El ya próximo gran reacomodo del mundo, al que llegaremos en unos meses, se traducirá en el gran desacomodo de México.
La aparición del COVID-19, en el mercado de reptiles de Wuhan, el 31 de diciembre del año pasado, donde un murciélago contagió al primer humano, detonó dinámicas a las que no estábamos acostumbrados: evidenció la fragilidad de la sociedad humana, exhibió el carácter endeble de ciertas economías y algunos gobiernos, actualizó la vieja pregunta de hacia dónde va el mundo, reavivó la antigua cuestión de cuál es el destino final de lo humano, puso en crisis a los sistemas sanitarios y epidemiológicos de varias naciones, introdujo severos ajustes en la economía mundial y nos hizo preguntarnos qué es lo que sigue después de una crisis de semejantes proporciones.
Poco a poco, de entre las sombras del desconcierto y la zozobra, surgen las intuiciones y las percepciones cobran cuerpo. Para algunos el mundo no podrá volver a ser el mismo después de esta pandemia. Para otros, el tamaño y la profundidad de la sacudida mundial tienen un sentido: indican que algo va a cambiar en nuestras vidas y en la vida de los demás. Ya entrados en diagnósticos y previsiones, algunos más advierten que pronto una cascada de cambios -sobre todo de estilo de vida y orden económico- se hará visible en el gran teatro del mundo.
A estas alturas del desarrollo de la pandemia resulta clara una cosa: en algún punto la crisis sanitaria y pandémica se convirtió en algo más: se volvió crisis petrolera, inestabilidad cambiaria, desplome de las bolsas y los mercados, volatilidad financiera, caída de la economía global.
En este contexto, nada más válido y oportuno que preguntar si México está preparado, bien pertrechado y con capacidad suficiente para resistir y superar el vendaval que viene.
Voy a aventurar una hipótesis: en unos días la crisis del “coronavirus” se convertirá en la crisis del “ecovirus”; entonces se verá que los daños de la pandemia en la sociedad y los sistemas de salud, serán infinitamente menores que los daños que ya produjo -y seguirá multiplicando y profundizando- la crisis del “ecovirus”.
Con otro tipo de gobierno, más serio y responsable y apegado a los dictados del pensamiento científico, ambas crisis habrían sido más manejables sin salirse de control. Con el actual, “el charlatán de los amuletos y estampitas”, no es posible pensar que se estén tomando decisiones bien estructuradas: cualquier complicación se vuelve un problema, los problemas acumulados desembocan en cuadros de crisis y las crisis mal encausadas conducen a las naciones a la catástrofe.
México viene de un 2019 pésimo, en el que, luego de hilar diez años seguidos de crecimiento bajo pero sostenido, nuestra economía dejó de crecer y comenzó a decrecer, prefigurando así un cuadro de recesión prolongada.
La cancelación de obras estratégicas (el NAIM y la planta cervecera de Mexicali, entre otras) y los cierres masivos de empresas hicieron del pasado uno de los peores años en materia de empleo: se perdieron docenas de miles y no se creó uno sólo.
Los pronósticos de crecimiento económico para este año siguen a la baja. Por poner dos casos, caerá el PIB turístico 7.4 por ciento y se prevé un crecimiento negativo de la economía mexicana que podría situarse en menos 4 por ciento.
La quiebra de PEMEX, cuyo rescate ya demanda más de 7 mil millones de dólares, y la devaluación del peso frente al dólar, que seguirá deslizándose a niveles históricos en las próximas semanas, no son noticias solamente malas: son pesimamente malas para un gobierno que no sabe gastar ni invertir y todo lo está dilapidando en gasto social, sin detenerse a considerar el daño generacional que le hará al país.
En estos momentos, antes de que la recesión global nos coja desprevenidos y tome la lógica desaforada de una montaña rusa, conviene que el gobierno se deshaga de proyectos inútiles, costosos y faraónicos como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, porque los miles de millones que está tirando ahí le harán falta para sortear el tornado que viene. Aún está a tiempo, pero le falta lo principal: inteligencia de Estado.
Hay algo aún más preocupante que viene a agravar los malos augurios: el hecho de que la ceguera y la necedad sean como la voz y el eco en el oficio de gobernar.
Cuando ese momento llegue, México va a necesitar algo más que amuletos, estampitas y supersticiones de religiosidad popular para mantener a flote su economía y salir intacto de la sacudida de vértigo que viene. Al tiempo.
Pisapapeles
La crisis del “coronavirus” va a afectar los sistemas inmunológicos y los soportes anímicos de miles en el mundo; pero la crisis del “ecovirus” va a dejar a millones de economías personales y corporativas en la bancarrota.