Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El hedor de la anomia

Veo con horror como en Venezuela la ley, ese instrumento que asegura la supervivencia de una sociedad, no solo se viola impunemente, sino que además, se usa para agredir, para pisotear la condición humana. Jueces abren causas sin que medien las mínimas condiciones exigidas por el Derecho. Se tuerce el espíritu de la ley y se degrada su noble propósito para servir a intereses bastardos, a una legión de felones que tras la excusa de una revolución (su credo, como lo fue el de los hugonotes y los católicos en las guerras religiosas francesas de fines del siglo XVI), perpetran sus atrocidades, cometen sus crímenes.

La ley, el Derecho, no es una ramera que se manosea sórdidamente. No es una mujerzuela a la que se le compran besos por unas cuantas monedas. La Dama Ciega – como la idealizan las pinturas cursis – es el maderamen de una sociedad civilizada. Sin ley, no somos más que bestias animadas por instintos atávicos.

La revolución bolivariana (en minúsculas, sí, por su pequeñez moral y su indigencia intelectual) abjuró del único credo que debe ser impuesto a los hombres: la Ley, el Estado de derecho. Chávez, el padre de este engendro, de esta criatura repugnante, abusó de ella como quien abusa – y corrompe – a una jovencita. Sus dedos largos, huesudos, apergaminados, hurgaron su intimidad hasta ensuciarla. Chávez – el chavismo – sodomizó al Estado de derecho para procurarse una ley inmunda que lejos de armonizar, siembra el desorden y fomenta la corrupción de las almas.

Sus piaches, fieles seguidores de ese credo mundano y falso, tan ajeno al de Dios, que es el socialismo, pervierten los principios, los valores, porque en su mundo, en su apetito desenfrenado, el poder lo justifica todo, y por ello, sus pecados, los mismos de otros, son actos de fe, son menos pecados, porque ellos, soberbios como Luzbel, son los verdaderos – y únicos – portavoces de la verdad.

Pisoteada y humillada la ley, va quedando esto, una sociedad corrompida capaz de todo por dinero, por fama o por algo tan nimio como un «like» en Facebook. Una sociedad perdida y que, sin valores, los busca en el Miss Venezuela o en otras fiestas igualmente banales, o incluso peor, en esas cloacas donde Lucifer edifica sus dominios, donde la vida vale centavos. Sin ley, sin estado de Derecho va quedando esto, un terreno yermo, habitado por bestias, por gusanos repulsivos, por culebras. Un terreno plagado de bachacos. Un estercolero fétido infestado por moscas gordas, pesadas, zumbonas.

Los hombres se ciegan ante causas aparentemente nobles, pero en su frenesí por lograr sus metas, se corrompen, se venden al diablo, se prostituyen. Los hombres necios, banalizados por palabras huecas, aturdidos por la estupidez y la superficialidad; se arrastran al lodo, se hunden en el fango mefítico, y tan obnubilados están, que ni su hedor notan. Hombres necios, que inmersos en sus majaderías pueriles, condenan a una nación a la desgracia y al sufrimiento.

Hey you,
¿nos brindas un café?