En Venezuela aún no nos hemos recuperado de la nauseabunda farsa de las elecciones de la ANC y ya entramos en otra dimensión de nuestra crisis existencial. Todavía el país sigue llorando a los 16 venezolanos asesinados el domingo 30 de julio y nuevos conflictos aparecen en el horizonte. De paso, la vieja aliada del CNE, Smartmatic, ha soltado una bomba atómica sobre los ya inverosímiles resultados que anunciara Tibisay Lucena en un siniestro acto de prestidigitación electoral. El pronunciamiento del mismísimo presidente de Smartmatic es mucho más crucial de lo que parece. Nadie se cree los 8 millones de votos que jura el régimen. Ni sus propios simpatizantes, que hoy se ven entre sí con una incómoda sonrisa que se balancea entre la complicidad y el estupor. Hablando de sonrisas, célebres por torvas, hasta el propio Andrés Izarra –ex ministro de tantas negligencias- desde su refugio europeo, subrayó la duda. Duda que es certeza en el mundo y que destroza por completo cualquier dosis de legitimidad que quieran otorgarle a esas elecciones. Maduro, que no escatima en torpezas, dice que si no hubieran existido güarimbas los votos habrían llegado a diez millones, dejando muy atrás al propio Chávez, el único de todos ellos con genuino arraigo popular y ya extinto en el planeta tierra.
Todo eso está ocurriendo mientras en el horizonte inmediato aparece un asunto neurálgico: las elecciones regionales. En ese sentido, la jugada del régimen fue inteligente. Poner en el libreto inmediato esa circunstancia ha hecho que hoy el país opositor se enfrasque en una furiosa polémica sobre si debemos ir o no a elecciones regionales. Y entonces llueven opiniones de toda índole: unos piden calle y más calle, se preguntan dónde quedó el 350, exigen no olvidar a los más de cien muertos que hay sobre el asfalto y sienten como una ofensa cualquier nuevo escenario electoral luego de lo ocurrido con la Constituyente, algunos gritan “¡gobierno de transición ya!”, aunque sin explicar muy bien cómo harían los miembros de ese otro gobierno para no terminar en la cárcel o asilados en alguna embajada próxima a su domicilio, como ocurre hoy con los nuevos magistrados. Otros piensan que es indispensable participar en las elecciones y no regalarle 23 gobernaciones a la dictadura. Afirman, no sin razón, que no se pueden establecer equivalencias entre las elecciones de la ANC y las regionales. En el reciente fraude el gobierno corrió solo, sin contendores, sin veedores internacionales y sin los miles de testigos de oposición que supervisaron las parlamentarias de diciembre del 2015. Así, íngrimos en el cuarto oscuro de su impudicia, pueden sacar incluso más votos que habitantes en el territorio nacional. Pero el asunto cambia cuando la refriega es real. Por algo evitaron ir a elecciones regionales en el 2016, por algo nos escamotearon el referéndum revocatorio, por algo han decidido descarar la dictadura.
Y así vamos. Mientras la mafia que ha secuestrado el poder se pelea a dentelladas por ver quién preside la ANC, el resto inmenso de ciudadanos colisiona ante el dilema de las regionales:
– “¡La propuesta de Ramos Allup de participar en las elecciones de gobernadores es una traición al pueblo!”, proclama alguien.
– “¡Traición es dejar que nos quiten 23 gobernaciones!”, replica el otro.
– “¡¿Cómo vamos a ir a elecciones con este mismo CNE que acaba de meternos 8 millones de votos inexistentes por el buche?!”, grita el cuñado.
– “¡Con ese mismo CNE les ganamos las parlamentarias del 2015, ¿o es que no te acuerdas?!”, insiste un vecino.
– “¿Pero de qué vale ganar todas las gobernaciones si después los van a inhabilitar o encarcelar?”, argumenta una señora.
– “¡Cierto, además hay que hacer valer el mandato que el pueblo impuso el 16J. Esos políticos son unos vendidos! Calle y más calle!”, persiste el más joven.
– “¡Hay que participar, sino los malandros se apoderan de todo. Esa siempre ha sido su estrategia, desmotivar al pueblo!”, subraya otro vecino.
– “!Yo no pienso validar ese CNE tramposo!”, reitera el cuñado.
– “¿Y entonces, les vamos a regalar también las gobernaciones y las alcaldías”, se desespera el presidente de la junta de condominio.
Y así estamos. En el remolino de una discusión que en ocasiones parece bizantina. Mientras tanto, la represión se incrementa, las torturas a los prisioneros continúan, Ledezma y López vuelven a ser pasto de sus carceleros, las líneas aéreas internacionales abandonan el país, el dólar parece un cohete a la luna, la escasez nos ladra en el estómago y todo hace pensar que la pesadilla estrena nuevos capítulos.
No somos un país, somos un laberinto.
Originalmente publicado en Caraota Digital | Agosto 3, 2017