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El juego semántico

El cerebro traduce en imágenes y textos lo que lee y escucha. Sin embargo, cuando escucha o lee varias veces la misma palabra, esta va perdiendo de significado, proceso que es denominad saciedad semántica.

Observamos las palabras que se ponen de moda entre los jóvenes: guey, al chile, cool, perrear, stalkear. Con el tiempo se desensibilizan las neuronas, de manera que el cerebro empieza a no escuchar ni entender.

Al repetir varias veces la palabra “no” el cerebro no la identifica. A los niños les cuesta tiempo procesar el significado del no, comparado con palabras como leche, paleta, galleta, ya que estas tienen significados tangibles asociados a elementos materiales. Son palabras objeto. Muy pronto el cerebro asocia la palabra no con desaprobación, negación y un aviso para detener una acción. De hecho, entre las primeras palabras de los bebes está el no, pero no lo identifican como una negación. Si le preguntan a un bebé ¿quieres galleta? Responde con un no, pero estira la mano. La palabra no tiene un proceso neuronal semántico, depende de a quién se le contesta, del tono, de la emoción y de las consecuencias de lo que se espera.

Una negación puede incomodar psicológicamente y causar dolor moral, puede incomodar tanto que hasta ocasiona la pérdida de una amistad. Culturalmente cuesta tanto dar un no definitivo, por no saber poner límites, y eso conlleva problemas. Es tan fácil tragarse anzuelos. En una reunión familiar o de amigos, alguien comparte un apuro, por ejemplo dice que necesita cierta cantidad de dinero, que el préstamo es de vida o muerte y promete que en unos días reintegrará el dinero. Todos guardan silencio, esperando que otro se trague el anzuelo. De pronto alguien, regularmente no el más rico, sino el más bondadoso, ofrece sacarlo del apuro con la consigna de que le regrese el dinero en unos días, porque lo necesita para pagar la renta de la casa. Pasan los días y el deudor no aparece, no contesta el teléfono, hasta se hace el enojado y el dinero no regresa. Todos tenemos historias como esta, por prestar el carro, la tarjeta de crédito, la casa en la playa y hasta la ropa.

Recuerdo a unos pacientes a quienes el hijo pidió que le prestaran el carro para asistir a una fiesta. El padre se lo negó, un no rotundo, ya que el joven no tenía licencia de conducir y siempre se pasaba de copas. El hijo convenció a la madre y ella, a escondidas de su esposo le prestó el carro. Se cumplió la profecía, el joven regresó todo alcoholizado por la madrugada. A causa de la falta de reflejos y atención, se pasó un alto. En el accidente fallecieron dos jóvenes y el causante quedó en silla de ruedas. Los padres terminaron divorciados.

Setenta y cinco por ciento del ambiente que nos rodea depende de la interpretación, de manera que la palabra no, se interpreta con enojo, tristeza, o gusto. El cerebro entiende en milisegundos el significado de un ¡no! Rotundo, la sensación es desagradable, y resulta incómodo cuando se espera otra respuesta. La emoción asociada al proceso puede ser tan grande dependiendo del contexto, puede propiciar odio, incrementar el estrés y lastimar la autoestima. Un no rotundo puede generar en los cerebros inmaduros la necesidad de venganza, tanto que en casos graves las personas afectadas pueden tomar un arma y disparar. En otros casos buscarán alternativas para reducir la frustración y salirse con la suya.

Esta lucha por conseguir el deseo inicia desde los bebés. Si el pequeño llora y la madre trasgrede el horario que se había fijado para sus alimentos, el bebé seguirá con el chantaje. Si la madre cede, no podrá romper la resistencia al cambio y el niño va a crecer con poca tolerancia a la frustración, como la mayoría de los jóvenes hoy en día.

La personalidad con buena salud mental encuentra sentido a las dificultades y las pérdidas en la vida. Un cerebro entrenado en los límites se recupera más rápido del dolor, controla mejor las emociones, incrementa la empatía, valora y respeta su entorno y se preocupa por respetar la naturaleza.

 

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