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Alejandro Varderi

El mundo después (fragmento de novela)

“Aquí en Miami hay mucho futuro”, aseguró con conocimiento de causa María Eugenia, balanceándose entre las rosas de su jardín de Coral Gables, mientras conversaba por Skype con Maribel. Mucha agua había pasado bajo el puente de sus días, desde cuando se encerraban en el baño del colegio a fumarse sus primeros pitillos, procurando que la Madre Constancia no les sorprendiera el olor al regresar a la clase de puericultura. Para entonces, María Eugenia todavía mantenía aletargadas las noches de los abusos paternos que años después, cuando las pesadillas las despertaron, le llevarían a romper contacto con progenitores y relaciones del círculo familiar. Un círculo estrechándose nuevamente a su alrededor, pese a las altas mamparas interpuestas por las décadas de terapia entre ella y los otros, si algún acontecimiento inesperado le devolvía aquellas memorias.

La confidencia, de Maribel estar buscando casa en el área y dejar Caracas definitivamente, le trajo por un instante el pavor pero inmediatamente canceló aquel pensamiento, poniéndose a la orden de la amiga en conflicto. Ni ella ni el marido querían esperar los resultados electorales, pues poca confianza existía ya del triunfo de la oposición en quienes, como Maribel, conocían íntimamente la calidad del paño gubernamental. El hecho de su sobrina haberse emparentado con uno de los nuevos clanes políticos, le permitió vislumbrar lo turbio de un futuro donde no quería verse reflejada y tampoco contaba con descendencia por quien tomar la responsabilidad de marcharse.

Algo que, más allá de los episodios de infancia, constituía un estrecho vínculo con María Eugenia quien, por razones mucho más dramáticas, había esquivado el papel de madre, si bien el de esposa le resultó también demasiado difícil de sostener. Y al plantearle Richard la urgencia de un divorcio, no le puso mayores obstáculos. Al menos su ex se había mostrado generoso, cediéndole la casa y un abultado paquete de acciones que le permitían seguirse autoanalizando y analizando las metamorfosis de aquella nueva capital venezolana. Condominios, teatros, museos, galerías, ferias de arte, salones de moda y diseño, restaurantes y negocios varios, atestiguaban el empuje de los inversionistas criollos. Si bien el perfil del inmigrante había empezado a cambiar, incorporando desde profesionales a familias enteras viviendo precariamente, a la espera de un milagro que les resolviera la existencia, para poder dejar atrás el barranco por donde se había despeñado la Patria del Libertador, e integrarse a las bien cuidadas urbanizaciones de aquel rincón de la Florida.

“Entre manifestaciones, protestas, clamores y sancochos, hormiguea el contingente de nacionales del llamado país bolivariano en el exilio”, había leído María Eugenia, en uno de los lugares de internet destinados a documentar las peripecias de quienes se habían lanzado a la aventura americana. Por supuesto, no se lo comentó a Maribel para no ponerla más nerviosa de lo que estaba.

“Quizás si los padres la hubieran dejado casarse con aquel primo lejano divorciado, de quien se enamoró perdidamente, le hubiera ido mejor pues el hombre hizo negocios multimillonarios durante la Cuarta República y hoy vive fastuosamente en Niza. Pero así eran los hogares de entonces y aquí están sus descendientes pagando las consecuencias de tanta mojigatería. Aunque no debería ser tan criticona, especialmente cuando las perspectivas de progreso real se van alejando a pasos agigantados y no se vislumbra una salida constitucional a la anarquía existente. Y a todas estas, al caudillo lo están parapetando con vistas a iniciar una nueva carrera hacia el palacio de gobierno, que seguramente no va a poder disfrutar porque tiene ya un pie en los infiernos”, especuló, antes de volver a concentrarse en darle ánimos a su amiga.

Un episodio, reproduciéndose con mayor celeridad de una casa a otra, al tiempo de cerrarse salidas y clausurarse canales por donde pilotar la propia embarcación, hacia aguas más tranquilas dentro del territorio nacional.

“Aunque esta coyuntura ya se venía venir”, siguió rumiando María Eugenia, “desde la época cuando empezaron a aparecer destacamentos de la guardia nacional a la entrada de túneles, calles y avenidas para intimidar a la gente, mientras se desbordaba el hampa y el gobierno armaba a los antisociales en los barrios, a fin de evitar revueltas como las que los llevaron a ellos al poder. Recuerdo la agresión a punta de pistola de la cual Maribel fue víctima entonces y al ir a poner la denuncia, los policías la querían poner presa por haber interrumpido su juego de dominó. Ahí ya ella y el marido deberían haberse decidido a marcharse del país, pero como muchos idealistas, aún guardaban la esperanza de deshacerse del régimen por la vía constitucional. No me extraña que, a estas alturas, ni siquiera quieran quedarse a ver si Capriles logra derrotar al dictador porque, de limpias, poco tendrán estas elecciones que se avecinan”.

Obviamente, María Eugenia tampoco quiso hurgar en la herida, en tanto seguía contándole las maravillas de vivir en Miami, “lejos de crímenes, colas interminables, smog, falta de agua y luz, edificios cayéndose, calles destruidas. En fin, toda esa miseria querida Maribel. Verás cómo, tan pronto se organicen aquí, volverás a disfrutar de la vida en tecnicolor; igual a cuando tu papá nos llevaba al cine Lido los sábados por la tarde, a fantasear con los musicales de Hollywood y las películas de Walt Disney”, abriéndose con una ráfaga de viento puesto a agitar las flores de aquel jardín. Un jardín donde la mano de María Eugenia podía distinguirse en los parterres, senderos empedrados, un estanque minúsculo esquinando un punto de la propiedad; cual si el cuidado puesto en sembrar, podar y fertilizar fuera otro modo de construir un refugio seguro contra los traumas del pasado.

“Según un informe confidencial de inteligencia, ya están ubicados en barrios y vecindades los círculos bolivarianos, entrenados por cubanos en las instalaciones del mismísimo ejército de tierra y apertrechados con todo tipo de artefactos bélicos, listos para reprimir cualquier posible insurrección. Los sectores que les sirven de guarida son: San Agustín, Santa Teresa, Caricuao y Macarao con tres círculos cada uno. En la Vega, San Juan, Coche, el Junquito, Altagracia y el Paraíso habría cinco en cada uno. En la Pastora, nueve. En San Pedro y Santa Rosalía, ocho. En San Bernardino y Antímano dos. En Sucre, Catedral, el Recreo y el Valle, cuatro por cada parroquia, y en la Candelaria dos. Así que será muy difícil rebelarse contra cualquier amañamiento de los comicios.

Y, te digo, los delirios del comandante lo tienen creyéndose la reencarnación del Libertador; blandiendo su espada y, no me extrañaría, tratando de enfundarse en el pequeño uniforme del gran hombre continental. Por eso no veo eventualidad alguna de cambio, ni siquiera si el cáncer acaba llevándoselo, pues ya habrá algún otro en la sombra esperando para tomar el relevo. Temo por mi país, por la libertad de expresión y por nuestra seguridad. Ojala los organismos internacionales se apersonen en Venezuela y experimenten de primera mano lo que está pasando, porque todavía hay muchos individuos muy bien formados e informados deshaciéndose en loas hacia esta dictadura”, añadió desesperanzada Maribel.

María Eugenia le dio la razón y, haciendo un esfuerzo, intentó parecer optimista, a fin de que la amiga no se derrumbara antes de iniciar la travesía. Una labor nada fácil, porque bastantes dificultades tenía ella ya en mantenerse funcional y alerta, cuando la mente le pedía más bien abandonarse al desespero, donde se mezclaban sus propias heridas y las de Venezuela.

“Lo más expedito sería quitarme de en medio completamente. Pensarlo me parece tan simple; únicamente necesito un poco de voluntad para acabar con todo. Además, no me queda ninguna ilusión que justifique seguir adelante. Y, sí, desearía tener cierta paz de espíritu a fin de perdonar al menos a mi madre, quien indirectamente ha sido cómplice de mis terrores. Tal vez un día lo logre, si no me decido antes a acortar la senda separando este hoy del abismo definitivo”.

Desde la valla trasera del jardín se abría hacia la bahía, no tanto el camino buscado en los momentos difíciles por María Eugenia, sino más bien una vía cubierta de hierba esperándola algunos metros más abajo. Así que dejó Skype para seguir conversando con Maribel por el celular, mientras descendía hacia el agua y la mañana anticipaba una de esos brillantes y templados días, característicos del condado de Miami-Dade durante el mes de junio. Si bien, debía reconocerlo, los de Caracas eran aún más espectaculares, sin contar la privilegiada situación geográfica del valle, cuyos amos habían cambiado de apellidos, pero seguían controlando el territorio, como lo hicieron los anteriores desde la llegada del primer conquistador.

“Aunque, y eso me lo comentó Alicita, ¿te acuerdas de Alicita, María Eugenia? Porque según ella, entroncada con la familia que controla uno de los bancos privados haciéndose de oro con los contratos gubernamentales, los nuevos oligarcas están ya ojeando a los retoños de la desbancada oligarquía para emparentarlos con los suyos cuando llegue el momento. Por los momentos, se dedican a comprar acciones en los clubs más prestigiosos, llevan a sus hijos a los colegios de renombre, y están mudándose a las exclusivas casas y apartamentos que, por haberse arruinado o ido del país, sus antiguos dueños se han visto en la necesidad de poner a la venta”.

A María Eugenia tal comportamiento no le extrañaba lo más mínimo, ya que así había sido desde siempre. Hasta ella podía dar fe de los cataclismos que, sin contar los íntimos, la familia Vernet había sufrido en el tiempo. Guerras, pillajes, estafas, embargos, requisas, humillaciones, poblaban una genealogía de la cual había querido escapar, negándole incluso el nombre, cuando los conocidos pretendían indagar en sus raíces. Ni siquiera Richard llegó nunca al fondo de sus reveses. Y, en cuanto a las lesiones psíquicas causadas por el execrable comportamiento del padre, tampoco le dio mayores detalles. Quizás, si se hubiera abierto más a su ex, hubiese llegado a un nivel de comprensión que la habría ayudado, si no a superar las desventuras, al menos a compartirlas con alguien distinto a su psiquiatra y a Nicolás. Si bien incluso a este último lo había expulsado de sí, ante la imposibilidad de tener tan cerca a alguien, cuya existencia estaba intrínsecamente ligada a la suya desde la niñez. Pero no descartaba la eventualidad de retomar contacto con él, al menos por internet, si se decidía finalmente a escribirle a su madre para absolverla de las culpas, producto de un comportamiento cómplice con quien le había destruido la vida.

“Me pregunto si podré eximirla de su responsabilidad, la época cuando yo no tenía las armas ni el conocimiento para concientizar lo que me estaba sucediendo. Ello, sin contar el martirio de cargar con su negligencia, al dejarme desatendida en la playa y sin dinero, y era mi abuela quien se preocupaba por darme de comer. O cuando, ya adulta, tuve que arreglarme la dentadura completa porque nunca se le ocurría llevarme al dentista. Y eso que en su armario no faltaban los vestidos, las carteras, los zapatos más exclusivos, además de tener siempre a mano quien se encargara de organizarle la casa y la agenda social. En fin, a la vista de tantas décadas de dolor y extrañamiento, no sé si tendré la voluntad y energía necesarias para dialogar, al menos por correspondencia. Aunque, pensándolo mejor, quizás sea preferible no remover más ese pasado e ir borrándolos a ambos, hasta sacarme sus fantasmas del sistema. Ya me lo dice mi psiquiatra, ‘let it go’, sí. Debo dejarlos marchar y, quién sabe, a lo mejor una de estas mañanas me despierto y encuentro que se han esfumado definitivamente”.

En tanto se empinaba la mañana y María Eugenia orillaba el resplandor del sol sobre la bahía, Maribel le envió fotos de una de las casas escogidas para visitar, durante su inminente viaje exploratorio con miras a una probable compra, no muy lejos de la suya.

“¿Te imaginas? Sería divino volver a hacer cosas juntas, como cuando nos llevaban de la tuya a la mía y nuestras madres salían de compras, dejándonos solas para hacernos confidencias. De hecho, pocas amigas me quedan ya aquí. O se han ido al interior del país, buscando una tranquilidad inexistente en Caracas, o marchado a otras geografías lejos de la garra robolucionaria. Te digo, me paso las horas pegada a Skype, al celular o a los dos simultáneamente. Gracias tenemos de tanta tecnología ya que, de lo contrario, me sentiría terriblemente sola, con lo errático del correo y lo congestionado de las líneas telefónicas tradicionales.

Hasta mi mamá, pasando largas temporadas con mi hermano en Calgary, se ha vuelto adicta a las redes sociales, y vive colgando fotos y mensajes en Facebook e Instagram, y siguiendo a un gentío por Twitter. Ella, quien nunca compartía con nadie fuera de su reducido círculo, la descubro de amiga virtual de los personajes más insólitos. No sé si, bajo otras circunstancias, esto hubiera sido posible. Al menos algo positivo ha tenido tanto desbarajuste nacional, pues hemos descubierto una solidaridad entre extraños hasta entonces ignorada. Incluso cuando un conocido actor de televisión fue a un programa de entrevistas y confesó estar enfermo de cáncer, pero se le hacía cada vez más difícil encontrar las medicinas aquí, inmediatamente llovieron las llamadas de venezolanos ofreciéndole compartir alguna dosis extra. Hasta se comunicó con él un ministro, diciendo que le tenía las medicinas a la orden. ¿Qué tal? La desfachatez y el cinismo de este gobierno no tienen límites”.

Frente a María Eugenia pasaban veloces lanchas y veleros, aprovechando estos últimos la brisa soplando sobre las casas y condominios enmarcados por las palmeras ondulando al viento. Una estampa de placidez y afluencia el paisaje extendiéndose ante ella, que no se cansaba de admirar tras estas dos décadas disfrutándolo; casi desde aquel fatídico 4 de febrero de 1992, cuando Chávez se presentó frente a las cámaras de televisión, transformándose en símbolo del cambio, largamente acariciado por todos los sectores de la vida nacional.

“Pese a lo que muchos hayan dicho después. Porque, querida Maribel, es necesario reconocerlo, la democracia fundacional, tal cual operó por casi cuatro décadas estaba completamente anquilosada y no representaba ya a la gran mayoría del país. El descontento se palpaba en las calles, las casas; incluso las fiestas privadas, donde tan poco se habló siempre de política, se sacudían con la queja y el descontento. Claro, nadie se imaginaba este dramático desenlace pese a haber tenido, en vivo y en directo muchos años atrás, al comandante habanero entrando a la capital montado sobre la esperanza de la isla entera”.

Aun cuando los cubanos descendientes de los exilados de entonces eran todavía mayoría en el área, iban haciéndoles el quite grupos crecientes de latinoamericanos, escapando de realidades donde la desintegración de las instituciones fomentaba la huida, ya fuera con un sustancioso capital, permitiéndoles compartir holgadamente predios similares a los de María Eugenia, o en la ruina, llevándoles a arrejuntarse en la casa de algún familiar o haciendo del auto la casa móvil donde postergarse, mientras conseguían legalizar su estatus para trabajar en lo que saliera.

“Pero muchos ni siquiera logran hacerse con la codiciada green card, María Eugenia. A mi peluquera la devolvieron para acá con las dos niñas y el marido, tras haberse deshecho del negocio del cual, mal que bien, sobrevivían todos, cuando les negaron el asilo. Y es que alegar persecución política se vuelve cada vez más difícil de probar, especialmente en nuestra Venezuela donde, de un modo u otro, cualquiera en desacuerdo con el régimen resulta ser un perseguido en potencia. A este paso, pronto nos veremos en una encrucijada tipo Mariel, donde hasta el más machito decía ser homosexual para poder escaparse de Cuba, si a la robolución le da por querer deshacerse a la fuerza de los ‘indeseables’. Y, te reitero, tal cual se presenta el panorama, todavía no hemos visto nada. Del ‘no vale yo no creo’ que esgrimen quienes jamás han luchado para lograr el impostergable cambio, pasaremos al ‘sálvese quien pueda’ de los grupos desplazados por Centro América, África y el Medio Oriente, agolpándose despavoridos ante las rejas de las naciones más prósperas, a ver si, en un descuido de la migra, logran saltar la talanquera”.

Sobre las ondulaciones del agua saltaban en sus esquíes quienes parecían no tener que preocuparse por tales desasosiegos. Rozagantes los encontraba el día, donde ni una sola nube interrumpía la uniformidad del azul extendiéndose hasta donde la vista alcanzaba. Tanto, como el de un fatídico día de septiembre, cuando varios aviones pilotados por aquellas aparentemente lejanas mayorías, se estrellaron contra la vanidad de los más ricos, alterando bruscamente el orden ganado a costa de someter a los menos favorecidos.

“¿Cómo lo ves tú, recordada María Eugenia?”

Y la pregunta quedó suspendida con su destinataria, en el arco de la mañana que siguió su curso, indiferente al trasegar de quienes no habían podido detenerse a disfrutarla.

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