En el transcurso de un corto tiempo aparecieron estas noticias, entre otras, que uno no quisiera nunca leer:
Un niño tiroteó a un compañero durante el receso de un plantel, en Propatria, Caracas.
Dos estudiantes de 14 y 17 años aparecieron muertos en el Estado Lara.
Un adolescente de 15 años fue asesinado cuando se dirigía a comprar helados, en Municipio Libertador.
Con una frecuencia inquietante, desde hace algunos años, la muerte de bebés, niños y adolescentes, es reseñada, en diversas circunstancias en diferentes ciudades de Venezuela. En 2014 Cecodap dio la cifra de 455 muertes por la violencia.
Lo que llama la atención es la falta de respuesta gubernamental ante el incremento de muertes de infantes y adolescentes. Es angustioso que estos hechos queden relegados a unas pocas líneas en los sucesos, que muy pocas personas leen.
No podemos seguir lamentándonos que se atente contra la vida de los niños, sobre todo por la violencia que, en nuestro país, en lugar de disminuir, crece de manera alarmante. Debemos comprometernos a no seguir tolerando y convertirnos en cómplices al aceptar esta situación.
El dolor no es solamente de los allegados. Esas muertes son un dolor colectivo.
Son necesarias acciones contundentes para expresar nuestro repudio ante una situación que amerita ser considerada de urgencia.
Sin embargo hasta ahora no hemos visto a ninguno de los numerosos funcionarios defensores de los niños, manifestar sus palabras de compasión ante estos oprobiosos acontecimientos.
Sólo el ominoso silencio que rodea la matanza de bebés, niños, niñas y adolescentes.