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El lado humano de la migración

El problema de la migración es un problema en sí mismo, al margen del uso retórico, faccioso y político que hacen de él gobiernos sin escrúpulos.

El acuerdo a que llegaron México-EU hace días, a raíz del anuncio de que se impondrían aranceles progresivos del 5% a los productos mexicanos, es un acuerdo que canceló momentáneamente la amenaza de entrada en vigor de los aranceles, aminoró la tensión en la relación bilateral y despejó la incertidumbre económica a que se habrían enfrentado ambos países.

Sin embargo, los términos en que fue firmado el acuerdo revelan tres cosas: se suspendió la entrada en vigor de aranceles porque México aceptó las condiciones de la Casa Blanca; Trump dobló en un tris al gobierno mexicano y el problema de la migración no fue resuelto.

A la luz de estos hechos, que nadie en su sano juicio puede ocultar, es inconcebible que el gobierno mexicano -de traspié en traspié, de incoherencia en incoherencia- haga un manejo mediático tan desaseado de este asunto y presente los hechos como si el gran triunfador en la negociación hubiese sido él.

Donald Trump, independientemente de su legítima preocupación por la expansión del mercado de las drogas y la crisis migratoria, ha usado ambos temas para venderse como el gran salvador del “sueño americano” y presentarse ante su base electoral como el justiciero vengador, capaz de encabezar a una marabunta de fanáticos enardecidos.

Por su parte, Andrés López ha procedido casi igual: creyendo que no recordamos que ofreció fronteras abiertas, visas humanitarias y trabajo a los migrantes centroamericanos, ahora se pliega a los mandatos del coloso del Norte, impone al gabinete la prioridad de contener la migración del sur a como dé lugar y, simultáneamente, se presenta como la única Coca-Cola en el desierto que puede mitigar la sed del sediento.

Hay en todo esto la sensación de que, concentrado cada uno en su agenda política personal y en la inflamación de su propio ego, ambos gobernantes no han entendido todas las costuras, resquicios e implicaciones del problema de la migración.

En el caso concreto de México, dado el pavor que el actual gobierno le tiene a Trump, la prioridad en las negociaciones fue salvar el propio pellejo: evitar la entrada en vigor de los aranceles al precio que fuese, aceptar que el vecino impusiera las condiciones más indignas e inimaginables, hacer de México un empleado menor de la Casa Blanca en el combate a la migración, subordinar a la GN a una prioridad estratégica de los EE.UU. y, en el colmo, no resistir con astucia diplomática ni con inteligencia política la inminente arremetida.

El episodio amerita que algún experto en disonancia cognitiva nos explique cómo se celebra una derrota en la franja fronteriza, como si se tratase del más ruidoso y glamoroso de los triunfos. ¿Será, acaso, “el síndrome de la derrota” mal disimulado, que han echado a andar con fortuna cualquier cantidad de estudios sobre lo mexicano?

El episodio amerita, también, que México vuelva a cobrar conciencia de su latinoamericanidad y del liderazgo hemisférico que alguna vez tuvo, para darle al problema de la migración no un tratamiento bilateral, ni político, ni diplomático, sino el de una tragedia humana continental que requiere urgente solución de los gobiernos.

Si el XXI es “el siglo de los pueblos en dispersión y las naciones fugitivas”, estamos a tiempo de entender que nuestra Primavera Árabe ya comenzó, que el inmigrante por hambre y violencia no detendrá su marcha hasta alcanzar su sueño, que ni firmas de gabinete ni protocolos diplomáticos contendrán la avalancha humana que del sur apunta al norte y a otros horizontes.

No por nada la crisis migratoria latinoamericana de hoy comenzó en Venezuela, pero se agravó e hizo metástasis en Honduras; ambos países se caracterizan por el subdesarrollo económico, la falta de igualdad de oportunidades para su población, la inseguridad y la violencia, los ingredientes básicos sin los que no se explica que un ciudadano busque el calor de otra patria en lugar del calor de la propia.

Si Caracas es un referente de pobreza e inseguridad a nivel ciudad, Honduras es lo mismo a escala país: lunares del submundo de la crisis económica, la quiebra de la democracia y la crisis institucional, donde los gobiernos son élites, son cúpulas, son mafias u oligarquías, pero siempre al servicio de la peor de las políticas: la política del hurto.

En los últimos diez años Honduras se ha vuelto el país más peligroso del mundo para ecologistas y defensores de derechos humanos, y es, también, la tercera nación más desigual del planeta, sólo después de un país de África y Haiti, pues tiene al 64.5 por ciento de su población en situación de pobreza.

Frente a estas realidades se ocupan soluciones. Poner en la discusión pública la urgente necesidad de corregir las fallas estructurales del neoliberalismo y el libre mercado es una, pero llevará tiempo. La otra solución es de carácter local: que la población se organice con determinación, pero no para salir del país, sino para exigir mayor inversión pública y empleo autogestivo, un modelo ciudadano de seguridad y funcionalidad y resultados concretos a su clase gobernante. Si esto no se hace pronto, la crisis migratoria que hoy vivimos podría durar décadas.


Pisapapeles

Del balcón de mis lecturas: Aunque alguien esté en desacuerdo contigo, déjalo vivir, porque no encontrarás a nadie parecido en diez millones de galaxias.

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