien por cien peruano, cien por cien neoyorquino, cien por cien judío.
Isaac Goldemberg, escritor que Vargas Llosa considera uno de los más importantes representantes de la nueva narrativa latinoamericana, autor de La vida a plazos de don Jacobo Lerner, libro seleccionado por el Yiddish Book Center de Estados Unidos como uno de los 100 más importantes de la literatura judía de los últimos 150 años, recientemente ha presentado en Nueva York la versión en inglés de su última novela Recuérdate el escorpión, un thriller distinto de todos sus trabajos anteriores.
La creatividad de Goldemberg transita por géneros diferentes y no deja de sorprendernos. Cuando le preguntamos con cuál género literario siente mayor afinidad contesta con espontánea simplicidad: Puede parecer extraño, pero siempre he sentido que los géneros me escogen a mi. Sucede que la génesis del poema, del cuento, la novela, la obra de teatro, siempre se me aparece en una o varias imágenes que de alguna forma me anuncian ya lo que será el producto final. Entonces se produce una simbiosis con el material: una vez que se me presenta la imagen, me entrego de lleno a las exigencias de cada género.
¿Isaac escribir para ti es dolor o placer?
Las dos cosas: un dolor placentero y un placer doloroso.