Todavía es muy temprano para un análisis absolutamente objetivo del fenómeno chavista, esa tarea se la dejamos a los historiadores del futuro. Sin embargo, dado que Chávez se fue de este mundo pero el chavismo permanece podemos afirmar que se ha iniciado una nueva etapa en la historia contemporánea de Venezuela y es útil hacer una breve reflexión sobre el caudillo y su legado. Chávez apareció en la escena hace 22 años, como jefe de un golpe fallido militarmente, pero exitoso políticamente y por 14 años su voluntad fue hegemónica en el país. El fenómeno chavista ha sido y será objeto de estudio. Recientemente el autor argentino Joel Hirst ha publicado una novela: El Teniente de San Porfirio, una sátira tragicómica de la revolución chavista, en la tradición del realismo mágico latinoamericano, divertida a veces, pero sobretodo preocupante e inquietante, particularmente en relación a las perspectivas futuras del proceso. Hirst anuncia que seguirá proyectando su visión del chavismo en una segunda novela: El Infierno de San Porfirio. Entre los especialistas de la ciencia política, Ari Chaplin ha publicado este año un análisis crítico del Socialismo del Siglo XXI: Chávez’s Legacy: The transformation from Democracy to a Mafia State. Fernando Mires en el prólogo afirma que Chaplin demuestra en esta obra el carácter radical y antidemocrático del chavismo. Chaplin hace una extensa revisión y análisis de las publicaciones sobre los 14 años del gobierno chavista. Pone el acento sobre la formación de una “nueva clase”, similar a la que Milovan Gilas analizaba en la Europa comunista antes de la implosión del Imperio soviético. Una clase que controla, a través del Estado, el poder político y la mayor parte del económico. Chaplin además afirma que la corrupción en las instituciones estatales favorece la penetración de la criminalidad organizada. Ciertamente, el hecho que el gobierno venezolano haya expulsado a la DEA de Venezuela y no tenga ninguna colaboración con los EEUU en materia de la lucha en contra del narcotráfico favorece que Venezuela se convierta en una locación relativamente “amigable” para los centros de operaciones del narcotráfico.
En mi opinión, Chávez fue una peculiar mezcla entre el primer Perón y Castro. Padecía, como Perón, de los que Octavio Paz llamaba los dos morbos endémicos de la América Latina: el populismo demagógico y el militarismo. Igual que Perón, tenía algo de Mussolini, efectivamente, Carlos Fuentes lo llamó: un “Mussolini tropical”. Entre sus primeros “maestros” ideológicos tuvo al neo-fascista y antisemita Norberto Ceresole, autor de uno de sus libros de cabecera: Caudillo, Ejército, Pueblo. La otra vertiente ideológica de Chávez es el marxismo-leninismo de Castro, “inoculado” desde la adolescencia por su hermano mayor Adán, entre otros. La fortaleza del chavismo se debió, básicamente, al carisma del caudillo, al precio alto y sostenido del petróleo, que le permitió un “clientelismo distributivo” interno y externo y a la división y errores de la oposición. Fue además un hombre con suerte. Las circunstancias le fueron favorables. Sin la crisis socioeconómica de finales de los ’80 y primeros ’90, por la fuerte baja de los precios del petróleo y el auge de la antipolítica, el abortado golpe del 92 hubiese tenido otras consecuencias y sin el impresionante aumento sostenido del precio del petróleo de estas últimas décadas muy probablemente el chavismo no estaría en el poder.