El miedo al contagio del Covid-19 no nos vuelve más tolerantes y menos exigentes.
“Los juicios morales se tornan más estrictos y las actitudes sexuales más conservadoras”, afirma David Robson, científico especializado en el funcionamiento del cerebro y el comportamiento humano.
Para entender lo que estamos viviendo en la pandemia vamos a revisar la prehistoria. Antes que se desarrollara la medicina moderna, las enfermedades infecciosas han dado forma a la evolución durante millones de años, y, además, han transformado la psicología y la fisiología. Gracias al sistema inmune y a la adaptación, los seres humanos y los animales hemos evolucionado. Antes del siglo XIX todos los remedios procedían de la naturaleza. Sin embargo, con el desarrollo de la Química orgánica se fueron separando de esos remedios y desarrollando las sustancias químicas. Nació así el concepto del principio activo.
La industria farmacéutica se ha encargado de volverse indispensable y borrar el pasado, pero, el abuso de fármacos tiene graves consecuencias, como la falta de respuesta a las infecciones. Las enfermedades infecciosas son una de las mayores amenazas para la supervivencia. Sin embargo, no se ha demostrado que la limpieza exagerada evite contagios. Basta con observar a los indigentes, la ropa se les cae a pedazos, comen lo que encuentran en la basura, duermen en la calle y siguen con vida. Seguramente al estar fuera de la realidad, no están agobiados por la preocupación del pago de la renta, la gasolina, las colegiaturas, ni la comida.
Es un hecho. La medicina moderna se ha vuelto el gran negocio. No les importa que los consumidores sufran iatrogenias (enfermedades causadas por ingerir fármacos en exceso). En cuanto al SARS-CoV2 el enfermo sufre una reacción del sistema inmunológico, una “tormenta de citoquinas” que le causa inflamación y acumulación de líquido en los pulmones. Varias recomendaciones circulan en las redes, al puro estilo del ensayo y error.
Roche, la farmacéutica suiza vio la posibilidad de hacer un negocio y en plena pandemia publicó un ensayo clínico con adultos hospitalizados en estado grave. Sin esperar el resultado aseguró que el fármaco curaba la inflamación causada por el virus. El medicamento había sido patentado en 2008 para la artritis reumatoide, con el nombre comercial de Acembra Roactembra. La ampolleta cuesta unos 554 dólares y la dosis recomendada es de 600 mg. El costo de la terapia fluctúa en 1660 dólares. En México, dependiendo del lugar, la ampolleta ronda los $22 mil pesos, en el mercado negro la consiguen en unos $16 mil pesos. La farmacéutica no publicó los efectos secundarios. El efecto inmunosupresor se ha asociado al incremento de sepsis, neumonía bacteriana, perforación gastrointestinal y hepatoxicidad (daño al hígado). Es cierta la frase: “el perdido a donde quiera va”, cuando alguien tiene a un familiar enfermo busca con desesperación cualquier recomendación por absurda que parezca.
En la psicosis colectiva desarrollamos un conjunto de respuestas psicológicas inconscientes. “El sistema inmunológico de conducta” es un mecanismo de defensa para reducir el contacto con posibles patógenos. Por ejemplo, el sentido del gusto es uno de los componentes del sistema inmunitario de conducta. Rechazamos aquello que huele mal y los alimentos con olores desconocidos. Tendemos a recordar el olor que desencadena el asco, lo que evita volver a enfermarnos. La mera sugerencia de ingerir algo podrido induce el vómito, y esa reacción evita la infección. Sin embargo, los médicos tratan de inmediato de controlar el vómito, la temperatura y la diarrea aunque todos ellos sean mecanismos de sanidad natural.
El sistema inmunológico de conducta funciona con la lógica de: más vale prevenir que curar. Las respuestas pueden estar fuera de lugar y son desencadenadas por información irrelevante que altera la toma de decisiones morales y opiniones políticas sobre temas que no tienen que ver con la amenaza presente. Las cifras de fallecidos mantienen vulnerables a los adultos, de manera que se apegan a la obediencia ante la rebeldía de los más jóvenes. Por temor al contagio la mayoría se vuelve vigilante y juzga al que rompe las reglas, por ejemplo, al presidente López Obrador que se niega a utilizar cubrebocas.