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El estado natural de las cosas de Alejandro Morellón

Con este volumen Morellón ganó el Premio Hispanoamericano de Cuento García Márquez en su edición del 2017, compitiendo con cuentistas de la talla de Federico Falco y Liliana Colanzi. El autor madrileño tiene en la misma editorial, Candaya, la novela Caballo sea la noche y el año pasado publicó la colección de relatos El peor escenario posible con la editorial Fulgencio Pimentel, ganando el Premio Ignacio Aldecoa. Es decir, se mantiene en la cancha libre de las editoriales independientes.

El estado natural de las cosas presenta ocho relatos que se dividen entre tres secciones con una marcada división de estilo. En la primera tenemos unos relatos breves, que no pasan el par de páginas y con las tramas más absurdas, en el sentido, por supuesto, en que podríamos considerar una escena de Ionesco. En Elogio al huracán, los habitantes de un pueblo esperan el regreso de un solo huracán que, contra todas las leyes meteorológicas, regresa cada cierto tiempo y se enorgullecen de los objetos que se haya tragado la tormenta. En otro relato, la risa de una mujer causa un problema entre los vecinos. Los diálogos son teatrales:

— Pero en este país es legal reírse.

— Ya, pero con tantas ganas ni así como están los tiempos.

— ¿Y qué me dice de las peleas del bar de enfrente?

— Pero esa chica se ríe como si fuera feliz. Es de una alegría escandalosa. (…) No sabemos de qué se está riendo la joven, no sabemos hasta cuándo.

La segunda presenta un solo relato que da título a la colección, subdividida en capítulos. Es el corazón del libro porque, aunque la trama es tan absurda como las anteriores y difícil de explicar, sus setenta páginas le dan una sensación a esta novela corta muy distinta a las primeras, que parecen ahora casi calentamientos. El protagonista cae al techo, es incapaz de bajar. No como el Barón Rampante, que sube a los árboles por voluntad. Parece que una ley oscura determina que ciertos cuerpos tienen otro estado natural. Aquí no nos quedamos en el umbral de la sorpresa, sino que se escruta a fondo la soledad de ese Gregorio Samsa de la fuerza gravitacional. Para comprender el relato, sin aminorar más en la trama, solo hay que leer la cita de Burton que el personaje recalca de su Anatomía de la melancolía, uno de los pocos libros que elige para subir al techo: si es que hay un infierno en la Tierra, debe estar en el corazón de un hombre melancólico.

Los últimos cuatro relatos están en una sección que parece ser la más ordinaria, alternando entre un poco de ciencia ficción y las tramas peculiares a las que tiende Morellón. Todos, a cierto modo, giran alrededor de la perdida. No tiene el vuelo de los primera ni la construcción cabal de la segunda.

Hay algo sobre el conformismo, la distancia del yo con los demás que logra que el libro sea memorable. Esparcido en el libro hay dos reflexiones, muy breves, como dichas de paso, que me parecen clave para el libro. Primero, sobre las moscas: no pueden volar más lento de lo que vuelan, de que son incapaces de aminorar la marcha y de que viven sometidas a su propia velocidad. La segunda, sobre la escritura: todo el mundo debería escribir lo que piensa. Nadie debería tener voz más que para cantar o gritar. Un mundo así, un mundo de sigilosos, privado del habla. Un mundo en consonancia con el poder de la palabra escrita.

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