No permitan que el fracaso les deteriore la autoestima. Cuando ganas, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo y eso deforma tanto. Y cuando pierdes sucede todo lo contrario, hay una tendencia morbosa a desprestigiarte, a ofenderte, sólo porque perdiste. En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados, eso sí es lo importante; lo importante es el tránsito, la dignidad con que recorrí el camino en la búsqueda del objetivo. Lo otro es cuento para vendernos una realidad que no es tal.
Marcelo Bielsa
Recuerdo cuando tenía 6 años, vivía en el barrio Campo Valdés, de Medellín, y vivencié los primeros golpes que implica ser hincha del DIM. Luego de 36 años, el partido con Atlético Nacional lo habíamos ganado y ya los jugadores estaban dando la vuelta olímpica, pues el empate en Barranquilla entre Junior y América nos daba vía libre para la celebración; sin embargo, en el minuto 89, el gol del ‘Nene’ Mackenzie le daba el campeonato al equipo currambero. Mi hermanó me consoló con una frase que me marcaría: quienes ocupan el segundo lugar son mucho más heroicos porque están más preparados para la derrota. En ese momento entendí por qué él siempre prefirió Pepsi en vez de Coca Cola.
Luego repetimos subcampeonatos en 2001, 2008, 2012, 2014, 2015 y 2018; pero esto pareció una preparación para los triunfos de 2002, luego de 45 años; el de 2004, venciendo en la única final paisa; en el 2009, frente al Huila, y en 2016 frente al mismo que nos arrebató el sueño en el 93. La conclusión que he sacado es que, si no hubiese sido por la espera, por la angustia de dejar gritos suspendidos en la garganta, estos éxitos no se hubieran disfrutado tanto. A la frase de mi hermano, le añado que, si bien los segundos están preparados para la derrota, tienen más dignidad y garra para disfrutar los laureles.
Una de las selecciones más memorables de la historia, además del Brasil del 70, el Catenaccio de los 30 y la Argentina de Maradona, fue la Naranja Mecánica, con Cruyff a la cabeza. Pocos sospechan en estos tiempos que tremenda escuadra no quedara campeona del mundo; pues sí, en el 74 y el 78 ocupó la segunda plaza, frente a Alemania y Argentina, respectivamente. Es un caso insólito en que la historia le ha dado vigor al segundo.
También están los que tienen un espacio en la memoria gracias a la revancha: cómo olvidar el rostro de Baggio al malograr el penal en la final de USA 94 frente a Brasil, pero el pundonor de Grosso en el acierto frente a la Francia de Zidane 12 años después. No olvido su celebración, vivificando a Tardelli en la final, precisamente con Alemania en España 82, en el partido que más he disfrutado en los mundiales: los Azzurri contra los teutones en la semifinal de 2006.
Sin embargo, el azar no es venturoso con otros, como es el caso de los ‘colchoneros’, que le coquetearon al éxito mayor en dos ediciones seguidas de la Liga de Campeones de Europa, en ambas frente al Real Madrid. Cómo no admirar la gallardía con que afrontó la derrota en la edición 2013-2014 y volver a lamentarse en la 2015-2016. Cómo no recordar la mirada del ‘Cholo’ Simeone, cuando reconoció que la historia no recuerda a los subcampeones. Cómo mantenerse cuando ni siquiera la revancha nos bendice.
De otro lado, el segundo lugar más plausible de la historia lo tiene el Atlético Nacional, nuestro rival de patio, que hizo todo lo posible para que se le diera la Copa Sudamericana del 2016 a su contrincante en la final, el Chapecoense, que sufrió la tragedia que ya conocemos, en la víspera de su última batalla. La causa fue justa y más que memorable, pues es quizá el ejemplo de Respect deportivo más emblemático, porque tuvo, además, un impulso moral y humano, que, sin duda, excede la ambición de ganar.
En los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012, Colombia estaba armando la papayera cuando Rigo Urán suspiraba en los labios de la victoria; pero cedió a pocos metros de la meta, y el kazajo Vinokúrov alentó el pedal para arrebatarle la dorada. Fue más la decepción para muchos que, en vez de celebrar la plateada, elevaron toda sarta de improperios, incluso hubo quienes afirmaron que el de Urrao se vendió. Él, con su acostumbrado folclorismo, adujo que las piernas no le dieron para más.
Sin negar su amplia carrera ciclística, que le ha merecido podios en las grandes vueltas, hace pocos días le dio una gran enseñanza al mundo, con su pletórico coloquio de paisa verraco, cuando se comparó con Egan Bernal, quien nos dio el Tour de Francia contra todo pronóstico: «Egan, con 24, ha ganado Tour y Giro, y yo con 34 no he ganado un culo». Genera carcajadas, pero esta frase es más profunda de lo que se cree, pues el segundo lugar también enseña a celebrar los triunfos de otros, sin ese horroroso dejo tan común de aplaudir mientras la hiel se revienta de la envidia. De esta forma, comprendemos que el segundo lugar nos ejercita la más moral de las cualidades, esa que, contrario a su denotación, nos da grandeza: la humildad.
Dentro de las proporciones, me permito referir algo que he aprendido en mi incipiente carrera literaria: he participado en algunos concursos y el sitio que mejor he ocupado ha sido el segundo; sin embargo, en la inmensa mayoría, me ha demandado un gran honor perder; sí, cómo se lee, perder: me doy a la grata tarea de revisar el trabajo de los ganadores y me quedo con una satisfacción de acompañar el éxito de otras grandes obras que, si bien no le doy la pústula de «mejores», pues no me agrada darle ese carácter salvaje de la competitividad al arte, sí le aduzco valor a quienes ostentan mucho más trabajo; lo que, sin duda, me alienta a seguir dando más.
Sin embargo, hay segundos lugares injustos, como el de la mentada Naranja Mecánica y la Argentina de Brasil 2014; el pobre ‘Pipita’ Higuaín pagó los platos rotos por errar un mano a mano con el arquero, cuando, en otra jugada, el rodillazo de Neuer demandaba penal y expulsión. Las dos finales seguidas que perdió en la Copa América frente a Chile, infortunadamente, no fueron el mejor aliento para levantarse, máxime si tenemos uno de los grandes de la historia como Messi sin poder gozar la gloria con su selección, menos mal se le dio hace pocos días, como clara muestra de que son muchas las revanchas que la vida nos regala.
En 2004, Boca Juniors se vio vencedor sin jugar frente a un aguerrido Once Caldas —del que era hincha mi mamá— y jugó la final de Libertadores hasta llegar a los penales; en estas lides, de lejos, el ‘Xeneixe’ tenía mucha más experiencia que el ‘Blanco blanco’; sin embargo, este le dio un golpe de humildad que, al parecer, no produjo resultados inmediatos, pues el ‘Azul y oro’ ni siquiera quiso recoger la medalla del subcampeonato.
Asimismo, se encuentra el caso de la lección que Oliver Kahn le dejó al mundo: siendo figura del peor mundial hasta ahora, el de Corea-Japón 2002, raro para un arquero, un error durante la final en la recepción de un leve remate le dejó la esférica servida al ‘Fenómeno’, uno de los dos más grandes arietes de todos los tiempos. Y, si bien es claro que la Canarinha tenía más que merecido el éxito, las tres palabras proverbiales del mono alemán revelan lo que para todos debería ser la jerarquía: «aceptar, perdonarse, levantarse».
Este mismo parcero sirve de puente para una postulación que es indispensable: no hay que satanizar al primer lugar, pues este también habrá de tener el mérito de haber llegado a pulso de lucha, incluso, hasta habrá sido segundo muchas veces. En la Liga de Campeones de 2001, jugando para el Bayern Múnich, venció al Valencia, y viniendo de ser segundos en las ediciones del 82, del 87 y la reciente del 99, lograron su cuarta orejona; no obstante, Kahn demostró su verdadera nobleza, cuando restó a su celebración para ir a abrazar al arquero contendor, Cañizares, para reconfortarlo.
Esto nos demuestra que, en vez de colmarse de esa espantosa actitud de muchos «resucitados», de ese engreimiento común de quienes alcanzan los vítores para humillar a los derrotados, inclusive cuando han sido antes uno más de estos, relucen ese decoro y esa galanura que construye al verdadero titán: ser fuertes en la derrota, disciplinados en la reinvención y decorosos en la victoria.
Tras toda esta cantaleta, es necesario sintetizar que quien logra honrarse a sí mismo en el segundo o en más lugares atrás tiene una ventaja frente al primero, tiene el reto no solo de derrotar a otros, sino también el de superarse a sí mismo. Y perdonarán lo requemado, pero es lo que aprendí de la serie Los caballeros del Zodiaco: cuando Seiya estaba agonizando frente al caballero de plata Misty de Lagarto, le promulgó algo que me ha rutilado en la memoria: «Tú nunca has sido derrotado; yo, en cambio, he sido derrotado muchas veces y estoy más preparado que tú para vencer»; se levantó y le sacó la madre hasta no quedar ni el polvero.
Cuando se trabaja esto, se vence la sórdida lectura del fracaso, la miserable reclusión de la culpa y, quizá lo más importante, quebrar los eslabones del triunfalismo que no fija sino afanes y flaquezas. Sí, el colonialismo histórico nos ha enseñado a celebrar a olvidar a los vencidos —como canta Walter Benjamin, en su ensayo Sobre el concepto de historia—, pero tienen mucho más por ganar, el encantador derecho a retroceder para rearmarse. En definitiva, el segundo lugar evoca la búsqueda de más puertos y aprender a navegar.