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El futuro se volvió pasado: presidenciales EE.UU. 2020

Como la sátira que ganó el Óscar en 2015, estamos viviendo bajo “la inesperada virtud de la ignorancia”. Tan peligroso como lanzarse de un avión con un patico inflable en la cintura, jurando que amortiguará la caída.

La exitosa Michelle Obama acaba de confesar que le cuesta dormir y está deprimida. ¿Qué queda para el resto? Sólo más escalofriante que 5 millones de contagios y 165 mil muertos por el coronavirus en EE.UU., es el panorama electoral: gane quien gane, “Joke” Biden y “Delirio” Trump hacen temer que el 2020 sea apenas el rocío de un tsunami.

Mientras se empeñan en diferenciarse frente al electorado endémico, en realidad son más las semejanzas: ignorancia, improvisación, mediocridad e irresponsabilidad.

“Joke” (chiste) Biden ha sido quizá el candidato más flojo -literalmente- visto en muchos años en cualquier país. Partió favorito por ósmosis, cayó relegado y resucitó, pese a él mismo.

Su cojera principal no es haber sido el vicepresidente de un gobierno que perdonó a los Castro, se dejó espiar por Putin, quebró a la industria nacional y llevó al poder al más insólito opositor posible (Trump); sino su propio desempeño en la larga campaña. Sus descalabros verbales no necesitan un saboteador externo, haciendo prever una presidencia de desvaríos, cuando la economía está desplomada, el desempleo galopa, la calidad escolar retrocede, China avanza y las tensiones raciales alimentan resentimientos, divisiones y, sobre todo, chantajes.

Biden estaría hace rato descartado, si no fuera porque enfrenta a “Delirio” Trump, quien ha pasado cuatro años pellizcando espejos, peleando con media humanidad, violando leyes con sus hijos y obsesionado por peinarse el ego y la cabellera errática. Ni siquiera siendo tan vanidoso y narciso se ha permitido disfrutar el ejercicio del cargo ejecutivo más poderoso del globo terráqueo. Su perfil reta cualquier diagnóstico psiquiátrico.

Paranoico y conflictivo, se anula incluso en aquellos temas de seguridad nacional, política exterior y economía en los que podría tener razón (al final nunca se sabe, porque antes de explicarse ya está peleando).

Pero Trump tiene aún su gente fiel y el sistema de colegios electorales lo beneficia. En 2016 las encuestas lo descartaron. Y si el coronavirus ha sido el mejor jefe de campaña de Biden, el de Trump es el alcalde Bill de Blasio, cuya destrucción sistemática de Nueva York es la mejor propaganda contra la izquierda, entre anarquía, indigencia, saqueos, homicidios, basura, emigración y pobreza.

Especular es un ejercicio muy sabroso: en el escenario más calmado, una presidencia de Biden sería un gran paréntesis de correr arrugas, con él mismo rogando que pase rápido, pues con sus años y pereza es difícil imaginar una reelección. Trump tampoco podría, así que en 2024 habría un nuevo presidente; o quizá antes, considerando las edades de los actuales concursantes. Por ello hay más atención sobre quién sería la “primera finalista” en el reinado de Biden.

Si repite Trump, arderían Nueva York, Chicago y Los Ángeles, mínimo. Y Michelle necesitaría tomar mucha manzanilla.

Si pierde, su descalabro sería parecido al de Nixon, quien germinó a un breve Carter, considerado el peor presidente Demócrata del siglo XX. Tal vez ese sería el rol de Biden. Y después, como entonces, los Republicanos volverían por 8 o hasta 12 años.

¿Cómo evitar que el futuro se convierta en pasado? Estudiando la historia local y ajena, esa que los ofendidos gluten-free están descuartizando, mientras claman justicia y tolerancia.

Tal vez sería más fácil si estos espantapájaros se jubilaran de una vez a disfrutar lo que les resta de vida, lejos, para que Dorothy o cualquier otro más capaz nos guíe detrás del arcoiris.

Irónicamente, EE.UU. tiene quizá la campaña electoral más larga, debatida y costosa del mundo… para al final, terminar ahogados en la orilla. Es que la arrogancia puede ser más dañina que la maldad.

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