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Francisco Martínez Pocaterra

El largo camino al desastre

Histéricos, cegados por la estupidez y el orgullo, corrieron a los brazos de un felón, como en 1922, los italianos a los de Mussolini. Sin cavilar, intelectuales y líderes sepultados en el olvido no solo arrasaron con la democracia, sino que auparon a un ignorante, a un traidor, que conspiró no contra un presidente, sino contra una nación. A partir de 1999, Venezuela fue ocupada primero por un ejército de ocupación cubano y luego, por chinos, rusos, iraníes… Hoy no tenemos país.

Las dictaduras, sobre todas las modernas, que aprovechan los votos para masacrar democracias, actúan soterradamente, arteramente, y día a día van adueñándose de las instituciones hasta que estas son solo apéndices de su aparataje.

Tras dos décadas de dictadura chavista-madurista, el país, otrora promesa de desarrollo gracias al petróleo, ya ni eso tiene, y es hoy, un Estado fallido, como lo son esas naciones desarticuladas del África depauperada. Sin embargo, los mismos necios que, arrogándose la superioridad propia de los sandios, le dieron un cheque en blanco a Chávez (y a su muerte, este se lo endosó a Maduro), ahora se afanan por salidas delirantes, como negociaciones estériles o elecciones, tinglados en los que no se elige.

Hoy, esos majaderos, defienden un orden que antaño ayudaron a demoler amparados en una moral endeble… o, mejor dicho, acomodaticia. Y es que para muchos, aun algunos sesudos intelectuales, los pecados de unos no lo son si son otros los pecadores. No nos engañemos, entre las dictaduras de Fidel Castro y Augusto Pinochet no hubo mayores diferencias, salvo que esta manejó mejor la economía chilena (arrasada por las políticas socialistas de Allende).

No digo que sean chavistas (aunque algunos sí lo fueron y sin lugar a dudas, otros lo eran in pectore). Están embebidos, sin embargo, de toda la tontería izquierdista (que erróneamente analiza la historia fuera de contexto, para adecuarla a su discurso invasivo, totalitario). Se tragaron las monsergas de un discurso que solo busca justificar una ideología cuyo fracaso ha sido palmario. Como niños, aceptaron sin chistar, porque no deseaban hacerlo, un guacal de fábulas, de verdades a medias y mentiras descaradas de una camarilla ávida de ostentar el poder para satisfacer sus resentimientos.

No excuso la pésima instrumentación del famoso «paquetazo de Miguel Rodríguez», adelantado por un hombre cuyos antecedentes no eran recordados con desprecio, cuya campaña electoral se basó en el engaño, en el mito de que con él regresarían las vacas gordas. Sin embargo, urgen medidas como aquellas para sacar a la nación de este pozo de aguas negras, pero, bien sabemos, cada día gastado en discusiones melindrosas supone mayores cargas para la ciudadanía en ese doloroso proceso.

Creo yo, y ruego a Dios estar errado, que, por ello, por esa urgencia de adelantar medidas odiosas, no hay en las filas opositoras verdadera vocación de gobierno. Tal vez, tanto como Chávez antes, corren la arruga para ver si la fortuna les permite recoger el poder cuando las vacas estén cebadas y puedan mantener su agenda populista.

No excuso al chavismo, pero no están exentos de culpa quienes, desde hace rato, por unas u otras razones, han empedrado el camino hacia este desastre.

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