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Francisco Martínez Pocaterra

El grito ahogado de los desesperados

Prefieren la paz luctuosa de los sepulcros. Acobardados, optan por la sumisión y la obediencia anodina del mediocre. Desdeñan la justicia jubilosa. Aún más, la rechazan sin pudor. Cegados, aletargados, eligen de buena gana la sodomía política. En aras de la quietud, el silencio se torna vergonzoso. Encerrados en la idea abstracta de lo que es correcto, olvidan lo que es realmente correcto.

Cuba gritó. Pero bien sabemos, los pecados de unos, no lo son para otros, que ungidos de una falsa bonhomía se proclaman a sí mismos como adalides de la justicia. Cuba gritó ý sus vecinos voltearon la vista como quien esconde la mirada del mendigo, de que con los ojos vidriosos clama por algún mendrugo. ¡Cobardes! Sí… y aún más, desvergonzados intelectuales de pacotilla, que loan discursos bobos sin adentrarse en las profundidades de su sandez.

No, no quieren justicia. Ni siquiera anhelan la paz. Se conforman con la quietud sepulcral de los camposantos y la camaradería de los presos, que en sus galeras fabulan con una nación por la cual sus conmilitones no están dispuestos a pagar el precio. Tercos y, sobre todo, desprovistos de pudor y coraje, escupen lamentos falsos, porque al fin de cuentas, nos guste o no, nos ofenda o no, muchos de ellos no abandonan la comodidad de la corrección política…. La cobarde y pusilánime molicie de lo que la vocería pueril imperante considera correcto.

La paz no es la ausencia de violencia. La paz es una conquista que la mayoría de las veces no nos es dada de gratis. La paz sin justicia es solo una cobarde sumisión a la bota y al garrote. La paz no es quietud… Pero inertes, amodorrados en falsas excusas y desde luego, en los lujos que aún no pierden, optan por una pasividad sodomita.

Mientras, Cuba grita y grita Venezuela. Gritan los nicaragüenses, y también todas las víctimas de quienes han olvidado que la injusticia de hoy es la guerra del mañana. Olvidan ellos, apoltronados en su mundo de primera, que los olvidados no olvidan y que, en algún momento, cobran venganza.

Optan unos por la cobardía mientras otros, toleran las miserias que nutren sus rabias y resentimientos, y que, cebados por el odio, tarde o temprano saltarán desde sus covachas y con la ferocidad de una bestia hambrienta, los destrozará a dentelladas. Así ha sido antes… y no existen razones para suponer que no habrá de repetirse en un festín violento que por ahora parece interminable.

Los gritos, posiblemente, se ahoguen en la sordera. Los gritos se hundirán como piedras en ese océano profundo e insondable que es la cobardía y la inmediatez. Los gritos serán desoídos, porque es más fácil desentenderse. Los gritos serán solo la algarabía en un festín de pusilánimes, que optaron por tolerar vejámenes, humillaciones y todas las injusticias indecibles para honrar un discurso falaz y baladí.

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