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Ángel Dámaso

El Hogar

Antonio Gala dijo una vez que el hogar “es un lugar donde uno es esperado”, y en eso se convirtió Venezuela durante todo el siglo XX, un lugar donde si bien no se era esperado, por lo menos se era recibido o tolerado. Canarios, gallegos o lusos que dejaban atrás un mundo de miseria a un océano de distancia se instalaron allí durante varias décadas e hicieron del país caribeño su hogar. También hermanos latinoamericanos que huían del horror de sus dictaduras encontraron cobijo allí: uruguayos, argentinos,… pero sobre todo colombianos.

El alma venezolana respira lazos de hospitalidad, de mestizaje, de interculturalidad. Con sus problemas y sus múltiples bondades. Razón por la que este ataque a la comunidad colombiada perpetrado por el gobierno debe ser entendido no solo como una ofensa a una (gran) minoría, sino también como una negación de la esencia propia.

Cual matón de patio de instituto se busca un enemigo para “hacerse respetar”, creyendo que el mundo no es más que una cuadrilla de adolescentes donde él debe mostrarse como el más “gallito”. El problema es que esta vez ha decidido atacar al más débil, generando en su entorno una reacción que está más cerca de la vergüenza ajena que del miedo. Es lo que tiene haber abandonado la pubertad hace ya tiempo.

La cercanía de las legislativas hace necesario a un “chivo expiatorio” que haga reducir el batacazo. La táctica de buscar un enemigo fuera al que echarle las culpas de tu incompetencia es tan vieja como el andar a pie, sin ir más lejos, su predecesor fue un maestro en culpabilizar a todo el mundo de sus problemas (empresas, gobiernos, organismos, etc.), pero hasta el cuchillo más afilado, algunas veces se mella.

Así como también si pinchas se sangra. El pueblo venezolano debe mucho a ese hombre que, ya sea por altura o por simple miedo, habita en Nariño. Un hombre que de fiel a su apellido parece que dirige con las habilidades del Job bíblico y decide no tensar la cuerda, no dar alas a la vileza y confrontar a dos naciones hermanas, porque no olvidemos que en la situación de carestía que existe en Venezuela, la frontera es una soga y no precisamente al cuello del venezolano medio. Llámese perspectiva o cobardía evitar la disputa, pero no obviemos que un conflicto favorece al oficialismo, no al pueblo venezolano.

Cúcuta hoy es la postal de la infamia, una imagen que cuesta definir sin hacer referencia a un tal Godwin o hacer un llamado a la dignidad de las personas. Cada persona que atraviesa la frontera y no vuelve es un punto negro en la conciencia del séquito presidencial, cada familia rota, cada individuo arrancado de su entorno o cada casa demolida pero, ¿qué es la conciencia cuando está en juego mantener el poder?

Esta suerte de revolución cívico-militar cansada, mal llamada revolución y quien sabe si bolivariana, nota ya los achaques de una vida de excesos y se debate entre sus dos almas primigenias: la castrense y la política. El problema es que el uniforme a veces se come al político y piensa que la democracia es un juego bélico y ya saben lo que dicen: en el amor (propio) y en la guerra todo vale.

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