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Rebecca Van Roy

El Libertador más vivo que nunca

Se acabó el verano. Se evapora esa histriónica humedad, protagonista de toda conversación en Washington entre julio y agosto y nos va llegando la brisa fría con olor a canela y nuez moscada — perfecta para transformarnos de catadores profesionales de cerveza en toda terraza, a cinéfilos arrebujados.

El 18 de Septiembre arrancó la 25a edición del Festival de Cine Latinoamericano AFI con la película del director venezolano Alberto Arvelo sobre Simón Bolívar: «El Libertador.» AFI (American Film Institute), una organización educativa sin fines de lucro que cuenta entre sus alumnos a Janusz Kaminski (Schindler’s List) y Darron Arofnosky (Requiem for a Dream, Black Swan), forma parte del legado del Presidente Johnson, quien en 1965 creó el National Endowment for the Arts, bajo la visión: “El  arte es el patrimonio más precioso de una nación. Es a través de éste que revelamos ante nosotros mismos, y los demás, la visión interna que nos guía como nación. Y donde no hay visión, perece el pueblo.»

Tres años más tarde, fue también Johnson quien conmemoró  la contribución de latinoamericanos a Estados Unidos, creando la Semana de la Herencia Hispana, que Reagan luego expandió a un mes, del 15 de septiembre al 15 de octubre. Y con motivo de la celebración, AFI presenta desde su sala de cine en Silver Springs, Maryland, cuarenta películas de veinte países de Latinoamérica.  Finalizando el 8 de octubre, el festival incluye a invitados especiales, entre analistas, críticos y directores, para comentar las obras.

«Esta noche empezamos con la película panamericana perfecta,» afirmó Josh Gardner, Asociado de Programación de Filmes de AFI al inaugurar el evento. La invitada especial, Marie Arana, autora peruana-estadounidense del libro «Bolívar: American Liberator » concordó, resaltando la magnanimidad de Bolívar: «Solo, lidero la liberación de lo que se convertiría en 6 naciones […] con un terreno del tamaño de Europa moderna. […] En sus batallas, murieron más personas que en la revolución y la guerra civil de Estados Unidos, combinadas. Concibió la promesa de la democracia y abrió la mente de los latinoamericanos en cuanto a lo que podrían lograr ser. Y con un instinto moral más agudo que el de Jefferson y Washington, entendió la incoherencia de empezar una guerra de liberación sin antes liberar a los esclavos en su propia tierra.»

Sus palabras unieron al público en aplausos en anticipación a la película, una anticipación ya agudizada por el cartel de «Sold Out» y la fila en espera de tickets «stand by» para los que acumulaban buen karma o creían en la suerte. Pero esos aplausos venían de expectativas encontradas, algunas cumplidas, y otras, no tanto.

Aplaudían, por un lado, aquellos seducidos por el factor «hot»  de la obra de Arvelo por ser, primero, una producción de 50 millones de dólares, la más cara del cine latinoamericano. Al mejor estilo Hollywood, El Libertador transporta al espectador al siglo XIX en cuestión de segundos, con una escenografía  y vestimenta digna de película de Keira Knightley. Segundo, por incluir a estrellas internacionales, como al cinematógrafo español Xavi Gimenez (Ágora), el actor norteamericano Danny Huston (The Constant Gardener, X Men: Wolverine) y al británico Iwan Rheon (Game of Thrones). En una producción liderada por un venezolano, algo así jamás se ha visto y menos se ha pensado posible. Y tercero, por supuesto, por contar con el protagonismo de Edgar Ramírez. A diferencia de un Bolívar descrito por Arana, de 1.67 metros y apenas 59 kilos , Ramírez encarna un Bolívar herculizado: alto, fuerte, hermoso y perpetuamente joven. Solo por el indicio de su muerte, confirmamos que no es un dios olímpico, sino que al guionista se le subió Hollywood a la cabeza. Y siguiendo por esa ruta más creativa que pedagógica, los productores se enfocan en la vida romántica de Bolívar, con su esposa, la madrileña aristócrata Maria Teresa Rodríguez del Toro, una amante parisina y luego, la quiteña, Manuela Sáenz, cumpliendo con la fórmula de entretenimiento pop: belleza + sexo = ventas de taquillas. Al menos Arana nos lo había confesado , «Bolívar era un seductor in-sa-cia-ble» (lo que pronunció en cámara lenta y como si cada sílaba fuera la tónica).

Aplaudían, por otro lado, los que buscaban una buena dosis de recuerdos de su patria. Aunque como dice Francisco de Miranda en una escena: «Esto no es solo una guerra por Venezuela, esta es una guerra por la Patagonia, por el Perú, por Los Andes. Esto es sobre todo una guerra por el espíritu americano,» el venezolano, como de costumbre, se adueñó de Bolívar y, de la sala, también. Poco esfuerzo costaba notarlos, con los chiflidos entre los discursos y al terminar el filme, con el ataque de risa después de que al profesor de Bolívar, Simón Rodríguez, se le escapa un «coño» en escena de plena frustración y con la necesidad de más de uno de interrumpir la conversación en pantalla, diciendo: «Aja, así es vale, así es» cuando Ramírez miraba al horizonte para enunciar un ideal democrático.  En fin, un ambiente que asemejaba una versión ligera de avión destino Miami – Caracas.  Y, también, un ambiente con nostalgia que se asomaba con los paisajes del Orinoco, Acarigua y Choroní. Una nostalgia que no cedía, al imaginar el sabor de la guayaba que muerde Maria Teresa al pisar Caracas por primera vez y el olor del café de la Negra Hipólita, la nodriza de Bolívar, mientras susurraba al fondo la música de Dudamel.

Aplaudían, por último, los amantes de la historia, de uno de los hombres más adorados en Sudamérica, donde en países como Venezuela sigue omnipresente en toda plaza, y con el don dudoso de ser mencionado todos los días en las quejas por no tener suficientes bolívares para costear necesidades básicas. Éstos venían con ganas de refugiarse en la promesa de libertad, igualdad y fraternidad de dos siglos atrás, al menos por una noche.

Y éstos quizás quedaron un poco menos cautivados.

Después, durante el brindis, protestaron que no se detalló el proceso intelectual que conllevó a Bolívar a liderar aquella lucha, cuando nunca había tenido un entrenamiento militar y, riquezas, desde apenas un niño, tenía de sobra. ¿Cómo formó los ideales que lo inspiraron a pelear más de cien batallas? Reclamaron también la media hora dedicada a su esposa, de la cual enviudó a los 19 años, cuando tal vez mayor atención a la revolucionaria, Manuela Sáenz, hubiese permitido comprender mejor sus designios. Y expresaron decepción con el indicio de que fue una conspiración y no tuberculosis lo que mató a Bolívar, resucitando un tema ya engavetado después de que el Presidente Hugo Chávez ordenó desenterrar sus huesos para quitarse la duda de si  había sido envenenado. La respuesta de los médicos forenses había sido un rotundo «no».

Quizás este último espectador, reevaluaría las palabras del Presidente Johnson pensando que no es que las artes le dan vida al pueblo, sino que permiten que se reinvente. Hay veces que con las artes “A” llega a ser, no exactamente “B,” pero sí una “A” en cursiva, dorada, bien lustrosa.

Sin duda, la reconfiguración de Bolívar a través de El Libertador captura a un hombre épico, sin precedente. Como lo dijo Arana: «Nunca antes en la historia de las Américas existió un hombre que había logrado transformar tanto territorio, unido a tantas razas, soñado tan grande: Bolívar, libertador.»  

Al menos esa grandeza trascendió y trascenderá las diferentes expectativas en la sala. Y así, siglos después de su muerte, Bolívar nos vuelve a unir.

 

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