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El indigno y el digno

Desde hace unos días no dejo de pensar en dos políticos cuyo comportamiento es totalmente opuesto. Me refiero a los dos ex candidatos a la Presidencia de México que quedaron en segundo y tercer lugar en los comicios del 1o. de julio del 2018.

Empecemos por el segundo lugar, Ricardo Anaya, candidato de Por México al Frente. Anaya es rico y canalla. Su desaparición del mapa después del resultado de las elecciones nos muestra a un político que no sabe reconocer la derrota, a pesar de que aceptó el triunfo de López Obrador, después de Meade; a un político que tiene mucha cola que le pisen y a un político que no contento de traicionar a su partido, engañó a las dos categorías de sus seguidores, quienes creían en él y quienes votaron por él, con tal de que no ganara AMLO. «Yo voy a votar por el segundo lugar sea quien sea». «Anaya representa el voto útil». «¿Cómo no votar por Anaya, si habla tres idiomas, es joven, es un hombre con ideas articuladas?», decía con fervor una parte de la clase media acomodada.

Por lo que a mí respecta, nunca creí en «el indigno». Como decía doña Lola, «es un cheque sin fondos». Siempre lo vi falso, su perenne sonrisa lo delataba como lo que es, es decir, alguien poco transparente. Su discurso, aparentemente bien articulado, ocultaba algo. Finalmente, Anaya nunca hizo contacto directo con el electorado. Como le dijo uno de los reporteros a uno de sus compañeros, que siguió al panista desde que empezó su campaña: «lo que mal empieza mal acaba, y vas a ver cómo termina este cabrón». No nada más terminó perdiendo, sino que Anaya terminó huyendo. El ex candidato no da la cara. Salvo un post en Facebook que decía: «Aprovechando los últimos días de vacaciones de los niños», además de una reunión con el líder nacional del PAN, Damián Zepeda, no sabemos donde está Ricardo Anaya. Lo que sí sabemos es que los miembros de su partido lo recuerdan como el peor candidato panista, con el menor número de votos. Basta con ver el video en donde sus congéneres exigen su renuncia y la de sus aliados, para percatarse de que Anaya ya no tiene nada que ver con su partido.

¿Qué habrá sido realmente en lo que falló Anaya? Tal vez su personalidad turbia, su poco conocimiento de la realidad del país, pero sobre todo, su doble personalidad, su obsesión por presentarse como honesto, cuando en realidad es profundamente deshonesto.

Ahora hablemos del ex candidato digno, José Antonio Meade. Contrariamente a Anaya, sabemos que tras terminar las elecciones, la familia Meade se fue a pasar unos días a Acapulco. En su Facebook, el ex candidato presidencial aparece en una fotografía con su nuevo «look», más delgado y con una barba que pienso le favorece mucho y lo dignifica aún más. «Reflexionando qué sigue», escribió. Por su parte, Juana Cuevas apuntó en su Twitter: «Nada como Acapulco… un pequeño descanso y a seguirle!». He allí a una persona con la conciencia tranquila. No hay que olvidar que Meade fue el primero en reconocer el triunfo de López Obrador. En un discurso digno e histórico, en tratándose del PRI, felicitó al morenista. «Siempre he defendido la ley y las instituciones. Creo en la democracia y en ese marco, con responsabilidad reconozco que las tendencias del voto no nos favorecen…». En esos momentos tan difíciles para cualquier político que ha sido derrotado, sus palabras le salían del corazón, su lenguaje corporal era muy auténtico y su mensaje conmovió a muchos. De allí que no nos sorprende el encuentro reciente entre AMLO y él, a reserva de saber de qué hablaron.

«Es una persona decente, buena, honorable, ese es mi punto de vista…», dijo López Obrador en un video una vez que se encontró en su casa con Meade. AMLO también decía esto con el corazón. Unos días antes de este encuentro histórico, Claudia Ruiz Massieu, dirigente del tricolor, fue muy enfática al declarar en una entrevista a La Jornada: «José Antonio Meade era un candidato de lujo, pero el tricolor no lo hizo suyo».

A Meade se le respeta dentro y fuera de su partido, y a Anaya se le reprueba, se le rechaza y se le censura, dentro y fuera de su partido. ¡Que viva la diferencia abismal entre el indigno y el digno!

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