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El estado del libro

Si hay un tema que nos gusta teñir de tintes apocalípticos es todo lo que tenga que ver con cultura: siempre está agónica, perdida y dilapidada. Es cuestión de buscar noticias sobre ventas, el mercado editorial para sentir un pesimismo respecto a su salud. 

En México la producción editorial bajó 2.2% en 2017. Pero esto no se compara a la crisis del libro en Argentina, donde las ventas han bajado un alarmante 35% en un período de tres años y los cupos de trabajo en editoriales bajaron un 20%. 

En un giro inesperado, la poesía es el género que más está creciendo en ventas. En Clarín se nos informa de las ventas infladas de Rupi Kaur o Marwan, que ha vendido la impresionante cifra 125 mil copias. Esto tiene que ver más con el fenómeno de redes sociales que con la escritura de verdad. Aunque esto tampoco es un fenómeno nuevo, pensemos que en el siglo XX algunos de los autores más vendidos son nombres casi olvidados como Corín Tellado o títulos empolvados como Love Story. 

Por otro lado, aparecen algunos faros: una noticia asegura que la venta de libros está subiendo de forma saludable en algunas regiones de España. Según PwC, el mercado del libro subió a nivel global en 2017 un 3% mientras las revistas y periódicos siguen en su caída libre hacia la obsolescencia.

También, la compañía de estadísticas Nielsen asegura que en Reino Unido se vendieron 190 millones de libros, es decir, alrededor de 600 mil más que el año pasado, o, en estadísticas que reporta The Guardian, el mercado creció un 2.1%.

En Estados Unidos el mercado aumentó un impresionante 7.2% en 2017, y este diciembre las ventas totales aumentaron en 20%. Según Forbes, la causa radica en posiciones de marketing innovadoras y sobre todo en los títulos de eje político (o sea, lo que tenga la etiqueta Trump) tipo Fire and fury de Michael Wolff.    

¿Y qué pasa con los autores? 

El panorama es igual de irregular. Pensemos en un caso como el de Kristen Roupenian, autora del relato Cat person, publicado el año antepasado en The New Yorker. La trama, al identificarse con los movimientos feministas de denuncia, se volvió una lectura viral. Tanto que, según reporta The New York Times, recibió un contrato de siete cifras por un libro de relatos que aún no había escrito y saldrá hasta este año, acompañado de una novela inexistente. O Emma Cline, autora desconocida que con una novela sobre el mediático culto de Charles Manson, se alzó un contrato también millonario. Es difícil entender como una industria que se supone agónica puede tener estos abonos. 

Pero, por supuesto, esta no es la verdadera situación monetaria de los autores, ocupación que parece similar al artista del hambre kafkiano. El Author′s Guild de los Estados Unidos reporta que la gran mayoría de autores gana una cantidad anual menor a la línea de pobreza. ¿A quién hay que responsabilizar? A Amazon, compañía que devalúa los precios de los libros y, consecuentemente, las regalías y ganancias.

Inclusive las voces de las grandes editoriales son contradictorias o, al menos, confusas. Silvia Sesé, editora de Anagrama, asegura que el número de lectores ha bajado y no cree que vuelva a subir, lo que se ha traducido a menores tiradas por título. Por el otro lado, Pilar Reyes, editora de Alfaguara, parece tener más entusiasmo y en una entrevista en Zenda asegura que la industria ha dejado de tener perdidas después del desplome del 2009.

Así que la conclusión es menos que concluyente. Las ventas, las cifras y el crecimiento del mercado editorial parecen sujetos a un vaivén demasiado azaroso para reducirlo a gráficos y patrones. Los escritores están anclados a estas mareas impredecibles y, hasta que no se reconcilie el mercado editorial con las grandes distribuidoras con un acuerdo justo, no veremos la solución a este conflicto.

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