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El festín de los intereses

Leo y escucho a connotados analistas clamar por una intervención militar en Venezuela. Sé que para muchos, imbuidos del espíritu «izquierdista» que ha inculpado a los «colonizadores» y al imperialismo de las desdichas latinoamericanas, es una aberración. Sin embargo, es un tema delicado que no debe discutirse impensadamente.

Una intervención militar extranjera no es la bendición que imagina ese otro grupo ciertamente desesperado por lo que ocurre, y que por ello, busca agua aun donde solo hay arena. Por el contrario, es una invasión en la cual las tropas harán lo que por oficio, hacen los militares. Por otro lado, la gratuidad filantrópica de una medida como esa es cuando menos una ingenuidad imperdonable. No soy de los que endilga a los «yanquis» cuanta desgracia sucede en el mundo, pero sé que la CIA ha hecho cosas reprochables (como también la KGB, la Stasi, el MI6, la Sureté o la temible Mossad).

Ahora bien, la disquisición sobre las bondades de una acción militar extranjera es de hecho, estéril. Una decisión como la que asoman los congresistas estadounidense Marco Rubio y Carlos Curbelo, y que no descarta el propio presidente estadounidense, se tomaría indistintamente de lo que puedan opinar la élite chavista y los sectores opositores. Si asumimos que la administración del presidente Trump va a endurecer su política exterior, lo cual parece ser el caso, su decisión se fundamentaría de hecho en la seguridad estadounidense y hemisférica más que en la liberación de los venezolanos de la dictadura de Maduro (aunque de la boca para para afuera digan otra cosa). A buen entendedor, huelgan más explicaciones.

Lo idóneo (y decente) sería que nosotros, los venezolanos, rescatemos nuestra libertad por cuenta propia y que el apoyo internacional tenga lugar en el campo diplomático para robustecer al gobierno transitorio, como pareciera ser una certeza incuestionable. Sin embargo, inmersos en esta profunda crisis, cuya génesis se halla en el proyecto revolucionario pero que ciertamente se nutre de la pusilanimidad de los grupos opositores más ruidosos, pareciera que se nos hace difícil construir y sobre todo robustecer esa transición sin una intervención militar extranjera. O al menos, así luce. Pero, sin dudas, la construcción doméstica de una transición no es imposible.

Soy de los que ve con mucho recelo una medida como esa. En especial cuando Rusia y China no son ajenos al conflicto. Por ello, ante otras amenazas (como la consolidación de una dictadura comunista en Venezuela por parte de la élite chavista-madurista), creo que la unidad está obligada a sumar esfuerzos para crear una ruta de salida que en efecto, aquiete las angustias hemisféricas y contenga las amenazas que la revolución bolivariana a creado en el hemisferio. Creo que no solo es menester, sino posible.

Intuyo los recelos que sobre la fracturada oposición venezolana tiene el Departamento de Estado estadounidense. Me refiero pues, a su eventual incapacidad para asegurar la viabilidad de una transición democrática que contenga eficazmente las aspiraciones del proyecto chavista (la construcción de una dictadura comunista) y sus consecuencias, entre las cuales huelga destacar la más notoria: el flujo de desplazados hacia países vecinos y el inminente problema que para ellos implica. Supongo que en lugar de aquietar las aguas, la Casa Blanca conjeture, y con sobrados motivos, que una oposición fragmentada solo vigorice la tempestad. Por ello, urge demostrar lo contrario, no con discursos sosos, sino con acciones eficientes.

No dudo del lobby que en el exterior han hecho y hacen algunos compatriotas. No obstante, las pugnas internas en el seno de la oposición (desde la tozudez de algunos para aceptar al chavismo disidente como factor necesario en la transición hasta los apaciguadores que con intenciones opacas parecen torpedear otra salida que no sea la ilusoria vía electoral) deben avivar desconfianzas en Washington, y sin dudas, también en Quito, Lima, Brasilia y Bogotá.

Creo, no obstante, que es viable reconstruir y robustecer la alianza opositora (e incluyo a todos los que se oponen a este despropósito). Obviamente, esta debe hacerse sobre premisas claras que, en primer lugar, armonicen con las aspiraciones de los ciudadanos, y, en segundo lugar, y como corolario de esto último, una forma de gobierno acorde con la tradición democrática venezolana y los principios establecidos en los diversos tratados firmados por la República en las últimas décadas (y muy especialmente, la Carta de Bogotá de 1948, que prevé la democracia representativa como único modelo político aceptable).

Tal cometido requiere del concurso de todos los factores de poder, no para intentar paliar su crisis particular, sino para enfrentar un reto importantísimo que como sociedad hemos afrontado deficientemente, y que de superarlo, redundará en la mejora de esos trances particulares. Es menester pues, crear una alianza opositora por el rescate nacional que avive la confianza de las naciones del hemisferio cuanto antes, porque los demonios aguardan y están prontos a dar su zarpazo.

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