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Alejandro Varderi

El fantasma dictatorial en Latinoamérica (I)

“Eso es lo que quise reflejar en Trauma y, en especial, esas heridas que no sanan y que nunca van a sanar mientras la gente de derechas siga con el discurso del olvido y el no mirar atrás, porque las nuevas generaciones se van a contaminar de ello”. Esta afirmación del realizador chileno Lucio A. Rojas, a propósito de su película Trauma (2017), de cierta manera condensa muchas de las inquietudes de nuestras sociedades actuales, donde la memoria histórica de los conflictos bélicos y los períodos tiránicos no se ha recuperado, o solo parcialmente, pese a todas las iniciativas dedicadas a ello; con lo cual el fantasma dictatorial sigue muy presente. Ello se observa a lo largo del continente con la transformación en dictaduras, tanto de derechas como de izquierdas, de naciones antaño democráticas.

En tal sentido, hay que recordar que en 1983 se creó en Argentina la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas que investigó la manera como se ejecutó la represión clandestina durante la dictadura militar (1976-1983). En 1991 se creó en Chile la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación para investigar las muertes y desapariciones durante la dictadura pinochetista, entre 1973 y 1990. En 2001 se creó en Perú la Comisión de la Verdad y Reconciliación, encargada de elaborar un informe sobre el terrorismo vivido en el país durante el período 1980-2000. En 2007 se aprobó en España la ley de memoria histórica a favor de quienes fueron víctimas de la violencia política durante la Guerra Civil (1936-1939) y la dictadura franquista (1939-1975). Y en 2011 se creó en Colombia el Centro Nacional de Memoria Histórica, para preservar la memoria de la lucha armada que vive el país desde 1960.

Y es que de tal olvido, “la gente de derechas” tiene mucha culpa, pues ha puesto numerosas trabas legales a las comisiones dedicadas a investigar. Esto, utilizando el poder político, social, económico y religioso que tradicionalmente ha detentado y sigue detentando hoy, cuando el giro conservador y populista a nivel mundial atenta contra las libertades e iniciativas más inclusivas, además de robarle a las nuevas generaciones su derecho a conocer con exactitud la magnitud de los hechos y sus culpables.

El film de Rojas, que el mismo director inserta dentro del género de terror, se hace eco de estas inquietudes contraponiendo el año 1978, dentro del período duro del pinochetismo, con nuestra contemporaneidad, desde la victimización de la mujer y el niño por parte de un torturado convertido en torturador. Las execrables acciones de las que fue víctima en su adolescencia, al ser obligado a perpetrarlas sobre el cuerpo de la madre y la hermana bebé, enquistan en Juan una vena de sadismo llevándolo a seguir torturando a las mujeres, en el mismo edificio donde sucedieron los hechos más de tres décadas atrás. Con esta estrategia, Rojas reitera que las consecuencias de aquel período siguen estando presentes en la actualidad pese a las maquinaciones urdidas para olvidarlo. Una cercanía, contrastada en la película a través del comportamiento abierto, urbano e inclusivo de cuatro jóvenes dirigiéndose a pasar un fin de semana en la casa rural del familiar de una de ellas, con el machismo y el sexismo de los hombres del lugar, en la escena de la llegada al bar del pueblo.

La cámara favorecerá aquí las panorámicas y planos picados del paisaje, donde al auto rojo de Andrea es el punto de color puesto a orientar el recorrido, contraponiéndolas con la oscuridad y abandono del local y el aire amenazador de los parroquianos al ver a las jóvenes entrar para preguntar cómo llegar a su destino. “¿Qué pasa?”, pregunta Andrea. “Pasa que no deberían andar así”, responde uno de los parroquianos, señalando su ropa veraniega y ajustada. “¿Y por qué?”, pregunta otra de las muchachas, sin entender muy bien las razones del comentario; o quizás inmersa en una inconsciencia producto de aquel olvido donde no solo el terror político, sino la intolerancia atávica masculina, quedan borrados cuando son vistos desde un lugar progresista y afluente.

De hecho, tras la violenta escena inicial de asesinato, violación e incesto inducidos bajo amenaza por parte de Juan durante la dictadura, la cámara planeará sobre el Santiago nocturno de hoy y entrará al estilizado loft donde Camila, la hermana de Andrea, se besa con Julia, su novia actual, en un doble juego cinemático entre pavor y deseo, característico del género en películas como Crash de David Cronenberg, a quien el realizador cita como una de sus influencias. Tal estrategia se mantendrá a lo largo del film, haciendo más grotescas las acciones contra lo femenino y reforzando el hecho de que la pesadilla dictatorial sigue viva, aunque las nuevas generaciones desde su zona hipertecnologizada y aséptica, la consideren un período zanjado.

“Este lugar no es para mujeres pues”, apunta un joven policía, cuando las muchachas salgan del bar a fin de seguir su camino. Un comentario que a ellas les parecerá extraño, viniendo de alguien de su misma generación. “No son malas personas pero no están acostumbrados a ver mujeres así”, seguirá él, ubicándose entre las dos realidades, de las cuales ellas apenas han tenido un indicio, pero están claras en la visión del policía, quien pone en la ignorancia la culpa de comportamientos machistas. Algo que resulta sin embargo injustificable para las agredidas, si bien ello queda diluido por el aparente flirteo entre el policía y Andrea, escribiéndole él en el brazo su teléfono, a falta de papel, por si llegan a tener algún otro contratiempo, en tanto que otro policía mira despectivo al grupo pues el dueño de la casa hacia donde se dirigen es un hombre adinerado.

La dinámica que se establece entonces entre las adineradas “extranjeras” y los humildes “locales” tiene en el factor económico un elemento clave de resentimiento social —de hecho, cuando Juan y su hijo se metan en la casa de las jóvenes y las amenacen, Andrea les ofrecerá inútilmente dinero para que se marchen— cual foco igualmente de las relaciones entre el Gobierno y la ciudadanía, y donde una economía saneada tiende a favorecer el apoyo a las instituciones.

Esto sucedió en Chile con la implementación de las políticas neoliberales por parte de la Junta Militar, alegando el fracaso del modelo socialista de Salvador Allende, que en lo económico había decepcionado a gran parte de la ciudadanía, creando un clima negativo para la democracia y favoreciendo a quienes buscaban llevar a cabo un golpe de Estado, tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

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