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El mundo nunca deja de sorprender

Acompañé a mi hermana al mecánico y, en la autopista, vimos una columna de humo enorme detrás de las colinas de Santa Ana. Mientras ella dejaba su carro para el cambio de aceite, aproveché visitar la librería que se encuentra a la par. Compré la versión de Antígona que escribió Anne Carson y la colección de poemas de Ocean Vuong que le publicó Vaso Roto. 

Cuando íbamos de regreso, empecé a ver unas virutas que confundí con mariposas oscuras y demasiado veloces. Más bien murciélagos en miniatura. Pensé en las migraciones anuales de las monarcas y que éstas debían ser otra especie a la que nunca le había puesto atención. O quizás, más azaroso, un plaga de langostas como las que ocurren en el campo. Atraídas por los árboles del Parque Metropolitano de la Sabana. 

No fue hasta llegar a la casa que, viendo por la ventana, caímos en cuenta que no era más que hule. La columna de humo era un incendio en una fábrica de hule. Las partículas quemadas planearon sobre las colinas, la autopista, parques y empezaron a caer en forma diagonal. Estaba lloviendo hule. 

Hace un tiempo estuve recopilando una lista de noticias inverosímiles. Empecé con la isla donde estaban libres de Covid-19 hasta que un cadáver infectado fue arrastrado por la marea. En Inglaterra un titular informaba que pronto se levantaría la prohibición a los abrazos. Una imagen mostraba a un taxista hindú con mascarilla de oxígeno, manejado como si fuera un hecho casual. Una pareja llevó a su hija a un mirador y ambos murieron por causa de un rayo. De haber sido en otra época, hubiera recortado con tijeras los artículos y los hubiera colgado en una pizarra de corcho. 

Por la ventana veo como siguen cayendo los trozos de hule. Leo un poco de la Antígona de Carsone, que arranca mencionando la versión de Brecht donde, dice, Antígona está representada con una puerta en su espalda. Uno abre esa puerta y se encuentra una columna vertebral agotada, un Edipo marchito, el cadáver de una Yocasta senil y la tumba inexistente del hermano de Antígona. Esa es su tragedia, querer enterrar el cadáver de su hermano Polinices en contra del decreto del rey Creonte. Todo parece precisamente de aquella lista de noticias inverosímiles. Mujer entierra a su hermano a pesar de que el alcalde no lo permite. Se dice que García Márquez le dio a un amigo el manuscrito de su primera novela, La hojarasca, y el comentario que le brindó fue que el argumento era el mismo que el de Sófocles. Esto abochornó al colombiano tanto que decidió colocar un largo párrafo de la tragedia como epígrafe. Veo hacia la venta y compruebo que el mundo nunca deja de sorprender: ya no está lloviendo hule. A Antígona la castigan con enterrarla viva.  

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