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Guadalupe Loaeza

EL HISTORIADOR LUIS FERNANDO GRANADOS

Gracias a tu padre, Miguel Ángel Granados Chapa, te conocí a finales de 1982, en las oficinas del Uno más Uno. Entonces eras un adolescente de 14 años: tímido, introvertido y con una evidente actitud rebeldía, no obstante, me pareciste “la buena onda”. Eras el hijo mayor de un periodista cuya columna “Plaza Pública”, era de las más leídas y prestigiadas en todo el país. Eras altísimo en comparación a tus hermanos, Tomás y Rosario Inés, quienes ese día me observaban de reojo, como preguntándose de dónde diablos había yo salido. Con el tiempo los tres se fueron acostumbrando a mi presencia y yo a la suya. Seguido íbamos a comer tacos, con tu padre, a Coyoacan. Me gustaba escucharte discutir con él acerca de política, literatura, pero sobre todo de historia. Te confieso que me sorprendían tus intervenciones y conocimientos siempre inteligentes, y salpicados de un humor muy ingenioso y original. Como escribió de ti, Mauricio Tenorio: “No se tomaba en serio; ese era su problema y su gran virtud, pero era un historiador y pensador de ideas originales, un armador de rompecabezas, de imágenes históricas, de las que todos teníamos las piezas pero no acertábamos a darles forma”. Ya desde muy joven, Luis Fernando, eras sumamente original con tu eterna gabardina negra que te llegaba hasta por debajo de las rodillas, tu bufanda gris y tu eterno mechón de pelo muy negro y lacio, el cual ocultaba una pequeña mancha rojiza muy semejante a la que tenía Gorbachov. A pesar de tu aparente seguridad, percibía en ti, un dejo de tristeza y soledad. Había algo que te incomodaba por no entender del todo por qué no “te hallabas”, como dice la canción de “El Personal”, parecía que todo te valía “madres..”. , pero en el fondo no era así. De allí que tu padre me comentaba preocupado que andabas medio deprimidón y tristón por la que te pasabas largas tardes recostado en el césped de los parques. Tal vez para entenderte mejor, buscaste algunas respuestas en la literatura, te volviste un vehemente apasionado de la obra literaria de José Saramago, del autor de “Ensayo sobre la ceguera”, conocías casi de memoria el contenido de sus libros. Recuerdo algunas cenas en que Tomás y tú, no dejaban de hablar de “Raimundo Silva” el revisor de pruebas encargado de corregir un libro titulado: “Historia del cerco de Lisboa”. Los dos se morían de risa, se arrebataban las palabras, para enseguida hablar sobre el movimiento Dada, el grupo de artistas de la Primera Guerra Mundial, cuya característica consistía en rebelarse en contra de las convenciones literarias. De sus conversaciones aprendía siempre algo nuevo, como por ejemplo, aquellas pláticas inolvidables con las que nos aleccionabas en las terrazas de los cafés de París, cuando fuimos a celebrar el Bicentenario de la Revolución. Todos los días escribías una crónica de los sucedido en 1789. Una vez que tenías tu texto terminado, buscábamos, a la hora que fuera, un café internet, para mandarla y se publicara en La Jornada. De esos pequeños ensayos, escritos con la ayuda de Tomás, se publicó en 1990 tu primera obra: “Amanecer: La Revolución Francesa”, entonces nada más tenías 22 años. Juntos fuimos a “La Comedie Francaise”, al Louvre, a ver la tumba de Napoleón y al Museo de Carnavalet, dedicado a la Historia de París. Con tu humor tan característico te burlabas de los “gabachos”, pero al mismo tiempo, disfrutabas del buen vino francés y de los “bistrots”.

El tiempo pasaba y con él, te ibas haciendo en un gran historiador merecedor de premios como: Francisco Xavier Clavijero del INAH y el Marcos y Celia Maus de la UNAM. Además de escritor, editor, y profesor, obtuviste la licenciatura en Historia por la UNAM, fuiste Maestro y Doctor en Historia por la Universidad de Georgetown y miembro del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Veracruzana. Al terminar tu doctorado en 2008, fuiste contratado en la Universidad de Chicago como profesor e investigador posdoctoral. Dice Tenorio, que te volviste un profesor de culto y que tus estudiantes te adoraban por tu sabiduría y originalidad. Tu amigo también se lamenta de que no publicaste tu espléndida tesis doctoral: “Cosmopolitan Indians and Mesoamérica Barrios in Bourbon Mexico City. Tribute, Community , Family and Work in 1800”.

Todos los que te conocimos, querido Luis Fernando, estamos tristísimos con tu partida. Apenas tenías 52 años. Aun te faltaban muchísimos años, para seguir enseñando la Historia (con mayúscula) con todo tu compromiso y profesionalismo, te faltó tiempo para continuar publicando libros, pero sobre todo, para dedicarle a tus hermanos y a miles de estudiantes toda tu sabiduría. Como escribió tu hermana Rosario Inés: “En medio de esta tristeza infinita yo no tengo palabras, así que me robo las de Tomas Granados Salinas. Se fue un jardinero que nos hizo florecer a muchos. Mi camino académico profesional, mi camino de vida, es lo que es gracias a Luis Fernando Granados. Un privilegio ser su hermana, su amiga, su colega”. Por su parte Tomas escribió el mismo día de tu desaparición; “Hoy concluyó la batalla de mi hermano contra un cáncer tramposo que sólo se dejó ver cuando ya había invadido un órgano y que pronto emigró a otros; tras dos visitas al quirófano y una devastadora racha de quimioterapia, sus riñones se pusieron en huelga definitiva. Luis Fernando Granados, La Rata, fue un grande: de estatura (junto a mí), de inteligencia, de locura a veces genial y a veces destructiva. (…) Puñetazos de niños, ásperas recriminaciones ya de adultos, abrazos sin fin, palmadas de cariño y de sorna, besos: nos dimos de todo. Y ahora te doy las gracias por haberme guiado todos estos años”.

Coincido con tus hermanos y también te digo: “Muchas gracias, Luis Fernando”.

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