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El misterio de lo cotidiano (Parte I)

Aunque Schopenhauer sostiene que: “la forma de aparición de la voluntad es sólo el presente, no el pasado ni el porvenir: éstos no existen más que para el concepto y por encadenamiento de la conciencia, sometida a principios de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida”, lo cierto es que nosotros somos personas del pasado. Estamos acostumbrados a ver todo de manera retrospectiva a través de nominalizaciones, conceptos y ensoñaciones.

No sólo vivimos en el pasado, sino que lo hacemos en el pasado de las ideas. Nuestro universo se compone siempre con representaciones subjetivas abstraídas de una realidad individual, que se concatena a contextos en los que nos desenvolvemos por medio de convenciones. Añoramos lo remoto y ajeno e ignoramos el presente palpable sometiéndolo a un escrutinio constante y comparativo con los tiempos anteriores.    

Irónicamente, aunque nos deslizamos de forma lineal en la era de la tecnología, la inmediatez y los grandes inventos científicos, que día a día facilitan más nuestra vida, quizá hasta grados absurdos, nos hemos transformado en seres incapaces de asimilar a la misma velocidad que los computadores que creamos y actualizamos, para procesar toda la carga de información que satura las redes y que no somos capaces de cotejar.

La relativa proximidad de nuestra vida con la tecnología ha mermado la capacidad de asombro, la iniciativa y la individualidad que, de acuerdo con Albert Einstein, es necesaria para poder pensar. Son cientos y quizá miles los escritores, filósofos, pensadores, cineastas y artistas en general quienes han abordado desde una postura individual la capacidad de asombro, no únicamente como vía para obtener una satisfacción inmediata y personal; sino también para llegar al punto en el que surgen innovaciones y cambios de perspectiva, que revolucionan los paradigmas actuales y originan nuevas concepciones que, a su vez, generan formas del pensamiento que sobrepasan las fronteras del tiempo y se instalan como referentes de toda una época. Sin embargo, como bien lo señalaba Yukio Mishima en Nieve de Primavera, la historia es la historia de las generalidades, los pensamientos individuales no trascienden al menos que se incorporen a la mentalidad general. 

Mas, esta adaptación a las concepciones particulares que toman una orientación universal tiende a sacrificar el significado real de las ideas, conceptos y, mucho peor, de la entidades físicas que las originan. “Yo adoro tanto como usted ciertos símbolos. Pero sería absurdo sacrificar al símbolo la realidad que simboliza”, apuntaba Marcel Proust en el último volumen de su colección La recherche du temps perdu. Bajo esta perspectiva, nos damos cuenta de que nuestra idealización del tiempo anterior obedece a dos diferentes tendencias: la insatisfacción y la incapacidad de sorprendernos…

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