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carlos noyola

El futuro del periódico

Twitter nos da información más rápida y más precisa. Si quiero saber por qué la calle que transito está cerrada, voy a Twitter (en algunos casos quizá a Facebook), pero no al diario local. (Los periódicos hoy citan a Twitter como fuente primaria.)

Una nota periodística la escribe mejor un algoritmo que un reportero cansado luego de estar todo el día lidiando con políticos estultos, y la expresión paren las rotativas es ya desde hace un tiempo irrelevante: la noticia de las ocho de la mañana es cosa viejísima al mediodía, sepultada entre los miles de tuits que convirtieron en tendencia la nueva frase asaz sandia del presidente. Los periódicos impresos desaparecen, así que pronto la mera existencia de rotativas será una curiosidad que solo conocerán los historiadores del periodismo.

Sin las notas, los clasificados pasarán (ya lo están haciendo) a la publicidad en redes sociales, y la sección de obituarios devendrá en la nostalgia de los que nos enteramos de la muerte de algún famoso en el papel grasoso con tinta fresca. ¿Qué les quedará a esos grandes medios? ¿Seguiremos leyendo el periódico? ¿Se convertirán todos en cofradías de opinólogos?

Nuestros columnistas son comentadores de noticias. Basta una repasada somera para atestiguar el estado tan lacrimoso en el que se encuentra el debate nacional en México. Las páginas de opinión que quedan impresas -y las virtuales- están plagadas de personas que no saben de nada pero hablan de todo, personajes a los que se lee por su cargo político o su fama (a pesar de que no saben escribir) y aspirantes a intelectuales que nunca leen, pero aparentan. Mientras escribo esto, por ejemplo, veo una columna en primera plana dedicada a la especulación sobre los pleitos al interior de Morena. El señor autor no se está burlando de ellos, se lo toma muy en serio: la vida política mexicana reducida a un episodio de Ventaneando. No nos sorprendamos de que en este país cuando alguien piensa en salir de compras lo último que le viene a la mente es una librería.

Y ni hablar de cosas que no sean leyes, pugnas partidistas o la federación de futbol. En México lo único que importa discutir son las palabras del señor todopoderoso residente de Palacio Nacional y la última convocatoria del Tri. Los pocos escritores que conservan un espacio lo dedican (las más de las veces) a elogiar a sus compadres, que siempre son los mejores escritores, o a hacerla de politólogos, porque quieren lectores, y la poesía es prescindible.

Si Dickens y Dostoievski escribieron con regularidad para los periódicos, ¿qué nos hace pensar que cualquier filisteo debe ser leído? En algo influyen las condiciones materiales (Marx no se equivocó en todo). Pensamos que lo que se produce a diario no tiene que ser tan bueno. En el periódico aceptamos erratas y sandeces, pero lo condenamos en un libro, porque ahí esperamos el esmero de una consideración meticulosa. El mundo digital exacerba la sensación, porque un comentario sandio no le está quitando espacio a otra cosa, id est, se puede publicar lo que sea.

Esta concepción, por supuesto, es perjudicial. Las columnas re-producen los hechos aparecidos en las notas, que, a su vez, son una fotografía del acontecer público. Los hechos se reproducen como si tuvieran sentido por sí mismos y el debate acaba en una insulsa repetición de datos que nadie entiende. El ejemplo extremo es la caída de dos por ciento que el Nasdaq sufre hoy, ¿usted sabe qué significa? Quienes lo anuncian en la tele tampoco, pero lo repiten.

Nuestros periódicos son hoy folletos de política barata. Queremos columnas sobre política, no párrafos de rumores ni escolios de las reformas. Glosar la vida del país es aventar paja a una realidad en la que sobra basura. Precisamos reflexiones que en medio de la maraña nos ayuden a dilucidar sobre lo que sí importa, o que al menos intenten indicar la dirección. Y no solo en las relaciones con EU, la ridícula cancelación del aeropuerto o la inconstitucionalidad de la última reforma. Contrario a la visión de que uno se educa y luego lee, el periódico educa a quien lo lee. La sociedad, que no tiene tiempo para cursar doctorados en todas las materias relevantes de la vida, se educa en sus noticias.

¿Por qué sabría el peatón cómo se hace una vacuna cuando los periódicos solo reproducen fotos de aviones bajando paquetes? ¿Cómo se va a enterar de la siguiente generación de escultores sobresalientes si solo ve polémicas sobre el traspaso de un jugador portugués? Necesitamos más científicos que nos compartan sus avances todos los días, y más escritores y poetas que modelen nuestra educación sentimental, igual de relevante que la económica. La pintura que está cuestionando los límites del arte y los mejores poemas que se están escribiendo son noticia de ocho columnas. Los ciudadanos se forman con los diarios.

Los periodistas dirán que se llaman columnas por la forma visual que tienen en las versiones impresas. Aventuro otra lectura: si el periodismo es el centro de la sociedad, su muralla de defensa, el engranaje de cohesión, su marco de referencia para el entendimiento, los columnistas están en el corazón de ese centro. Como el mundo no nos habla, necesitamos personas que lo interpreten, que nos muestren claves para descifrarlo. El periódico es un espacio para la cavilación cotidiana, para el ejercicio de nuestras mejores facultades. Hay que convertirlo en el ágora en el que todo confluye.

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