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El hedor del circo

Recuerdo que cuando era un niño, llegó a un pueblo costero del oriente venezolano los restos de un circo que según mi madre, alguna vez fue grande. El hedor de los animales hambreados y la tristeza imperante determinaron mi disgusto por esos tinglados.

A escasos días del fraude electoral del 20 de mayo en Venezuela, emergen desde los grupos que se prestaron al fraude, o como se renombró a ellos mismos Enrique Ochoa Antich, “la nueva oposición”, escupitajos contra la mayoría de los ciudadanos que no acudió a una contienda cuya victoria estaba cantada de antemano, no porque así lo reflejaran las encuestas o porque hubiese sido, en efecto, la voluntad popular, sino por la oscuridad de un proceso que debió ser diáfano.

No creo que ninguno de los partícipes, que bien podríamos llamar figurantes en este teatro de mala muerte, hubiese tenido jamás opciones reales de lograr más que unas pocas conchas de maní en las pasadas elecciones, sobre todo una candidatura floja y que al menos a mí y un nutrido grupo de venezolanos nos animó una profunda desconfianza: la de Henri Falcón. Creo, eso sí, que todos los que se prestaron a esta mojiganga dantesca le hicieron la corte al gobierno, a la élite. Y aún hoy, cuando la abstención se impuso como un grito silente, esputen su odio. Se enfrentan contra todo vestigio de razón (expuesta por la mayoría de los ciudadanos, la oposición reunida en el Frente Amplio y el mundo libre) en debates por los medios, como si la pasada contienda electoral hubiese sido algo distinto a lo que la realidad mostró: un circo barato, malo, con animales desnutridos, con payasos que en lugar de crear risas, inspiran lástima.

Bien sabíamos de antemano que ninguno representaba una verdadera opción de cambio, de llegar a ser una genuina garantía de alternabilidad democrática.  En su tinglado, al que poco asistieron (entre un dieciocho y un veintitantos por ciento, según las fuentes creíbles), Maduro pretendió hacer ver que carece de rivales, y que, tanto como su predecesor, es un portento político capaz de obtener una avalancha de votos que solo existen en la imaginación de quienes han hecho de este país un vertedero, un cementerio de esperanzas.

Todo este circo hiede, apesta como una penca de pescado podrido. El tufo trasciende las fronteras y de este tinglado, mucho se dice en el corro internacional. Y, ciertamente, lo que se dice, no es halagüeño. Nadie en el mundo libre reconoce la bufonada de una élite que por vincularse con todo aquello con lo cual no debe, solo le resta refugiarse en sus amigotes foráneos, que, como las prostitutas, besan por dinero; y en ese esperpento que infelizmente llaman Asamblea Nacional Constituyente. El tufo es insoportable, intolerable, nauseabundo.

Resultó obvio. La inmensa mayoría de los ciudadanos no apoyó una mamarrachada rechazada por propios y extraños. Abusaron de los mecanismos tramposos creados para garantizar el triunfo a Nicolás Maduro, cuya presidencia ha sido un evento trágico, y que sin pudor, la élite pretende prolongar para medrar, para seguir inflando sus arcas, escondidos detrás de un modelo inicuo y mentor de la inmoralidad como lo es el socialismo. Después de ese fraude, cada vez más hombres y mujeres dan cuenta de la necesidad de recorrer otras rutas hacia la anhelada transición.

El 20 de mayo se celebró un circo, un teatro de mal gusto, un proscenio mal armado y al que se le vio lo barato, lo mal hecho, la pobreza. Como el pináculo de una paupérrima gestión de gobierno, creadora de una miseria material y espiritual imperdonable, las elecciones del 20 de mayo buscaban ser el último zarpazo de una élite que carece de escrúpulos para hacer de Venezuela su coto particular, cedido caprichosamente a potencias y empresas extranjeras, dispuestas a colaborar con el desfalco que esa élite ha hecho de nuestro futuro.

Falcón ciertamente no podía evitarlo. El chavismo ha ido construyendo en estos dieciocho años el andamiaje necesario para este momento, para la hora de asestar el golpe definitivo. Chávez y los conspiradores de los 12 golpes organizaron esta felonía durante largo tiempo. Ahora que son poder, van a preservarlo a como dé lugar, y de perderlo, no dudarían un instante en abusar de ese andamiaje para reconquistarlo, e incluso, de recurrir a la violencia con ese propósito maligno.

A buen entendedor, sobran las palabras. 

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